Tenemos la suerte de que un grupo de personas preocupadas por las guerras, la desnutrición y pobreza se haya convocado, dejando de lado su vocación de servicio, frente al Museo Castagnino para exorcizar de la semilla del mal a esta sociedad corroída por la violencia que genera la obra artística de Superman. Voltaire decía: "Entrad en la Bolsa de Londres, ese lugar más respetable que muchas cortes; allí veréis reunidos a los diputados de todas las naciones para la utilidad de los hombres. Allí el judío, el mahometano y el cristiano tratan el uno con el otro como si fuesen de la misma religión, y no dan el nombre de infieles más que a los que hacen bancarrota; allí el presbiteriano se fía del anabaptista, y el anglicano recibe la promesa del cuáquero. A la salida de esas pacíficas y libres asambleas, los unos se van a la sinagoga y los otros a beber; éste va a hacerse bautizar en una gran cuba en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; aquél hace cortar el prepucio de su hijo y hace farfullar sobre el niño palabras hebraicas que no entiende; esos otros se van a su iglesia a esperar la inspiración de Dios con el sombrero en la cabeza y todos están contentos" (atribuye la libertad de la que goza en Inglaterra al pluralismo religioso). Si no hubiese en Inglaterra más de una religión sería de temer el despotismo; si hubiese dos, se cortarían mutuamente el cuello, pero como hay treinta, viven en paz y felices. La Iglesia no tardó en incluir los libros de Voltaire en el index de libros prohibidos. En el catolicismo vigente desde la Edad Media, la Iglesia que castigaba tan fieramente las herejías era extremadamente indulgente con el pecado. Bastaba acercarse a la confesión, oraciones o limosnas para la Iglesia, quien administraba la salvación de los hombres.