“Yo no tengo miedo de perder la vida porque esta mochila que tengo se va a quedar acá. El día que me muera, Dios no me va a preguntar lo que hice con lo que sabía”. Un año y un mes antes de que lo mataran a tiros delante de su familia en la puerta de su taller, el mecánico Carlos Argüelles soltó esa pesada “mochila” al declarar sobre sus años junto a Esteban Lindor Alvarado y el sesgo violento con el que dirigió una organización de narcotráfico. El testimonio de agosto de 2020, fuerte y por momentos desgarrado, se reprodujo este jueves en la cuarta jornada del juicio al clan. En más de tres horas el fallecido Argüelles pasó revista de unos cuarenta asesinatos y hechos violentos ocurridos en los últimos años en Rosario a los que ubicó dentro de una misma trama. Con un Alvarado al que perfiló como el “asesino serial más grande de Argentina”.
La voz de este hombre de 46 años asesinado el 6 de septiembre del año pasado volvió a escucharse en una grabación transmitida en el juicio por asociación ilícita, homicidios y delitos de lavado que arrancó el lunes contra siete personas en el Centro de Justicia Penal. Argüelles no declaró como testigo sino en su carácter de imputado de pertenecer a la banda. El interrogatorio al que fue sometido entonces por los fiscales Luis Schiappa Pietra y Matías Edery es una pieza clave en el debate en curso.
La exhibición del testimonio fue precedida por la declaración de un investigador policial del crimen del mecánico. Explicó cómo llegaron a los cuatro detenidos por el caso y dijo que el homicidio de Argüelles se gestó en el pabellón de la cárcel de Piñero donde estaba detenido Mauricio Laferrara, sindicado como sicario de Alvarado y también acusado en este juicio.
Autoincriminado
Tras el relato de su muerte, Argüelles apareció en pantalla. “Lo mío es voluntario", aclaró aquel día en que se presentó a declarar contra su jefe. “Yo entiendo que estoy imputado por una serie de hechos de los que participé. No vengo a hablar para desvincularme, todo lo contrario. Relataré textualmente cómo sucedieron las cosas y cómo terminé implicado en esto”.
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Contó que conoció a Alvarado en el año 2001 cuando tenía un taller en la calle Miller. En esa época el principal acusado en este juicio se dedicaba al rubro de vehículos robados, delito por el que fue condenado años más tarde como jefe de una banda que robaba a mano armada vehículos en el conurbano bonaerense y los desguazaba en Rosario.
“Conozco gente que jodía con los autos y como yo soy chapero y buen pintor empecé a arreglar autos. Esteban me los llevaba al taller”, recordó. Argüelles era el encargado de clonar autos mellizos o “ponchos” para la banda de Alvarado, un trabajo artesanal del que solía destacar su eficacia.
“En el 2004 tenía una causa y nos fugamos de forma cinematográfica. Nos fuimos con una avioneta a Paraguay. Estuvimos unos meses. De ahí me puso a pintar aviones. Esas avionetas traen cigarrillos Rodeo”, evocó, quizás en el único pasaje de corte anecdótico. El resto de la declaración adquirió un tono sombrío, en el que reiteradas veces lamentó las muertes de personas asesinadas: “Pienso en esas madres e hijos que se quedaron solos. Pónganse en ese lugar”.
Perfil del líder
Retrató a Alvarado como un hombre implacable, sanguinario y frío. “Le gusta torturar”, aseguró, y al respecto contó que solía quemar con ácido en las manos al darles dinero a los cuidacoches.
Reveló que durante la gestión de Maximiliano Pullaro como ministro de Seguridad planeaba arrojar desde una avioneta, en pleno partido de Rosario Central, “100 o 300 kilos de marihuana envueltas con el nombre de Pullaro para que lo echen”. Dijo además que planeaba secuestrar al hijo del actual diputado radical y que “siempre quiso matar a Pillín” Bracamonte, el líder de la barra brava de Central.
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“En los bunkers, a la gente se la mataba en la puerta. Esa era la forma que se cerraba un búnker. Caía la policía y lo cerraban. Los chicos de los bunkers son adictos, sin oportunidad, y los prendían fuego vivos. Acá nadie muere sin que Esteban decida, él está al tanto de todo. En 2012 se jactaba de haber matado a más de cien personas en esta guerra narco a la que estamos sometidos”, evocó.
“Esto es una dictadura —siguió Argüelles— en tiempos de democracia . Y digo esto porque en la dictadura mataban, desaparecían, los metían presos con causas inventadas, robaban, traficaban y torturaban. Y todas estas cosas las hace. Es una narcodictadura lo que él impone en esta ciudad. Por más que le den diez perpetuas, mientras pueda manejar gente seguirá matando”.
Además de trazar ese perfil violento, repasó los negocios de quien fuera su jefe y amigo, acusado de dirigir empresas alimentadas con dinero del delito: “Tiene dos marcas registradas. Una es Poncho Competición. Otra es AMF. AMF es alita, merca, faso. A él le gustaba jactarse de las cosas que hacía. Cuando mataba él decía antes de que llore mi mamá, que llore la tuya”. En ese aspectó enumeró negocios con transporte de camiones, corralones, préstamos, cambio de cheques, caballos, fideicomisos, industria del plástico y sábanas.
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La lista de los muertos
La lista de homicidios que repasó el mecánico, un año y un mes antes de pasar a engrosarla, es extensa. Entre maniobras como secuestros y desapariciones mencionó a cuatro compañeros de andanzas de Alvarado que murieron en un tiroteo con la policía cuando iban a asaltar una chatarrería en 2004, según dijo, entregados por él. También habló del crimen de Elías Bravo, un chico de 17 años asesinado con más de treinta balazos en Ludueña en 2011 y adjudicó a una orden de Alvarado los homicidios de dos hijos de Olga “Tata” Medina, una mujer condenada y a la espera de otro juicio por dirigir una banda narco en la zona norte.
En esa parte de su testimonio Argüelles agregó un primer ataque a tiros a Maximiliano “Quemadito” Rodríguez y el triple crimen de Granadero Baigorria, donde fueron asesinados Ezequiel “Parásito” Fernández, su hermano José “Grasita” Fernández y Gerardo “Abuelo” Abregú. La motivación esgrimida en cuanto a ese hecho fue el rumor de que querían secuestrar al hijo de Alvarado. A ese triple crimen le siguió el secuestro y desaparición de otro hermano de los Fernández, Nahuel, de quien dijo que fue “enterrado en un pozo y todavía lo están buscando”.
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Algunos de los datos vertidos por Argüelles fueron escuchados en los testimonios, también registrados en video y ya expuestos ante el tribunal, por los hermanos Rodrigo y Mariana Ortigala, quienes también fueron parte del entorno de Alvarado hasta que se enemistaron y terminaron declarando en su contra. “A Luis Medina lo manda a matar él. Me entero por boca de él pero luego de un tiempo. Dijo que amenazó a su familia, que Medina quería cobrarle la mitad de una avioneta y él se encargó de Medina y su novia Justina”, dijo sobre el doble crimen del último domingo de 2013.
Incluyó en la nómina al padre de Justina, Gustavo Pérez Castelli, asesinado en abril de 2013 en un carrito de su propiedad en Mendoza y Circunvalación. Según Argüelles, lo mataron porque el hombre comentaba que quien había asesinado a su hija era Darío “Oreja” Fernández, un chico que desde adolescente trabajaba como sicario para Alvarado y en diciembre de 2015 fue asesinado. “¿Vos sabés que fue él el que mató al Oreja?”, le dijo Alvarado al adjudicarse el crimen de “Baba” Pérez Castelli, de abril de 2016. “Se encargó de mandar a matar a Baba y después supimos que no tenía nada que ver”.
Al pie del libreto
Argüelles también habló de las maniobras para incorporar pistas falsas en investigaciones judiciales a fin de implicar, por ejemplo, a Rodrigo Ortigala, también amigo del mecánico. El testigo admitió haber participado de ese plan para involucrar a Ortigala en el crimen del prestamista Lucio Maldonado y en los ataques a edificios judiciales de fines de 2018 y comienzos de 2019. Así, contó en detalle cómo camufló un VW Up para dejarlo idéntico al de Ortigala a fin de que fuera usado y filmado concretando las balaceras. Fue un trabajo a tal nivel de detalle que Alvarado ordenó conseguir una calcomanía de Pesado Castro como la que Ortigala tenía en su auto para hacer del otro Up una copia idéntica.
También contó sobre la vez que se ubicó en una antena cercana al casino a mandar mensajes desde un celular que, a través de policías cómplices, sería adjudicado a Ortigala y sometido a escuchas para acusarlo con prueba falsa. Cada mensaje de texto tipeado por Argüelles debía respetar un "libreto" que, al modo de una película de ficción, había escrito el propio Alvarado.
“Si alguien es delincuente tiene que tener la oportunidad de replantearse lo que hizo. Que yo sepa él no es juez para decidir quién vive y quién no. ¿Por qué estos chicos no tuvieron esa oportunidad?”, cuestionó tras en una de las tantas alusiones a la lista de las muertes y, casi presagiando la suya, anunció: “Si a mí me matan no van a solucionar nada. A esta mochila la dejo hoy acá. No van a ganar nada matándome”.