Maestro, poeta y titiritero, Marcelo Quispe da batalla frente al desafío de divulgar las culturas originarias. Agazapado en su trinchera literaria, el escritor de origen quechua guaraní apela a los títeres, la poesía y las leyendas, a las que llama sus mejores armas. Tiene claro que el enemigo es el olvido y la invisibilización de los pueblos a los que representa, por eso trabaja incansablemente en el rescate de sus lenguas. En esta hazaña cuenta con los mejores aliados: la infancia. A ellos van dirigidos sus libros como Mainumbí y la cajita luna, Sonqoy multicolor y sus últimas producciones: Niña Luna, ilustrada por Lorena Méndez de la Editorial rosarina Mburucuyá, y Bichividas, un poemario trilingüe ilustrado por él mismo y Betina Silva de la Editorial Último Recurso.
Además de la literatura infantil, Quispe se animó a otros formatos. Se dio un lugar en la música con el lanzamiento del disco Árbol de agua, del compositor Martín Juárez, y con Poesía y música. El despertar del yaguareté, una serie de poemas recitados por él mismo y musicalizados por el músico rosarino Mauricio Avalle. Su arte también circula por el mundo en forma de cortometrajes, como Imillita punapi / Niña en la puna. Un poema de su autoría narrado en quechua en una producción audiovisual de Anokfilms para Pakapaka, que por estos días compite en festivales internacionales.
En una charla con La Capital, el escritor cuenta sobre sus últimos libros y reflexiona sobre la situación actual de los pueblos originarios. Insta al Estado a visibilizar y respetar los derechos del mundo indígena, y sostiene la importancia de la escuela en la tarea de promover la diversidad cultural y desestigmatizar las “identidades marrones”.
—En líneas generales elijo que en mis libros las protagonistas sean mujeres, niñas, como Niña luna, Niña lluvia, Niña en la puna. Esta niña es una deidad que baja en una lágrima de luna y viene a ayudar a las comunidades. No es una leyenda sino que tomo esa deidad indígena como protagónico.
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—En ”Niña Luna” y en tus otros relatos, ¿siempre está presente la cosmovisión de los pueblos originarios?
—Siempre. Mi poesía es indígena, mi producción literaria tiene un enfoque indigenista. La literatura indigenista está hecha por poetas que son de pueblos originarios o que se han sentido atravesados por la cosmovisión indígena. Es una literatura que habla de la cosmovisión y la cosmovivencia de los pueblos. Trata de enfocar en la poesía el relato cultural y la mirada de los pueblos antiguos y la reconversión que han hecho, porque hay un rearmado de la vivencia respecto de nuestros antepasados, hay una resignificación y una reinterpretación cultural. La cultura no es algo estático, está en movimiento permanente y la vamos construyendo hacia delante. Hay cuestiones de nuestro pasado que no nos gustan y las vamos reconvirtiendo para mejor, como por ejemplo el machismo, que también está presente en la cultura indígena.
—¿La elección de los protagónicos de tus libros es una forma de tomar posición dentro de la cosmovisión indígena?
—Que una nena sea protagonista de un libro marca una posición ética y política. Hoy en la Argentina, en las comunidades indígenas de la familia guaycurú, muy marginadas e invisibilizadas, las niñas continúan siendo objeto de violación por parte de los criollos blancos. Esto es actual y ahí hay que hablar de alguna forma, desde lo cultural a mí me toca reivindicar el poder de la niña, empoderarla.
—Otro de tus nuevos libros es “Bichividas”, y acá la propuesta no solo es hermanarse con la naturaleza sino también acercarse a las lenguas quechua y guaraní.
—Sí, todos mis libros tienen un acercamiento a las lenguas originarias. En Sonqoy multicolor hay algunos poemas traducidos al quechua. En Bichividas lo que hago es acercar los nombres de distintos insectos en quechua y guaraní, además de sus nombres científicos. Acá tuve el asesoramiento de un hermano con el que trabajo hace muchos años que es David Chulque y María Iglesias, hermana del pueblo guaraní.
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“Ninguno de los gobiernos se ha ocupado del tema central que es la tierra y el territorio colectivo de los pueblos originarios”, señala Quispe.
Silvina Salinas
—¿En este desafío de mantener viva a las culturas originarias le das al lenguaje un lugar clave?
—Sí, el lenguaje siempre está presente. Eso está muy expresado en el trabajo que hicimos con Pakapaka, con cortos que relataban poemas en castellano, quechua y guaraní, que son las dos lenguas madres originarias y que fueron leídos por chicos de distintas comunidades. Reividicamos esas comunidades en las que está viva la lengua porque en la urbanidad se van perdiendo. Como nos ha pasado a muchos que hemos migrado, mi papá no me contaba en su lengua por miedo a que me discriminen. Hay una generación que es la mía, y luego la de mi hija, que estamos reaprendiendo la lengua que se fue perdiendo. Es un trabajo difícil y costoso.
—¿Se puede decir que la literatura es una trinchera desde donde peleás por la pervivencia de las culturas indígenas?
—Totalmente, es una trinchera porque es un lugar de resistencia. La lengua y la poesía son lugares de resistencia. Lo veo desde ahí, uno trata de visibilizar y divulgar hacia lugares donde no llega el mundo indígena, como las infancias, frente al bombardeo permanente occidental de idiomas como el inglés, que no está mal, pero es solamente ese. Acá en Rosario la cultura qom está presente pero muy invisibilizada y es un desafío visibilizarla. Mi trinchera es la poesía y también mis títeres, con los que voy por varios lugares con las leyendas que escribo.
—Tus obras anteriores estaban ligadas a tu experiencia docente. ¿En las dos últimas pasa lo mismo?
—Bichividas está más ligado a Mainumbí y la cajita luna y Sonqoy multicolor, que son producciones que tienen una mirada docente y están teñidas de mi práctica de maestro y de mi conocimiento sobre qué les gusta a las infancias. Bichividas trae poemas muy cortitos como para la primera alfabetización. Niña Luna, en cambio, partió de un pedido de la editorial y tiene que ver con un proyecto pictórico en donde el texto acompaña ilustraciones muy bellas. Ahí me corrí de la mirada de maestro, lo pensé en términos mas poéticos y como un proyecto colectivo.
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“Bichividas” es un poemario trilingüe ilustrado por Marcelo Quispe y Betina Silva, de la Editorial Último Recurso.
—La escuela incorporó en su currícula lo que implicó la conquista en América y el despojo a los pueblos originarios. ¿creés que socialmente cuesta linkear esa historia con la lucha presente de los pueblos por sus derechos?
—Cuesta mucho. En Buenos Aires trabajo como docente en primaria y en un secundario que depende de la Universidad Nacional de San Martín. Este año me tocó recibir residentes docentes y varios de esos estudiantes dieron en clase el tema “pueblos originarios”. Mostraron cómo vivían las comunidades nómades y las sedentarias y, como vos decís, pude ver muy poca capacidad para vincular esos contenidos con el mundo indígena de hoy, que está vivo. ¿Cómo vive el mundo indígena hoy, cuál es su situación económica, hay tierras comunitarias en la Argentina, cuántas escuelas bilingües hay? En general no hay conocimiento, aunque reconozco que hay docentes que se involucran con el tema.
—¿No hay registro de que se trata de un conflicto irresuelto?
—Claro, porque más allá de los matices o grandes diferencias que han tenido los distintos gobiernos a lo largo de todos estos años de democracia, hay que decir que ninguno se ha ocupado del tema central que es la tierra y el territorio colectivo. Entonces el conflicto va a estar siempre abierto. Donde hay territorio colectivo lo quieren avasallar, como el caso de Jujuy con la nueva Constitución que permite la explotación minera de esas tierras, o los corren de un lugar a otro. Coincido con que hay un problema de fondo que está irresuelto y eso genera que el conflicto esté latente.
—Por un lado hay invisibilización, pero por el otro aparece la problemática de la estigmatización frente al conflicto. ¿Qué rol le cabe a la escuela frente a esta realidad?
—Creo que a la escuela le cabe una responsabilidad menor en esta tarea, acá lo que son importantes son las políticas de Estado. Por ejemplo, el proceso que se vivió en Bolivia desde el 2005, donde tuvieron protagonismo muchas culturas, se resolvió en lo político a través de una nueva Constitución que puso en ley la plurinacionalidad de ese país. Acá faltan dar pasos en ese sentido, la visibilización de los pueblos originarios tiene que ser traducida en una ley que dé profundidad a los derechos de identidad de las comunidades que existen. Los medios, por su parte, son los que han jugado un rol importante estigmatizando y generando opinión pública.
—Y con respecto a esta estigmatización presente, ¿qué concejo le darías a la docencia?
—En la escuela se tiene que trabajar mucho la problemática de la discriminación. Acá mismo en Rosario ser marrón se traduce en que no te respeten algunos de tus derechos. Hay una discriminación profunda en la sociedad hacia la marronidad, por ejemplo con la policía, y en la escuela también pasa con el insulto de “negro” o “indio”. Acá el docente cumple un rol central en deshacer el carácter estigmatizante que carga esa palabra hoy. En la escuela hay que contar que en el proceso de independencia, el mundo indígena y los negros estuvieron presentes. San Martín dijo “un día se sabrá que los indios, los negros y los pobres son los que construyeron la patria”.