Soy un Pirá Pitá. Aunque ahora estoy aquí solito, hubo un tiempo en el que viví con mi familia, en el río marrón. Mi mamá siempre me decía: Los Pirá Pitá somos los peces más bellos del río. Pero vos, hijito, sos el más hermoso.
Soy un Pirá Pitá. Aunque ahora estoy aquí solito, hubo un tiempo en el que viví con mi familia, en el río marrón. Mi mamá siempre me decía: Los Pirá Pitá somos los peces más bellos del río. Pero vos, hijito, sos el más hermoso.
La mañana en que los humanos me descubrieron nadando por la superficie, se quedaron maravillados.
¡Al fin las personas admiran mi belleza!- pensé. Los seguí y me fui con ellos.
Los días en el Acuario no son todos iguales, yo los diferencio por los colores.
De lunes a viernes, son blancos. Vienen los chicos de guardapolvo con las señoritas. Así las llaman ellos: Seño, señorita. ¿Me atás los cordones? ¿Me tenés la campera? Quiero ir al baño. Se ve que todas se llaman de la misma manera. En cambio, ellos tienen unos nombres hermosos: Tomás, Flor, Agustín, Sofía, Santi. Las señoritas les dicen que se porten bien y que escuchen al coordinador que les cuenta los secretos de nuestras vidas.
Los sábados y domingos son multicolores. Vienen niños de distintas formas, tonos y tamaños. Andan por todos los rincones. Los acompañan personas mayores, pero no los acomodan en filas, ni los hacen callar cuando gritan.
Más allá de lo que pase afuera, yo sigo en este agüita clara donde nunca me falta la comida. Aunque a veces extraño los mimos de mi mamá, estoy muy bien instalado aquí. ¡Y hasta aprendí a descifrar el extraño lenguaje de las personas!
Sin embargo, no es fácil ser un pez tan atractivo. A veces, tanta admiración cansa. El otro día inventé un juego para mí solo. Es así: me tengo que quedar bien quietito. Sin mover ni siquiera una aleta, a ver cuánto aguanto. Ayer batí récord: estuve toda la tarde duro como una piedra. Lo hago un poco para entretenerme, y otro poco para que el público se aburra y se vaya. Me aturden las voces chillonas con las que martillan mi cabeza.
Hoy es lunes, hoy es día de los chicos de blanco.
Ahí viene uno corriendo? es un torbellino. Pero al verme se detiene.
Es hora de empezar el juego, me quedo congelado.
¿Qué le pasa a este que no se va? Pasa el tiempo y no logro espantarlo con mi nadería. Me mira fijo, como hipnotizado.
Él tampoco se mueve. ¿Me estará copiando?
De pronto, empieza a saltar, agita los brazos, da vueltas alrededor de la pecera.
Ahora es mi cuerpo el que se sacude. No puedo evitarlo ¡Estoy dando unos saltitos muy divertidos!
Me parece que entre los dos inventamos un juego buenísimo.
¡Oh!... ¿Y ahora? Parece que algo no está bien. Se le acerca la señorita.
—Federico, ¿Qué te pasa? ¿No tendrás fiebre? ? Le pregunta mientras le toca la frente. Estuviste toda la mañana en el mismo lugar y te perdiste el recorrido.
—No me pasa nada, seño. Miro el pez.
—Bueno, pero en un ratito hay que volver a la escuela y todavía te falta escribir qué fue lo que más te gustó de la visita al Acuario.
—Sí, sí, seño. Andá tranquila.
¡Se llama Federico!
¡Pero qué chico tan raro! Ahora está tirado de panza en el piso, se inclina con el lápiz sobre una libretita, mientras saca la punta de la lengua.
Pega un papel sobre el vidrio de mi pecera:
—Tomá, es para vos. Es una pescadita, te la dibujé para que te haga compañía. Yo ya me tengo que ir.
Sensaciones extrañas se apoderan de mi cuerpo. Un calor desconocido entibia mi sangre fría, despeinándome las escamas. Un cosquilleo en la nariz y mi boca se estira hacia arriba. ¿Acaso es una sonrisa?
Lo saludo con un salto.
Él se va, silencioso y pensativo.
Soy el Pirá Pitá y esta es mi historia.
¿Alguno de ustedes es Federico?
Por Walter Palena