Si bien padre de la democracia es un título que algunos podrían cuestionar, debido a que la misma es una construcción colectiva de conductas, es insoslayable la contribución que le ha hecho a la misma el doctor Raúl Alfonsín. En épocas aciagas, de ciclos económicos mundiales en recesión, de poder menguado y conflictos latentes, debemos reconocer el enorme esfuerzo, hasta el punto de relegar orgullos personales en pos de la continuidad institucional. Fue un férreo defensor de la división de funciones, de un Estado respetuoso de las normas que lo rigen, del equilibrio. Sostenía que vivimos una democracia en sentido amplio, pero con sólo mirar la realidad de exclusión imperante y los derechos básicos irresueltos afirmaba que en sentido estricto no vivimos en democracia. Cada día cobra más relevancia su afirmación de que el sistema político actual no debe interpretarse como la sola emisión de sufragio por parte del pueblo. Declamó mayor participación. Varias veces se equivocó, otras tantas no le quedó escapatoria y tuvo que priorizar y en su afán por defender la continuidad democrática tuvo que hacer concesiones. Algunos juzgan esos hechos con el diario del lunes. Tuvo visión estratégica, algo que tanto hace falta por estos días. Quiso trasladar la Capital hacia el sur, para desarrollar esa región del país. Algunos no lo entendieron. Algunos lo menospreciaron. El legado que nos deja, a los más jóvenes, sobre la discusión política argumentada, transparencia, integridad, sencillez, valores y sueños. La democracia te despide, Don Raúl, esperando alguna vez convertirse en el medio para que comamos, nos curemos y eduquemos. De nosotros depende que hagamos honor a esa premisa.