El miércoles 14 de enero se publicó un artículo en este diario en el que aparecía un supuesto pescador, quien arrancó de las aguas del Paraná un dorado de 25 kilos. Y digo supuesto porque un verdadero pescador, de pura sangre, es aquel que ama el río y la fauna que en él existe. De ser como este último, una vez el pez arriba del bote, de maravillarse un momento ante semejante ejemplar y sacada la foto de rigor, habría devuelto el pez al agua. ¿Qué más? ¿Era necesario robárselo (como bien aportaba el título del artículo) al río para ponerlo como trofeo, para que sus amigos igual de cretinos lo observen ahí, tieso, estéril, exangüe? Seguramente esta situación le hará sentir una gran virilidad, de macho fuerte, de superioridad sobre el animal (en fuerza, no en inteligencia, claro). En alguna parte del Leviatán, Thomas Hobbes dice que "el hombre es el lobo del hombre". Yo agregaría que el hombre es el lobo de todo lo que existe. Este, el del bárbaro pescador, aunque es un caso mínimo, no hace más que significar la depravación, la voracidad egoísta, descontrolada y sin objeto del hombre. Esta es la conciencia nula que inflinge un daño irreparable al planeta, día tras día. Un mal pescado, un mal hombre.