—¿Cómo surge esta sociedad entre empresarios y militares para la operación de las Georgias?
—Un poco es fruto del afán de lucro. Esto arranca en el ‘79, cuando a Constantino Davidoff, que era un chatarrero de Avellaneda que levantaba líneas submarinas que habían quedado en desuso y era muy audaz para sus negocios, un contramaestre de uno de sus buques le dice que tiene que ir a las Georgias, que había puede hacer un buen negocio. Davidoff para las antenitas y efectivamente descubre que en esas islas que no sabía dónde quedaban había estaciones balleneras que habían sido abandonadas cerca del ‘65, cuando se suspendió la caza de ballenas por los acuerdos para preservar las especies. Lo primero que hizo fue ir a la embajada británica a preguntar si había algún inconveniente y como buenos liberales le dijeron que no, que haga su negocio. Después de una serie de idas y vueltas con los escoceses que eran dueños de las estaciones, fue a Londres, pagó una opción de compra y una vez que el negocio estaba encaminado se dedicó a conseguir un transporte. Las Georgias quedan a 1.500 kilómetros de las Malvinas, y a 1.500 kilómetros de la base Marambio, y no se puede llegar en avión, porque no hay pistas y por una cuestión de autonomía de combustible. Entonces cae en la Marina: primero se sorprendieron de que le hayan dado ese negocio a un argentino, y después miraron con mucho interés este proyecto, porque para ellos para era la posibilidad de continuar una política de ocupación de facto de las islas -por ejemplo, montar una estación metereológica, de comunicaciones- que sirviera como antecedente en la discusión de la soberanía. Así empiezan a coexistir estos dos desarrollos paralelos: el negocio de Davidoff y, más solapado, el de los militares.
El grupo de chatarreros que se embarcó a las Georgias y quedó en medio del conflicto con Gran Bretaña. Foto: gentileza Felipe Celesia
—Para tener contexto: ¿Cómo estaba la relación entre Argentina y Gran Bretaña por el tema Malvinas en estos años de los ‘70 y comienzos de los ‘80 antes de la guerra?
—Estaba recrudeciendo el reclamo por las islas Malvinas y del Atlántico sur. La junta militar -que tenía también entre sus cuadros diplomáticos gente de carrera- advertía que no había avances, y que si los ingleses no tenían algo por lo cual negociar no se iban a sentar. Así, van retrasando el viaje de Davidoff en función de este diálogo diplomático, pero al ver que los británicos no iban a negociar la soberanía deciden la recuperación de las islas y queda la operación Alfa, que era como se llamaba el viaje de estos chatarreros con marinos, en un estado latente. Tienen a los hombres ahí por si necesitan entrar en acción.
Felipe Celesia, autor de Desembarco en las Georgias. Foto: Alejandra López
—¿Cómo convivieron civiles y militares en un lugar tan inhóspito?
—Fue una convivencia ideal, donde todos comían, todos bebían, todos juergueaban y disfrutaban de una belleza cautivadora, más allá de que era un lugar muy difícil. El grupo obrero tuvo algunas tensiones derivadas de una división de clase: de un lado estaban los metalúrgicos, los laburantes, y del otro los técnicos, los directores. Esas tensiones se agudizaron cuando el Reino Unido sobrerreaccionó a la presencia de los obreros y la calificó de invasión militar. Ellos quedaron muy asustados por la posibilidad de que una de las flotas más poderosas del mundo viniera a desalojarlos por la fuerza.
—¿Cuál fue el rol de Astiz en toda esta historia?
—Desde el 24 de marzo de 1982 -vaya fecha para que llegara a las islas- él supo manejar las relaciones como el encantador de serpientes que era. Recordemos que ya en ese momento se había infiltrado en el grupo fundador de las Madres, convenciéndolas de que era el hermano de una desaparecida. Era un tipo con mucho encanto, muy carismático, no era el milico tradicional: no era autoritario, ni rústico, ni bruto; hacía chiste, participaba de las peñas que hacían con guitarras y se ganó la confianza de los directivos -a los obreros nunca les dio mayor importancia-, los que decidían qué se hacía. La situación cambia sobre el 25 de abril, cuando el cerco británico para recuperar las Georgias se va estrechando, y ahí Astiz no era tan encantador, ni tan simpático. Todo se pone más tenso, se asusta y empieza a ser un milico más tradicional.
Un sonriente Alfredo Astiz con parte del grupo obrero en las Georgias. Foto: gentileza Felipe Celesia
—En el libro marca que a algunos civiles se les activó el patriotismo, pero otros siguieron los acontecimientos con mayor distancia, ¿Cómo vivieron la escalada del conflicto?
—En general, esos cuarenta hombres tenían un sentimiento dual. Por un lado, reivindicaban la gesta de la recuperación de las Malvinas y las islas del Atlántico sur. Hubo momentos de emoción muy alta, sobre todo el 2 de abril, cuando izan la bandera y se da la recuperación formal de la isla. Elaboran un acta, que incluso la firman dos uruguayos que estaban ahí, una cosa muy curiosa. Ese fue el pico del patriotismo. Por otro lado, ellos habían ido a trabajar y no querían verse mezclados en un conflicto entre Estados. Tenían un miedo terrible de que los mataran, que pasaran mucho tiempo en la isla, o que tuvieran consecuencias serias. Los costos podrían haber sido peores, pero ellos pagaron muy cara su presencia en las Georgias.
—En alguna entrevista planteó que Gran Bretaña sobrerreaccionó a la situación en las Georgias, ¿podría haber sido diferente la historia?
—Siempre los contrafácticos son riesgosos, pero creo que si no hubiera existido esa reacción de los ingleses, estaríamos hablando de otro escenario, se hubiera cumplido el contrato. También hubiera sido diferente si Astiz hubiera hecho la heroica y se hubiera sacrificado con sus hombres, o al menos resistido más tenazmente. Igual, desde la lógica puramente militar hizo lo correcto: al estar en inferioridad de condiciones frente a una fuerza abrumadoramente superior su sacrificio y el de sus hombres no hubiera logrado nada significativo. De todos modos, hay que recordar que el saldo para la Marina fue catastrófico: murieron tres argentinos, derribaron un helicóptero, nos hundieron un submarino y dañaron severamente una corbeta. Hicieron todo mal.
Traslado de bajas al ARA Bahía Paraiso. Foto: gentileza Felipe Celesia
—¿Por qué los militares argentinos se movieron tan mal en las Georgias? ¿Subestimaron la respuesta militar británica? ¿La propia precariedad de las fuerzas armadas?
—Un poco todo. Teníamos fuerzas armadas pobres, tercermundistas, en comparación con las fuerzas armadas británicas, que eran profesionales, con recursos muy superiores al presupuesto argentino de Defensa y tenían cientos de años guerreando. Por otro lado, creo que quedaron muy atados al mandato de la junta militar de que no se derramara sangre británica. La idea original de la junta era ocupar las islas y después negociar una suerte de administración compartida. Una realidad absoluta, quién podía pensar que los británicos iban a dejar pasar una invasión en su territorio sin que hubiera consecuencias. La manera irresponsablemente criminal que encontraron fue mandar a conscriptos de 18 y 19 años que nunca se habían subido a un helicóptero sin avisarles que se iban a enfrentar a 22 royal marines profesionales que tenían la orden de resistir la invasión.
—¿Cómo trataron los británicos a los prisioneros?
—En el momento en que ellos se rinden por orden de Astiz hay una suerte de crimen de guerra, porque al verlos venir con las manos en alto descargan sus armas, les tiran con sus morteros y les dan un susto de muerte. También es cierto que los británicos no sabían si eran efectivamente civiles o militares y, si bien nunca se declaró la guerra, ya estaba lanzado un conflicto armado. Una vez que los institucionalizan el aparato militar responde con la burocracia correcta: les dan de comer, los atiende un médico. Igual, cuando llegan al Tidespring, que era un tremendo buque de servicios, pese a que había camarotes disponibles el capitán decide ponerlos en el hangar de los helicópteros que habían perdido por mal tiempo, que era un lugar tremendamente incómodo y frío. Es una suerte de castigo a estos civiles que habían osado levantar un pabellón extranjero en sus islas. Igual, la verdad es que no sufrieron mayores consecuencias y fueron tratados relativamente bien durante esa larga vuelta que dieron: como no podían entregarlos en puertos argentinos los llevaron a Ascensión, una base militar que le prestaron los americanos a los ingleses como base logística y que está a la altura de Bahía (Brasil). De ahí los bajaron a Montevideo; tardaron una eternidad para llegar a casa y eso también melló el ánimo.
La llegada de los obreros al país, donde fueron amenazados por la dictadura. Foto: gentileza Felipe Celesia
—¿Cómo fue su regreso a la Argentina?
—La guinda del postre fue que cuando volvieron al puerto de Buenos Aires los recibieron como unos héroes. Eso los descolocó, habían ido a trabajar. Antes de bajar a tierra los abarajaron los servicios de inteligencia y los amenazaron muy violentamente: si llegaban a decir cualquier cosa referido a lo que habían vivido iban a ir presos ellos y su familia, incluso algunas cosas peores. Todo eso no fue nada fácil para ellos; de hecho, se pueden ver señales de estrés post traumático. Todo ese combo, sumado al proceso de desmalvinización derivado del trauma social tan enorme que significó perder la guerra y a tantos argentinos en ella, hizo que ellos se sintieran como parias.
—¿Cree que el lugar muy marginal que tiene en la memoria colectiva el episodio de las Georgias tiene que ver con este proceso general de desmalvinización y, en particular, lo que significó para la Armada?
—Sí, por un lado está la necesidad de la sociedad de olvidar este episodio tan trágico y el fracaso militar. Las fuerzas armadas intentaron barrer debajo de la alfombra lo que sucedió en las Georgias. Si será notorio el olvido de la Armada que no hay ningún informe oficial al respecto, sólo una nota en una revista de los infantes de marina donde se relata el desembarco con muchísimos errores y un tono épico, triunfal y condescendiente. También es cierto que las grandes batallas que vinieron después en las Malvinas eclipsaron este episodio, que en términos comparativos fue pequeño. Lo único que hizo la Armada a favor de los trabajadores fue incluirlos a la nómina de veteranos de guerra como “civiles Davidoff”, lo que les permitió después acceder a las pensiones.
—¿Qué fue del grupo después?
—A partir de mi proyecto se empezaron a encontrar de nuevo y armaron un grupo de WhatsApp. Cuando salió el libro uno de ellos posteó la tapa y dijo “señores, oficialmente entramos en la historia”. Es una exageración, porque ellos ya eran parte de la historia, pero tienen la sensación de que recuperan en parte algo de lo que vivieron y nadie quiere reconocer. Creo que debemos darle a los ex combatientes un relato de cuál fue su aporte, por qué les pedimos ir ahí, y que significan hoy para nosotros. Sería una manera de frenar un poco estas altísimas tasas de suicidios entre los ex combatientes. La sociedad argentina se los debe.