Fabián Andrés Córdoba, hombre cercano al líder de la barra brava de Rosario Central, Andrés “Pillín” Bracamonte, fue condenado a 12 años de prisión como autor del asesinato de Ezequiel Jesús Alarcón, quien fue baleado en la cabeza con una pistola calibre 22 el sábado 10 de diciembre de 2011 en barrio Ludueña y falleció cinco días más tarde en la sala de terapia intensiva del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez. El juez de Sentencia Edgardo Fertita dictaminó que Córdoba fue autor del delito de “homicidio agravado por el uso de arma de fuego en concurso real con portación ilegítima de arma de fuego de uso civil”. En la pesquisa estuvieron mencionados dos hijos de Córdoba, quienes con el correr de la instrucción fueron desvinculados del expediente. El magistrado, además, ordenó que uno de los testigos presentado por la defensa del acusado sea investigado por la posible comisión del delito de falso testimonio.
El 21 de diciembre de 2011 Héctor “Tito” Alarcón relató en La Capital las circunstancias en las que su hijo Ezequiel, de 19 años, era herido de muerte en las inmediaciones de Urquiza y Matienzo. Y no se quedó en el relato. Acusó directamente a Fabián Andrés Córdoba y a dos de sus hijos.
“El sábado 10 mi hijo había salido con su moto a la calle, eran cerca de las 17.30. En eso veo desde mi ventana una moto que venía por calle Felipe Moré, va hasta San Lorenzo y vuelve por Matienzo. Me paro y voy para la calle a ver qué pasaba. Entonces escucho un montón de tiros, me asomó y estaba mi hijo tirado en la calle con dos balazos en la cabeza”, relató Alarcón. “A estos pibes los conozco”, dijo el hombre en referencia a los agresores, “son de la hinchada de Central, la familia Córdoba”.
Una mujer. Las 46 fojas en las que el juez de Sentencia Edgardo Fertita desarrolla su fallo sirven como acercamiento para ver cómo era la vida en los confines de barrio Ludueña allá por diciembre de 2011; cómo el enfrentamiento entre dos pesados de la barra de Central (Elvio “Cato” Molaro y el mismo Córdoba) podía terminar con una muerte; y cómo la disputa entre dos hombres acostumbrados a la lucha por el paravalanchas podía tener como detonante un elemento externo al mundo de la barra: una mujer.
Casi dos años antes antes del crimen, a fines de febrero de 2010, la esposa de Cato Molaro había denunciado pública y judicialmente que Pillín Bracamonte había baleado a su hijo de 21 años. En ese momento Cato estaba detenido, acusado de ser el autor del homicidio de Aldo José Tejeda en la previa del partido clásico que se jugó en el Coloso del Parque el 22 de noviembre de 2011. Posteriormente, Molaro fue desvinculado de esa acusación. Pillín y Córdoba eran íntimos y estaban enfrentados a Molaro.
Como en una telenovela de la tarde, una mujer fue la excusa para que se desatara la tragedia. Esa mujer había sido novia de Córdoba, había tenido un affaire con Molaro y al momento del crimen de Ezequiel Alarcón era su pareja. Según se desprende del fallo, Córdoba juró venganza contra Molaro y el real objetivo de la venganza era él o la mujer. Y cuando la muchacha se vinculó con Alarcón, lo puso en el blanco de la furia de Fabián Córdoba.
El sábado 10 de diciembre de 2011, aproximadamente a las 17.30, Alarcón salió de su casa ubicada en Urquiza al 5300 con su moto color rojo. En eso estaba cuando una moto con dos hombres armados le salió al cruce. Para la acusación, quien conducía era uno de los hijos de Córdoba y él iba como acompañante. Los dos portaban pistolas. Un testigo indicó que otro hijo de Córdoba, apodado “Tacuara” y recientemente condenado a 7 años y 6 meses de cárcel por el crimen de Beatriz Heredia, estaba en la escena a pie y armado, pero con el devenir de la causa su presencia sólo quedó en una mención.
Testimonios cruzados. En el fallo del juez Fertita puede palparse la complejidad que afrontó el magistrado al tener que valorar los testimonios. Por un lado, familiares y vecinos allegados a Alarcón narraron, a las pocas horas del asesinato, la dinámica de los hechos y los nombres de los ejecutores. Por otro, varios testigos aportados por la defensa de Córdoba situaron al principal acusado a la hora del crimen comiendo un asado en el “Caribe canalla”, la playa que Rosario Central tiene frente a su estadio. Otros testigos de la defensa relataban la secuencia del crimen a distancia, pero las fisonomías que aportaban de los agresores eran diferentes a las dadas por las víctimas.
“La dilucidación de la muerte de Ezequiel Alarcón obliga a quien se expresa a realizar un análisis pormenorizado de los testimonios rendidos toda vez que éstos convierten a la presente investigación en una contienda dialéctica que el decisor debe develar determinando la credibilidad y el grado de eficacia probatoria que le merezcan los testimonios, de acuerdo con los principios de la sana crítica. Y atendiendo a las condiciones intrínsecas y extrínsecas de cada uno y a la calidad, fama e ilustración de los testigos, privilegiando la calidad y credibilidad que le merezcan”, explicó Fertita en su fallo.
Otro dato que no escapó al juez fue que Córdoba se mantuvo prófugo desde la fecha del crimen hasta el 27 de Octubre de 2013, cuando fue detenido en un colectivo en el que la barra brava canalla se aprestaba a viajar a Misiones para ver a Rosario Central. Córdoba, quien declaró ser encargado de un bar de Urquiza al 1300, dijo que no se había presentado porque no tenía dinero para pagar un abogado. “Estimo improcedente aceptar que una persona se mantuvo prófuga durante un tiempo tan prolongado utilizando como pretexto que no tenía dinero para un defensor”, dijo el juez en su dictamen.
Entre los testimonios valorados por el juez hubo el de un niño que presenció el ataque y que fue interrogado mediante Cámara Gesell. El pequeño dijo: “Lo mataron al Exe. Estaba con mi mamá y dos tías y lo vi; le dieron un tiro dos pibes: Fabián Córdoba y G. l (Alarcón) quedó al lado de la moto y se murió”, fue el relato sencillo y sin prejuicios de la criatura.