Cada miércoles y viernes un grupo de mujeres prepara 380 raciones de comida para distintas familias del barrio Tío Rolo. Este año suman una campaña para reunir útiles escolares, guardapolvos, calzado y ropa para que ninguna chica, ningún chico se queden sin ir a la escuela. "Yo anduve descalza, sé lo que es la pobreza. No quiero que a ningún chico le pase lo mismo", dice Miriam Ojeda, quien está al frente del Centro Comunitario La Pandilla, donde funciona este comedor.
El centro comunitario está en 5 de Agosto 3870, en la casa de Miriam, donde vive con su esposo y dos de sus hijos mayores. En lo que era un garaje ahora está la cocina. A las 18 de cada miércoles y viernes, hasta allí se acercan las familias del barrio, generalmente mamás, abuelas, que vienen a buscar la vianda. "Porque hay más hambre" y "Muchos se han quedado sin trabajo", las razones más escuchadas sobre por qué asisten.
Ese viernes que la sensación térmica en Rosario alcanzaba niveles extremos, en el comedor de Tío Rolo se preparaban para servir ensalada de repollo y bifes de hígado "todo bien condimentado". Miriam dice que "antes", más de tres años atrás, estas raciones llevaban "carne" y "hasta pollo al horno". Ahora no se puede: el subsidio que recibe de la Municipalidad de Rosario para atender el comedor lo estira como puede para que nadie se quede sin su ración. A la suba de precios y tarifazos, hay que sumar que cada vez son más quienes se enteran por "el boca a boca" que en Tío Rolo hay un comedor. Y la necesidad los acerca.
"El otro día vi que andaba una mamá muy joven, temprano, dando vuelta, iba y venía. «Má», la llamé y le pregunté qué le estaba pasando. Me contó que era una mamá con siete hijos, más uno en camino, y que tenían hambre", ahí nomás Miriam rascó la olla como pudo para ayudarla. Una imagen que —aseguran ella y sus compañeras de tarea presentes— que se replica a diario, más con la llegada permanente de familias de otras provincias al barrio.
El comedor funciona desde hace 29 años, el 30 de agosto que viene cumplirá los 30. Primero ofrecía solo la copa de leche, pero enseguida pasó a preparar la comida. "Lo pedían las madres", aclara Miriam. Ella arrancó solita, con el apoyo de su familia, aunque enseguida las vecinas se acercaron a darle una mano.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Codo a codo, a dar una mano
Ahora trabajan, codo a codo en el lugar, Marta Ruiz, Verónica Cáceres, Lorena Quiroz y María Díaz. Todas vecinas, mujeres que como otras se acercaron por necesidad y terminaron colaborando. "Nos gusta ayudar, es necesario hacerlo", comparten en la charla, donde queda a la vista que nadie recibe un peso por lo que hace. También colabora Cristian Ponce, un joven que además se hace un rato entre comida y comida para hacer una lindas artesanías.
El martes piensan el menú de cada semana, y según la comida que preparen, ya a las doce del día están pelando papás o limpiando verduras. "Está todo muy caro, tratamos que además de arroz o fideos haya mucha verdura", comentan sobre lo cotidiano. Cuando se acercan las seis de la tarde se organizan para entregar las raciones. Cada una, cada uno llega con su ollita, con su taper. También reparten pan, que les dona un panadero solidario.
"Aquí no hay sueldo ni nada. Es puro corazón el que ponemos. Yo sufrí mucho de chica, me crié sin mamá, pasé hambre, iba a la escuela descalza y no me gusta que los chicos la pasen mal o les falte comida. Por eso si doy un par de zapatillas me pongo orgullosa", habla Miriam sobre qué la moviliza a entregar su tiempo, disponer de su propia casa. Cada mes rinde a la Municipalidad las compras realizadas y presenta la planilla donde firman los comensales.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Guardapolvos y mochilas
Miriam, Marta, Verónica, Lorena y María recuerdan que ahora llega el tiempo de ir a la escuela. Saben que si es difícil garantizar el plato de comida en una familia, más lo es comprar ropa, guardapolvos, zapatillas y los útiles escolares.
"Las mamás nos dicen que necesitan calzado para empezar la escuela, cuadernos, carpetas, lapiceras, mochilas en buen estado. Siempre hay algo que los hijos o los nietos no usan más. Hay chicos aquí que hasta van a la escuela en ojotas", describen estas madres y abuelas apelando a la solidaridad de sus pares. Las donaciones las reúnen en el Centro Comunitario La Pandilla (5 de Agosto 3870), en barrio Tío Rolo.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
En el centro comunitario se tejen todo el tiempo lazos de apoyo y de escucha. La campaña para reunir útiles escolares surge de esa presencia, también el trabajo en red con el dispensario y otros centros municipales. Pero además se apoyan unas a otras con sus historias.
Marta vivió siempre en el barrio. Cuando se separó de su marido, la conoció a Miriam y empezó a colaborar en el comedor. También Verónica se acercó primero a buscar la comida y luego se sumó a dar una mano. Tiene tres hijos en edad escolar. A Lorena le pasó algo similar que sus compañeras, ser parte de esta tarea solidaria es lo que la moviliza. María hace poco que arrancó en el comedor, dice que el espacio es también una buena oportunidad para encontrarse. Participa cada año del Encuentro Nacional de Mujeres, donde asiste a los talleres que discuten sobre maltrato, violencia de género.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Una ayuda necesaria
Faltan unos minutos para las seis de la tarde y ya comienzan a acercarse las vecinas y vecinos al comedor. En la puerta espera Sandra, que no tiene hijos pero vive con ocho hermanos, además de sus sobrinos, en una familia que nadie duda es numerosa. "La comida es rica y es una ayuda para nosotros. Cualquier aporte de útiles escolares viene bien, todo está muy caro", reconoce. También llega Francisca, que agradece al comedor porque su ingreso de "jubilada no alcanza para nada".
En la vereda del centro comunitario está Romina, acompañada por su pequeño hijo Juan que pasó a tercer grado. Tiene además una nena que empezará primer grado y otra de 15 que cursa el secundario. Está sola al frente de su hogar, la ayudan a mantener la familia la asignación universal, la tarjeta de ciudadanía, más las changuitas que hace cada fin de semana como cuidacoches. "Desde hace cinco años mi marido está detenido, y yo me hago cargo sola de mi familia. Hace poco me enteré de este comedor y me vine a anotar. Me ayuda mucho, es muy rica la comida. Y a mí no me avergüenza decirlo: yo cuido autos los fines de semana, los sábados y domingos, por Pellegrini. La gente de la zona es muy buena y me ayuda mucho también", se para firme Romina con un relato conmovedor. Y agradece por anticipado lo que se pueda reunir con la campaña de útiles escolares que arrancó en Tío Rolo.