Hay vidas que transcurren al borde, anónimas, marginales. Existencias que, paradójicamente, adquieren registro institucional con la muerte. Ese parece ser el caso de los dos cuidacoches de la zona de Mendoza y Santiago que discutieron hasta que uno de ellos apuñaló al otro el sábado a la noche. Los datos escuetos que recogió el legajo penal muestran dos historias de desamparo y vulneración. Lo poco que se sabe de ellos es que vivían en la calle. Que no se llamaban como decían o creían llamarse. Que hasta el momento no se presentaron familiares preguntando por el que falleció o el que está preso. Y que este último, un joven chaqueño de 28 años que apenas puede escribir, no parece ubicado en tiempo y espacio.
Por eso se suspendió ayer la audiencia imputativa que iba a realizarse en su contra. Habrá que esperar a que un médico forense dictamine si es capaz de comprender los alcances del trámite que lo mantiene en prisión.
Ese muchacho con aspecto de abandono, de pelo negro ensortijado y en apariencia desconectado del entorno presenció los pocos minutos de la audiencia judicial en que se resolvió postergar el trámite. Estaba vestido igual que al ser detenido, con una camiseta alternativa de River y zapatillas negras andrajosas. Antes de que le imputaran formalmente el crimen la defensora pública Adriana Lucero pidió suspender el acto ante la "sospecha de incapacidad" del joven para comprender lo que ocurriera en la audiencia.
Pidió que sea examinado por un forense para que éste determine si está orientado o bajo el efecto de alguna sustancia. El fiscal Rafael Coria, quien previó imputarle el delito de homicidio simple —y no la figura más leve de homicidio en riña, como trascendió al inicio— no se opuso al pedido. El juez José Luis Suárez dispuso que lo revise un médico. Mientras tanto el muchacho acusado sigue preso en una comisaría. Si se determina su capacidad de comprensión la audiencia se hará hoy.
Ni el nombre. El acusado sólo habló para decir su nombre. El juez se lo preguntó dos veces. "Enzo Hernán M.", respondió en ambas. Sin embargo el dato que maneja la fiscalía es que se llama Víctor Adrián M. Esto surge del cotejo de sus huellas dactilares, el cual arrojó que carga con antecedentes por delitos contra la propiedad pero sin condena. No está claro por qué brinda otro nombre. Entre sus datos oficiales figura que nació en Resistencia, Chaco, que tiene 28 años, que su ocupación en algún momento fue la de ayudante de albañil y que no terminó la escuela primaria.
Está acusado de la muerte de un conocido con quien se enfrentó el sábado a las 20 en Mendoza y Santiago, a metros de la iglesia Nuestra Señora de Lourdes. Un tercer cuidacoches fue testigo. Contó que discutieron porque uno de ellos recibió dinero del dueño de un auto estacionado en la zona del otro. En medio de la pelea, el testigo advirtió que la víctima caía al suelo. Y que enseguida M. se alejaba corriendo hacia Oroño. El se lanzó a perseguir al agresor mientras un vecino llamaba a una ambulancia y al 911. A los pocos minutos una patrulla de la Policía Motorizada atrapó al sospechoso en la esquina de Oroño y 3 de Febrero. La misma esquina donde duermen personas sin techo en colchones frente a la estación de servicio del Automóvil Club Argentino.
Cuando el cuidacoches que presenció todo regresó a la escena del crimen se encontró con los médicos que le practicaban resucitación a la víctima, que no pudo sobrevivir a un puntazo en el tórax. El testigo dijo que el hombre fallecido se llamaba Marcelo Fabián Peresín, de 39 años, que lo conocía desde hace años y que dormía en un colchón en la vereda. La identificación por huellas dactilares arrojó que su apellido en realidad su apellido era Perini, de quien poco se sabe más allá de sus carencias. El cuchillo usado en el ataque no se recuperó.
"No se puede hacer una audiencia contra una persona incapaz de comprender qué está pasando. Lo prudente es pedir una evaluación profesional", dijo la defensora Lucero y advirtió que el acusado es una persona "muy vulnerada en sus derechos económicos, sociales y familiares". Así, el acto judicial duró muy poco. Terminó cuando M. dibujó lentamente su firma en el acta judicial: su apellido en temblorosa letra cursiva.