Mientras la Argentina permanece en alerta ante el avance del ébola, que ya escapó de las fronteras de Africa, los rosarinos Leandro Barreto y Romina Miño conviven con la cercanía del virus que ya se llevó miles de vidas a pocos kilómetros de su casa.
Los jóvenes voluntarios están haciendo tareas de alfabetización desde hace cuatro meses en Guinea Bissau, a unos pasos de Guinea Conakry, uno de los países más afectados por la epidemia más mortífera de ébola de la historia.
Cuando llegaron el virus ya era noticia. El 21 de marzo, las autoridades de Guinea habían anunciado que la misteriosa enfermedad hemorrágica que había causado la muerte de 59 personas en esa región era ébola. Y el 5 de junio, la Organización Mundial de la Salud ya admitía que se trataba del tercer brote más letal que se haya conocido.
“Sabíamos que el problema existía, pero no había tanta información ni a nivel global ni en el propio país. Al mes de estar acá explotó, y Guinea Bissau no estaba preparado. Hace apenas un mes que cerraron la frontera con Guinea Conakry, país que está al sur con graves problemas por el ébola y desde donde se puede cruzar a pie”, contó Leandro el viernes. Junto a su esposa, accedieron a hablar con La Capital vía chat. La charla se extendió por más de una hora mientras soportaban 30 grados a la medianoche.
“Estamos a sólo 500 kilómetros del desierto del Sahara y muy cerca del mar, así que es muy húmedo. Al principio nos bañábamos hasta cinco veces por día, pero ahora lo bancamos mejor”, dijeron.
El clima, el idioma, las costumbres, la comida, el modo de relacionarse, todo distinto. Y encima el ébola. “Es increíble pero acá no hay ningún caso registrado, todavía. Sabemos que si llega puede ser terrible. Unos médicos amigos nos decían que Guinea Bissau no está preparado ni en lo más elemental desde el punto de vista del equipamiento ni de los recursos humanos”, comentaron. “Miedo no, pero sí tenemos mucha preocupación y nos hemos preguntado qué hacemos si la epidemia avanza hacia este lado. Por ahora lo tomamos con cierta calma, entendiendo que es algo más que se suma a este desafío, a la tarea de alfabetización de adultos que vinimos a hacer y a la que ahora le sumamos acciones de prevención del ébola”.
En cada comercio del pequeño país en el que están viviendo Leandro y Romina hay fuentes con lavandina para lavarse las manos (una medida que de hecho no sirve para evitar el contagio). “Con el calor que hace acá el sudor es constante y el roce entre unos y otros puede provocar el contagio”, dijo Leandro.
“El ébola no sólo los afecta desde el punto de vista de la salud sino que apunta a sus costumbres, a lo más íntimo de sus vidas. Acá cuando alguien muere, el cuerpo debe ser lavado, y eso es contacto directo que en este momento no está permitido. Es muy fuerte para ellos”.
La gente, que se informa por radio —apenas hay televisores— está pendiente de las novedades. Muchos tienen parientes en Guinea Conakry con quienes no pueden juntarse. Pero a pesar de los temores la vida intenta ser normal. Es que el impacto emocional que ocasiona la expansión del virus se atenúa frente a los constantes dolores a los que este pueblo del oeste de Africa está acostumbrado.
“Es un país muy pobre con necesidades de todo tipo. La tasa de analfabetismo aquí es de más del 50%, y en su mayoría, las que no acceden a la educación son mujeres, que de hecho soportan de todo. Por ejemplo, la ablación genital femenina todavía se practica en el interior, aunque hay muchos logros sobre este tema. El VIH es una enfermedad que afecta a hombres y mujeres y que alcanza al 40% de la población. Frente a este cuadro, la cuestión de una epidemia, que se supone tiene un comienzo y un final, se convierte por desgracia en un mal menor”, reflexionó Romina.
Leandro tiene 28 años, es de Nuevo Alberdi y se recibió de técnico en prevención comunitaria. Romina es licenciada en trabajo social, carrera que cursó en la Universidad Nacional de Rosario y es del barrio 7 de Septiembre. Se declaran orgullosos hijos de la educación pública y con la misma pasión cuentan que son miembros de la Iglesia del Nazareno, de Alberdi. La fe y el compromiso por el otro son sus banderas más altas. Una forma de vivir que se alimenta del amor entre ellos, y hacia el prójimo.
Se enamoraron mientras hacían tareas solidarias en La Cerámica, el barrio que adoptaron, y hace cuatro años se casaron. La posibilidad de viajar a Africa surgió casi de casualidad por invitación de un grupo de misioneros conocidos que estaban allá, y de algún modo esa oportunidad se unió a una necesidad personal de vivir una experiencia intensa y reveladora cerca del sufrimiento más extremo, una manera “de aprender mucho más en esto de dar servicios a otros, algo para lo que nos hemos formado”.
Contaron que estos cuatro meses en Guinea Bissau los unieron de un modo especial. Que se comprenden y contienen cuando uno de los dos sufre los embates del choque transcultural, y que nos es nada fácil hacerle frente a esas emociones.
Convencidos de que el amor es una fuerza poderosa, afirman que lo “usan” tanto para sostenerse en los momentos complicados como para alegrarse por la intensidad de lo que están viviendo.
El trabajo de alfabetización para adultos lo realizan en la capital del país, y además, en el interior, en la zona de aldeas, forman parte de un proyecto educativo. Planean terminar esta etapa en enero, volver a la Argentina y regresar a Africa.
“Extrañamos, desde ya, y sabemos que nuestras familias están re preocupados con todo esto que está pasando, más que nosotros”, dijeron durante la charla, mientras aprovechaban que a pesar de la hora todavía tenían electricidad, un servicio casi de lujo en esas tierras.
Lejos de los bares rosarinos, de la movida nocturna, de los amigos de toda la vida, los chicos encuentran sus momentos de distracción. La única plaza que existe es el punto de encuentro para los más jóvenes, y allí van los dos a tomar warga, un té muy dulce de la tribu de los Fulas, que sirve como excusa para el encuentro y la conversación amable con jóvenes africanos y algunos argentinos que conocieron en el lugar.
“Estamos muy agradecidos. Dar es una forma de andar, cantó Fito. Creemos que Jesús lo vivió y desde allí nosotros intentamos seguir ese ejemplo. Sin dudas desde lo humano, desde lo más profundo, esto nos va a cambiar la vida”.