Cuando el ciclo lectivo llega a su fin y las vacaciones se avecinan, las familias suelen temer no saber qué hacer en ese tiempo libre de ocupaciones, horarios, tareas y obligaciones. Es comprensible porque nos hemos acostumbrado a la rutina que marca nuestros pasos a seguir; a las agendas que nos indican qué debemos hacer, dónde y cuándo; a las imposiciones del mercado que intenta convencernos de que nuestro tiempo vale oro —siempre y cuando— seamos productivos; y a la tecnología que nos invita a encontrarnos a la distancia. Entonces las vacaciones, lejos de ser un alivio y un respiro, se convierten en nuestro peor enemigo.
Pero, aunque sea difícil, podemos hacer el intento de corrernos de esos mandatos y de las preocupaciones cotidianas para pensar en quienes no pueden elegir nada de todo eso, que nosotras y nosotros decidimos cada día. Aunque sea complicado podemos hacer el intento de transformar algo pensado en las niñas y los niños, sabiendo que siempre somos responsables de cuidar su tiempo de infancia. Por eso me atrevo a compartir estas palabras.
Me tomo la licencia de hablar en nombre de las niñas y los niños. Me animo porque tengo el gusto de compartir mi trabajo con ellas y ellos. Me arriesgo porque intento recordar mi propio tiempo de infancia, y porque siempre invito a transitar ese desafío a quienes ya se han vuelto grandes.
Porque, si bien es cierto que las épocas han cambiado y que las chicas y los chicos ya no son los de antes, hay algo que permanece intacto. Es esa infancia que sigue necesitando juegos, palabras y relatos; que pide a gritos tiempo para crecer; que no quiere ser tratada como personas adultas en miniatura; que reclama amor, paciencia y cuidado.
Dicho esto, y asumiendo que es posible no estar en lo cierto, comparto con ustedes algunos deseos para estas vacaciones de verano:
Que el tiempo se pase volando entre juegos, fantasía y cuentos.
Que pueda jugar a lo que se me dé la gana, con autos, camiones, muñecas, pelota, disfraces, acuarelas y bloques.
Qué bueno sería que, alguna vez, pudiera cansarme de tanto jugar.
Que algunos momentos se vuelvan aburridos para que consiga inventar algo que nunca antes había imaginado.
Que pueda embadurnarme con barro de pies a cabeza o empaparme jugando al carnaval, que pueda jugar moviendo mi cuerpo sin que nadie me diga “quédate quieta, quédate quieto”.
Que converses conmigo y puedas escucharme sin anticiparte. No creas saber todo lo que tengo para contarte.
Que acunes mis sueños con una canción o una historia de viejos tiempos y que me leas un libro.
Que me lleves a la plaza y me cocines mi comida preferida.
Que juegues un rato conmigo, que me regales un poquito de tu tiempo.
Que en estas vacaciones podamos encontrarnos para que ese tiempo no sea tuyo ni mío, sino nuestro.