Germán Abdala (1955-1993) fue un sindicalista y político argentino, dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) e integrante del grupo de ocho legisladores justicialistas que rompió con Carlos Saúl Menem en 1990. Sufrió una penosa enfermedad que lo obligó a someterse a veintiséis cirugías antes de morir en plena juventud. Muchos lo consideraban el cuadro más destacado de su generación. En su despedida final, su amigo Carlos Chacho Álvarez dijo: “Se fue el mejor de los nuestros”.
Bernardo Neustadt (1925-2008) trabajó como periodista político y se hizo famoso con el ciclo televisivo semanal “Tiempo nuevo”, que se extendió durante tres décadas en las que gozó de gran influencia social. Fue un conspicuo representante del pensamiento conservador. Alcanzó el pico de su popularidad durante la primera presidencia de Menem, cuando se convirtió en el defensor oficioso de las privatizaciones de empresas del Estado.
En 1985, ambos se encontraron en una emisión de “Tiempo nuevo”. Lo que sucedió entonces merece ser recordado.
Abdala (el video puede verse en YouTube) participó en esa ocasión de una mesa de debate, donde se vio rodeado por economistas y políticos neoliberales. “Cuando el Estado se metió a planificar fue siempre un fracaso. En los últimos cincuenta años…”, disparó uno de los panelistas. “¿Adónde? ¿En la Argentina? Pero si tomamos desde 1940 hasta acá, apenas hubo dos períodos de legitimidad popular en los que, realmente, el Estado cumplió un rol de planificación, de alentar la producción, las áreas industriales. Y hubo treinta años de ilegalidad, de represión, de entrega”, contestó Abdala. “Pero también conducidos por el Estado”, fue el inmediato comentario de otro participante. “Sí, al servicio de otra política”, replicó Germán.
“Eso no importa”.
“¿Cómo que no importa?” —la reacción de Abdala fue sanguínea—. “No es lo mismo, el Estado tiene color, nombre y apellido, proyecto político, proyecto de vida. No podemos tomarlo como algo abstracto. El que lo corporiza con una política es el responsable. Entonces, el peronismo no se puede hacer responsable de lo que se hizo desde el Estado durante décadas en el país”.
Y entonces intervino el propio Neustadt: “Abdala, Abdala, ¡Abdala! Usted vino como sindicalista, y se me ha puesto en intelectual y filósofo. Doña Rosa está diciendo en este momento, «¿pero éste me representa a mí?»”.
“Claro que sí, tampoco hay que subestimar —dijo un calmo y sonriente Abdala—. Los trabajadores no necesitamos estar siempre en mameluco y pidiendo por un salario. Los trabajadores pensamos también en el país que tenemos; los sectores populares también tenemos un planteo, una propuesta que hacer. No solo está el discurso de un sector dominante”.
Y entonces Mariano Grondona —infaltable escolta de Neustadt— aportó su grano de arena “filosófico”: “Lo que pasa es que nosotros no quisimos crecer, Abdala, no quisimos porque no hicimos el esfuerzo”.
Abdala no estuvo de acuerdo con quien se erigió en fervoroso partidario de cada golpe de Estado que se produjo en la Argentina: “No, aquí crecimos, este fue un país con justicia, con equidad, donde hubo salud, hubo educación, hubo vivienda, hubo distribución de los ingresos, y después... destruyeron todo”.
Este choque entre dos cosmovisiones opuestas, producido hace ya treinta y cinco años, revela que la tan famosa “grieta” dista de ser nueva. Y que siempre hubo “Germanes”, y también “Bernardos” (o “Marianos”).
La prematura partida de Abdala privó al país de un dirigente excepcional, tanto en lo político como en lo ético.
La ausencia de Neustadt, en cambio, fue velozmente subsanada por la aparición de nuevos “talentos” mediáticos, eficientes portavoces del mensaje de los grandes grupos económicos. Hoy, por cierto, son multitud.
Cada uno de los argentinos sabrá de qué lado de esta “grieta” se ubica, y por qué.