Laura Klein es filósofa, poeta y ensayista. En 2005 puso en cuestión el tema del aborto en su libro "Fornicar y matar", donde discute los argumentos del prohibicionismo, pero también los del discurso más progresista. Afirma que el título de la primera edición tiene una "perfección poética que el establishment políticamente correcto no soporta"; sin embargo, no fue esa la razón por la cual en 2013 publicó una versión ampliada que pasó a llamarse "Entre el crimen y el derecho (el problema del aborto)". "El objetivo es que el texto sea una herramienta de debate y había gente que no lo citaba", admite. Estuvo en Rosario y dio la charla "El aborto: un desafío a la democracia y a la Iglesia", en la Facultad Libre. Señala que en los últimos 30 años la discusión pasó del terreno "de la moral sexual, la defensa de la familia y la revolución sexual a la bioética, la eutanasia, las tecnologías reproductivas y los derechos humanos", y afirma que "los discursos son más culpabilizantes ahora que en los años 70".
—¿Por qué el cambio de título?
—El primer título tiene una perfección poética que el establishment políticamente correcto no soporta. Habla de lo que no se habla cuando se debate el aborto, que es sexo y muerte. No como sustantivos, sino como verbos. En los últimos 30 años hubo un viraje del terreno en el que se discute el aborto. Antes los argumentos pasaban por la moral sexual, la defensa de la familia, la liberación de la mujer y la revolución sexual, ahora son bioética, eutanasia, tecnologías reproductivas y derechos humanos. Antes se debatía si la mujer podía o no tener sexo sin embarazarse, ahora si el feto es un ser humano. Cambió el objeto del debate. "Fornicar y matar" sale de los dos mandamientos por los cuales la Iglesia castigó el aborto: no fornicarás y no matarás. Hasta 1869 la postura de la Iglesia era que la conformación fetal hasta los tres meses era indigna para recibir al alma humana. Después ya no habla de alma, sino de ADN y tiene argumentos cientificistas y laicos. Con el título pasó que daba cierta impresión. El objetivo es que el texto sea una herramienta de debate, pero había gente que lo utilizaba pero no lo citaba. Entonces decidí cambiarlo. "Fornicar y matar" es un poco ubicuo, pero quien abre el libro se da cuenta que planteo la legalización. Aunque creo que los argumentos a favor tienen un peso que es nocivo, son del peor liberalismo de los años 90.
—Se dice que abortar es una elección libre. Es una decisión, una encrucijada, pero ninguna mujer elige libremente abortar. Se habla del control del propio cuerpo, pero hay un embarazo que no controlamos. Son argumentos que nos obligan a las mujeres a justificarnos. La pregunta no es por qué hay que legalizarlo, sino por qué está prohibido. Hay que dejar de justificar que no estamos matando. Debe desarmarse la farsa de los argumentos científicos de un lado y del otro, donde con el mismo rigor se puede demostrar que la vida empieza en la concepción, con la anidación, con la sensibilidad y con la conciencia. Eso nos atrapa en una discusión indefinida e hipersofisticada, alejada de la experiencia real de la mujer que aborta.
—Se habla de ampliar derechos: matrimonio igualitario y ley de identidad de género. Pero el debate del aborto sigue obstaculizado.
—El aborto desafía a la democracia. Una mujer aborta y no se saca una muela, decide sobre una vida posible. En democracia el monopolio de la violencia lo tiene el Estado, y abortar es una violencia. Que esa decisión esté en manos de una mujer, desafía a los pilares filosóficos y políticos de la democracia. Igual en la eutanasia: son particulares que deciden sobre la vida y la muerte. En el aborto también entra en conflicto con los varones y se cuestiona en qué posición queda el hombre. En este punto hay que discriminar sexualmente, porque es el cuerpo de la mujer el que atraviesa por la experiencia del embarazo y del aborto, y es intransferible.
—Pero es un hecho que cada año medio millón de mujeres abortan.
—La prohibición no disminuye la cantidad de fetos muertos y sí aumenta la cantidad de mujeres muertas en la clandestinidad. Y no sólo mujeres pobres. Pero decir que es una deuda de la democracia, es fetichizarla. En las democracias occidentales, en materia de migración, droga, prostitución y aborto, se cumple el fenómeno donde la prohibición no erradica la práctica, sino que empuja a los migrantes ilegales, a las prostitutas, a los adictos y a las mujeres a la muerte. Es ingenuo pensar que en la democracia la vida de las personas es lo más importante.
—El problema del aborto se visibiliza con la muerte de las mujeres, ¿qué cambió con la aparición del aborto medicamentoso?
—Cambió el escenario, pero no cambiaron los discursos. Los discursos sobre las mujeres que abortan son más culpabilizantes ahora que en los 70.
—¿A qué se refiere?
—En los 70 el discurso pasaba por la libertad sexual. Las mujeres decían "este cuerpo es mío" y no había referencia al "control del cuerpo". Ese argumento, unido al discurso de maternidad responsable, termina culpabilizando a la mujer que pasa por la experiencia de abortar y no siente ni libertad en esa decisión ni control de su cuerpo. Es un discurso que no da lugar a la complejidad de la experiencia.
—¿Se avanzó en algo?
—Se avanzó en la militancia barrial y social, hay proyectos y legisladores dispuestos a discutirlos y votarlos. Pero hay que evitar que la discusión jurídica, que es importante para justificar que el aborto legal consuma un derecho pendiente, lo permee todo. Salir de la lógica binaria y apelar a la experiencia. Como decía (Pier Paolo) Pasolini: "Es una culpa, pero tiene que ser legalizada".