Domingo 7 de diciembre, 2008, el sol descorre la oscuridad de la Plaza de la Cooperación, dejando a la vista su vientre amanecido de niños. No es el único escenario de esta injusticia que ya naturalizamos. Los actores son niños de la noche, que el amanecer visibiliza. Mocosos (por edad y secreción), pobres, sucios y "peligrosos". Me nace una frase ridícula y les digo: chicos no fumen, ¿desayunaron algo? Como pediatra me enseñaron a recitar las bondades de la primera ingesta del día. Una persona me advierte: ¡cuidado! no te acerques, están drogados. Pero los escucho a ellos: nos trae algo "seño" (será por alguna maestra que supo saciar algún hambre). Tejada haría poesía y Berni los pintaría. Busco algo y cuando llego con la bolsa perfumada de medialunas y bizcochos se acercan como palomas, no se abalanzan, sólo con sus ojos y aprovecho a confesarles que nosotros no pudimos, no hicimos, les hablo del tiempo que perdimos peleando, compitiendo y desarmando, teorizando, discutiendo; pero que ellos deben poder, deben crecer, no dejarse detener y escuchaban y preguntaban... y contaban, pero no había nadie que acompañara ni documentara nada, al menos la mirada de los más pequeños. En el VII Congreso Argentino de Psicoanálisis, en Córdoba se planteó el tema del individualismo, de lo que implica ignorar al otro. Carlos Fuentes es homenajeado por sus 80 años y habla del fundamentalismo del mercado, de la desigualdad y la codicia y las políticas públicas, que "no se trata de empobrecer a los ricos, sino de enriquecer a los pobres". Jamás la niñez fue más pobre, material y afectiva, al margen del estrato social en que transitan sus vidas. Recuerdo a mi madre, solo pertenecía al grupo de escritores humanistas e insistía, más allá de cualquier filosofía, creencia o religión, conocimiento o lo que sea, que lo fundamental es conmovernos por el prójimo, sobre todo cuando ese otro es un niño, que debe hacerse humano y digno.