El tren bala JR-Maglev japonés, capaz de rozar los 600 kilómetros por hora, es la representación de una humanidad que aprendió a avanzar escuchando a la ciencia y confiando en el conocimiento acumulado. Pero en paralelo, sobre otra vía, circula un tren muy distinto. En un mundo donde el negacionismo climático gana terreno y algunos gobiernos siguen las directivas de Donald Trump, la política parece acelerar en sentido contrario a la evidencia. Dos trenes bala lanzados a máxima velocidad: uno impulsado por datos, consenso científico y visión de largo plazo; el otro movido por la negación deliberada, el cortoplacismo electoral y la desinformación financiada por lobbies que llenan sus bolsillos mientras vacían el futuro común. La colisión ya no es una metáfora exagerada, sino una amenaza concreta para nuestras sociedades.
Las Naciones Unidas, históricamente un espacio de articulación y consenso, hoy muestran un poder debilitado. La COP30 dejó en evidencia esa parálisis: diagnósticos compartidos, pero sin soluciones inmediatas ni compromisos a la altura del problema. Mientras tanto, el sector privado continúa liderando muchas de las transformaciones que los Estados no se animan o no pueden impulsar.
Los datos están sobre la mesa. Las consecuencias también. El 9 de diciembre de 2025, en Nairobi (Kenia), se publicó la evaluación ambiental más exhaustiva realizada hasta hoy. No es un informe más, Perspectivas del medio ambiente mundial, séptima edición: El futuro que elegimos (GEO-7) es el resultado del trabajo de 287 científicos y científicas de 82 países, coordinado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). La diversidad de países y de científicos aseguran que el informe no puede ser acusado de parcial.
El diagnóstico es tan claro como incómodo: invertir en un clima estable, en una naturaleza y tierras saludables y en un planeta libre de contaminación no solo es ambientalmente necesario, sino económicamente racional. Según el informe, ese camino podría generar billones de dólares adicionales en el PIB mundial, evitar millones de muertes y sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y el hambre. Sin embargo, el mundo sigue avanzando en sentido contrario.
Los datos son contundentes. Las emisiones de gases de efecto invernadero crecieron en promedio un 1,5 % anual desde 1990 y alcanzaron un nuevo récord en 2024. En paralelo, el costo de los eventos climáticos extremos atribuibles al cambio climático asciende a unos 143.000 billones de dólares anuales en las últimas dos décadas. Hoy, entre el 20 y el 40 % de la superficie terrestre del planeta está degradada y más de tres mil millones de personas viven sus consecuencias. Un millón de especies se encuentran amenazadas de extinción. Nueve millones de muertes por año están vinculadas a algún tipo de contaminación, mientras que solo la contaminación del aire representó en 2019 un costo económico equivalente al 6,1% del PIB mundial.
El GEO-7 advierte que, de seguir apostando al modelo de “continuidad”, la temperatura media global superará los 1,5 °C a comienzos de la década de 2030 y los 2 °C hacia la de 2040. El impacto económico sería devastador: una reducción del 4% del PIB mundial para 2050 y del 20% hacia fines de siglo. Al mismo tiempo, el planeta pierde cada año tierras fértiles del tamaño de Colombia o Etiopía, mientras la disponibilidad de alimentos por persona podría caer un 3,4% para 2050.
La acumulación de 8.000 millones de toneladas de residuos plásticos completa el cuadro: un problema ambiental que también es sanitario y económico, con pérdidas estimadas en 1,5 billones de dólares anuales asociadas a la exposición a sustancias tóxicas.
La pregunta ya no es qué está pasando, sino cuándo —y quiénes— van a decidir actuar. ¿Cuándo llegará el día en que la realidad se vuelva innegable, incluso para quienes hoy eligen ignorarla? ¿Cuándo será el momento en que los dos trenes bala choquen de frente y el impacto arrase con el planeta y con quienes lo habitamos? Este escenario de evidencia acumulada y procrastinación deliberada es el que desvela a líderes políticos y actores empresariales y de la sociedad civil que somos conscientes de lo que está en juego, que no estamos dispuestos a entregarnos al desánimo y que seguimos —y seguiremos— luchando para evitar ese choque.