Lluvias torrenciales y un huracán dejaron desde enero más de 50 muertos y 50.000 afectados. El fenómeno continua y podría ser la antesala del retorno de El Niño, según los científicos peruanos. Si bien Perú está en temporada de lluvias, la intensidad y la inusual presentación de un huracán agravaron la situación, al punto de desplazar a la crisis política como centro de preocupación. El gobierno declaró la emergencia en 160 provincias de un total de 196, dado que las inundaciones torrenciales (llamadas “huaicos”) no dejan de suceder.
La presidenta interina Dina Boluarte, quien indicó que las lluvias y el huracán o ciclón “Yaku” dejaron además 1.300 casas destruidas, 50.000 personas afectadas y 640 kilómetros de rutas dañados, admitió las limitaciones del Estado para enfrentar la situación. La temporada de lluvias era previsible, pero el huracán “Yaku” decididamente no: hace más de 40 años que Perú no sufría el castigo de este tipo de tormenta. “No tenemos maquinarias, no tenemos motobombas”, lamentó Boluarte en la ciudad norteña de Tumbes.
¿De Niña a Niño?
El fenómeno de las lluvias intensas no cede. Las autoridades pasaron oficialmente de “vigilancia” a “alerta” por la posible llegada de El Niño, fenómeno que en su última presencia en Perú, en 2017, afectó a cerca de un millón de personas y causó la muerte de más de 100. La Niña acaba de darse por finalizada el 10 de marzo pasado según la agencia climatológica estadounidense NOAA. Pero dio paso a un estado neutro, ni Niño (agua caliente en superficie del Pacífico que causa lluvias torrenciales) ni Niña (agua fría que causa sequías como las que aún padece la Argentina). Pero en Perú según parece esa transición ya ha terminado.
Las lluvias y las inundaciones derivadas arrasaron varias zonas, en especial en el norte del país, y el “Yaku” contribuyó a agudizar la tragedia. Pero, si bien el ciclón o huracán es un fenómeno totalmente anómalo en Perú, las precipitaciones y la amenaza de El Niño datan de siempre. De hecho fueron los pescadores peruanos los que bautizaron así al fenómeno en el siglo XIX, porque solía llegar para la Navidad.
El Niño, cuando es intenso, castiga con diluvios e inundaciones no solo al Perú, sino a casi toda Sudamérica. Bolivia y Argentina lo sufren desde que se presentó por primera vez con gran fuerza en 1997. Desde ese año, El Niño pasó a ser un fenómeno conocido, dado que antes era un tema limitado a los meteorólogos.
Pero todo sirve a la disputa política en un país en continua convulsión. “No son desastres naturales, son desastres sociales; un desastre social es la suma de un fenómeno natural -sismo, lluvias, sequías-, más la vulnerabilidad en que se encuentra un sector importante de la población”, señaló el “experto en riesgos” Raúl Luna, en una entrevista con el Diario Uno, de Lima.
La mayor cantidad de afectados está entre personas pobres que construyen sus casas con materiales precarios y muchas veces a orillas de los ríos, que es donde pueden conseguir un terreno más barato. Según la Asociación de Desarrolladores Inmobiliarios del Perú, cerca de 95% de las viviendas se construyen informalmente y en un 80% de los casos son levantadas por los propios ocupantes, una cifra que sube hasta 90% en zonas periféricas.
Para el presidente de la Asociación, Antonio Amico, lo que hicieron las autoridades en los últimos años con el propósito de solucionar el problema fue formalizar construcciones sin tener en cuenta su vulnerabilidad.
Las lluvias torrenciales en los Andes y la costa llenan los ríos. El posterior desborde forma avenidas de lodo y piedras que arrasan con lo que encuentran a su paso, fenómeno al que en Perú se conoce con el nombre quechua de “huaico”. En cada temporada de lluvias, durante el verano, reaparece el problema.
En departamentos como Tumbes, Lambayeque, La Libertad y Ancash, las lluvias son tragedias anunciadas. Casi cada año las alertas se propagan, las inundaciones hacen lo suyo y todo se enfrenta coyunturalmente con promesas de solución y ayuda que se olvidan pronto.
Lima, ciudad de clima desértico en la que casi nunca llueve (aunque este año hubo precipitaciones de relativa magnitud), sufre por el colapso de decenas de quebradas que se desprenden del Rímac, el Lurín y el Chillón, los tres grandes ríos que bajan desde la sierra en busca del océano Pacífico. Distritos populosos como Cieneguilla, San Juan de Lurigancho y Chosica, entre otros, son los más afectados en Lima, aunque los huaicos también causaron daños y alertas en balnearios del norte y el sur, poblados en las temporadas de verano.
El huracán “Yaku”, que debe perder fuerza y alejarse en las próximas horas, dejó seis muertos en el norte. El relativo alivio que debería desprenderse de su alejamiento se vio eclipsado por las evidencias de que El Niño podría estar presente este año.
El Niño deriva del calentamiento de las aguas del Pacífico ecuatorial, lo que desata lluvias intensas. En los últimos años las formas más extremas tendieron a aumentar, lo que se vincularía con el cambio climático.
La comisión multisectorial que se encarga de observar El Niño en Perú subió esta semana en un 50% las posibilidades de que se presente en las próximas semanas, aunque aún se necesitarán algunos días para confirmarlo.
La tragedia dejó en un plano secundario el malestar hacia una presidenta que, según las encuestas, es rechazada por más de 70% de la población, y hacia un Congreso cuya impopularidad puede pasar de 90%, y frenó de alguna manera el clamor por elecciones adelantadas. En estos días se denunció el despilfarro en viajes al exterior y en refaccciones de oficinas. Los reclamos se hicieron sentir: pobladores fustigaron directamente a Boluarte, a ministros y congresistas fueron blanco de insultos y hasta de agresiones físicas, y un grupo ingresó a un restaurante de la ciudad de Ayacucho para sacar a empellones a un viceministro. Pero un nuevo gobierno difícilmente cambiará un problema estructural, que requerirá inversiones y planificación de largo plazo.