Restaurantes llenos, mega recitales agotados, cifras récords de turismo local, un nivel de desempleo que roza los mínimos de los últimos 30 años, constituyen un combo demasiado surrealista para una economía en la que la inflación se mueve en valores superiores al 100% anual y donde la pobreza muerde los presupuestos del 40% de las familias argentinas.
Analistas, empresarios, mediáticos y comunicadores han bautizado a esta evidente economía de dos velocidades como “Barrani”, pero ¿qué es la economía Barrani?
Según Marcelo Ramal, referente de Política Obrera, ese término de origen hindú, hace referencia a toda la actividad económica que está en condiciones de informalidad, no captada por las estadísticas oficiales, y que tiene su mayor expresión en la contradicción de restaurantes llenos en un país empobrecido.
El crecimiento económico post pandemia profundizó la dinámica informal de la economía argentina, ubicando en condiciones de fragilidad a una gran cantidad de trabajadores que se transformaron, junto a los monotributistas, en el sector más dinámico de crecimiento de empleo. Como sostiene Ramal “en 2022, como parte del rebote post pandemia, se crearon 600.000 nuevos puestos de trabajo, pero 290.000 de ellos corresponden a variantes precarias”.
Si bien dentro de aquellos casi trescientos mil nuevos trabajadores se encuentran los monotributistas que, aunque se encuentren en una situación de registro, no dejan de perder derechos frente a los trabajadores formales. Aún así, la “barranización” puede darles la bienvenida para conformar este circuito, que se sostiene, dúplica los montos de actividad de la informalidad.
Ahora bien, la «barranización» de la economía se explica en dos direcciones. Por el lado de la demanda, donde existen trabajadores que ocultan sus ingresos reales, mediante subdeclaración de ingresos, o el famoso “cobro por dos ventanillas”: una formal y otra informal para esquivar el pago de Ganancias. El caso más citado es el de quienes prestan servicios profesionales al exterior y ganan en dólares.
Dentro este último grupo, los trabajadores que exportan servicios del conocimiento son los más reconocidos. Se estima que la subdeclaración de programadores, diseñadores y profesionales que dictan cursos y conferencias esconde un nivel de exportaciones que puede ubicarse en segundo lugar después de la comercialización de soja. Este gran desenvolvimiento podría traccionar sobre los demás sectores.
Las exportaciones de estos servicios del conocimiento alcanzó el año pasado los u$s 8 mil millones y numerosos analistas sostienen que de contabilizarse todo aquello que se mantiene a la sombra de la fiscalidad, las exportaciones del sector podrían duplicarse, alcanzando los u$s16 mil millones.
Ahora bien, la economía en las sombras no es una decisión de los trabajadores, o si lo es, solo pertenece a una pequeña clase de privilegiados cuya suerte no es de la mayorías apartadas de cualquier red social. La barranización por oferta, es decir por quienes ofrecen trabajo, es el método más común de ensombrecer y reducir el “costo laboral” que, de forma obvia, se lleva a cabo evadiendo la facturación legal y las leyes laborales.
El crecimiento de la estructura informal es común en los procesos de crecimiento económico, pero todo auge tiene sus mesetas y, es ahí donde es necesario formalizar a aquellos que se encuentran trabajando en los márgenes de la economía. La informalidad no solo amplía los márgenes de ganancias empresariales, sino que se vuelve un mecanismo de distribución regresiva del ingreso. La consecuente evasión de carga fiscal, no sólo ahorra costos y desprotege familias, sino que amplía la carga tributaria de quienes no evaden.
A su vez, los empleos construidos a la sombra de la legislación cuentan con una fragilidad propia del barranismo, ser despedidos y quedar fuera del sistema de trabajo con la simple variación de ciclo económico.