En la segunda vuelta electoral disputarán dos visiones de país y dos modelos económicos. Más allá de los candidatos, incluso, los espacios en disputa se ordenarán en base a una línea divisoria que separa la hegemonía del “mercado” de una coalición sociopolítica que tiene al Estado como articulador y protector.
En distintas dosis, el programa de Javier Milei es conocido en la experiencia histórica más reciente: 76, 90, 2016, con sus crisis incluidas. El candidato a presidente de La Libertad Avanza propone la versión más extrema. El Estado debe estar abocado sólo a destruirse a sí mismo y transferir sus activos a los empresarios privados. La eliminación de la justicia social, “una aberración”, resume su filosofía de eliminar cualquier estructura de regulación y equilibrio para reorganizar el país bajo las reglas del “Juego del Calamar”.
El escaso centenar de personas que renunció a los subsidios al transporte, la intensa utilización que hacen las empresas de los créditos a tasas subsidiadas por el Estado, los millones de personas que se inscribieron para percibir los alivios fiscales y la asistencia dispuesta por el gobierno en las sucesivas crisis que atravesó, expusieron la disociación entre el sentido del voto de las Paso y la realidad del metro cuadrado. Igual con el pleno uso que hacen los trabajadores de los derechos que los protegen, cuando encuentran las condiciones para hacerlo. En la elección general, por los puntos, esa tensión parece haber comenzado a resolverse.
La propuesta de dolarización, consigna principal de la campaña de Milei, resume su plan de ajuste. De hecho, hace pocos días el candidato a presidente puso en acto la primera fase necesaria: una corrida contra el peso que incluya salida de depósitos en pesos e hiperinflación. El putsch cambiario tuvo también un sentido táctico, busca que esa crisis fundacional sea “pagada” por el actual gobierno. El efecto en las urnas parece haber sido el contrario al buscado.
Sergio Massa mostró como atributo cierta destreza demostrada en el último año para evitar que la crisis se transforme en estallido. Llegó al Ministerio de Economía y a la candidatura a la presidencia como solución al terremoto político que hundió al gobierno de Alberto Fernández. Y se dedicó casi exclusivamente a gestionar la escasez de dólares que provocó el crac de deuda macrista, el “fugaducto” que no pudo cerrar Martín Guzmán y la peor sequía de los últimos sesenta años.
Parece que le sirvió. Más allá de las pullas de propios y ajenos, la sucesión de hechos disruptivos que tuvo que enfrentar la administración Fernández es tan cierta como el hecho de que las atravesó sin caer al abismo. Hay cifras que lo avalan y también el escenario contrafáctico: cabe imaginar el resultado de enfrentar episodios como la sequía y la pandemia con la conducción de quienes no pudieron pagar la propia deuda emitida en pesos, o de quienes negaron tanto el riesgo del virus como el cambio climático.
En el tiempo que le tocó, Sergio Massa se atalonó en el perfil de gestor de crisis para neutralizar los magros números como ministro de Economía. Dispuso planes de rescate al sector productivo, otorgó sumas fijas, bonos y bajó o devolvió impuestos, buscó mostrarse activo en la tarea de amortiguar el efecto de la fragilidad económica. Como su contrincante, también puso en acto, después de las Paso, un croquis de lo que sería su plan de gobierno.
Su palabra clave fue “mitigación”. Contener y asistir, mientras transita, no sin plantear conflictos y tensiones, las exigencias del FMI en materia de tarifas, tipo de cambio, tasa de interés y gasto fiscal. Tares que, en rigor, cumplió con bastante diligencia este año.
Este “gradualismo”, junto con una visión acertada de los cambios globales que mostró con los pasamanos para pagar vencimientos del Fondo y reforzar las menguadas reservas, es uno de los activos que ofrece. El otro es una propuesta más bien desarrollista, que se enfoca en estímulos al capital productivo para la expansión de actividades que generen divisas. Una orientación que, de hecho, ya empezó este gobierno con algunos buenos resultados, como muestra el cierre del desbalance energético. Este sector, junto con la minería, la industria 4.0, la economía verde, la agroindustria, la economía del conocimiento en su versión más profunda, están entre los elegidos. Es la agenda que plantea, muchas veces en soledad, José Ignacio De Mendiguren, en sus recorridas territoriales.
El empleo pleno, el crecimiento respecto del ciclo político anterior, la mitigación de los efectos sociales de la inestabilidad macroeconómica, le dan condición de posibilidad al “puente” que planteó el propio Massa para atravesar la sequía hasta ver los mejores resultados de esos nuevos motores de producción y generación de divisas.
Es probable que ya esté llegando al final de esa transición. Los u$s 20 mil millones que faltaron por la sequía podrían ser el piso de excedente para el 2024. No es neto ya que las cuentas a saldar también crecieron: deuda externa comercial y financiera, pública y privada, esperan del otro lado del mostrador, junto con la demanda de dólares que no frenará hasta que el ganador acierte con un plan de estabilización.
Ya en el balotaje, la primera tarea del todavía ministro será usar el espaldarazo político para desactivar el ataque especulativo. Seguramente comenzará a perfilar cómo será la renegociación del acuerdo con el FMI y abrirá una mesa de concertación política y sectorial, que incluya a los sindicatos, cuyo protagonismo en la campaña fue mucho mayor al registrado en la historia electoral más reciente. El final de la elección estará atado a la percepción de cuán lejos o cerca esté la orilla. En ese sentido, la lluvia del fin de semana fue tan clave como los votos obtenidos.