Haga lo que haga (y hace mucho), Adrián Abonizio tiene una característica que lo acompaña desde siempre: no es capaz de adecuarse. Turbulento, intenso, genuino, a veces desbordante, va y viene impulsado por sus demonios, que por suerte son los mismos de la época de El témpano. Instalado cómodamente a caballo entre la música y la literatura, el creador de canciones inoxidables que forman parte de la memoria colectiva de los argentinos ahora nos sorprende con una de sus inhabituales propuestas: nada menos que el lanzamiento simultáneo de ¡trece! libros de poesía, surgidos de su verborrágica pluma.
No cualquiera, ¿no? Es que no se trata de cualquiera, sino de Abonizio: un tipo imprevisible, que de vez en cuando puede desafinar, sí, pero que tantas veces da en el centro del blanco y nos deja temblando de emoción. La cita es este domingo a las 19 en el marco de la Feria Marea en la Casona (San Lorenzo 2157). Se promete que allí habrá, además del querido Adrián y su obra, audiovisuales con poetas invitados de todo el globo y música de Thito Amante en su acordeón. No faltará –dicen– el humor (con Abonizio, imposible que esté ausente), y tampoco las empanadas y el Amargo Obrero. La presentación en sociedad de los libros estará a cargo del destacado dúo compuesto por los escritores y periodistas Beatriz Vignoli y Juan Aguzzi.
Esta es la lista de los títulos: Un horizonte que cae vertical, La ciudad desvestida, Almacén de Diox, Voltio para enamorados, Cazamundos, Naúseas en el paraíso, Son azur, Tenazas del Zodíaco, La balada del francotirador corto de vista, Cómicos de la legua, En el pesebre de la gata, 8 y 5 y Ciroyo. Internarse en su lectura implica sumergirse en lo más genuino que tiene Rosario: sus barrios, raíz plebeya de una identidad única.
Adrián –se sabe– es una de los intérpretes más autorizados de ese paisaje potente y complejo, castigado históricamente por modelos económicos que benefician a las minorías y gestiones políticas que ningunean a las periferias. En estos poemas, llenos de barro y calle, late el habla de la ciudad, la misma de los recordados Felipe Aldana, Facundo Marull o Hugo Diz. Habrá que arrimarse al fogón, entonces, y hacerle compañía al infatigable Abonizio.
Un poema de Abonizio
Saavedrina luz que ilumina
Bajo la tenue luz, la luz de marzo de mercurio y de gas
llegará un momento en que nos haremos hombres
Me transformo al leer... “¡Jesucristo!”
digo en voz alta al mirar la noche
yo que no he visto sus espinas, sólo la luz de luna
que me da su nombre chorreante
sobre los juegos del parque detrás de Zapiola
–¡Jesús!– oigo que llaman y es un amigo
que saluda desde un taxi
Me transformo al leer:
tengo poemas escritos en libretitas Norte
hechas allá en el patio saavedrino
mientras ladraban los perros como caníbales
cantando mantras escritos por Pichuco
Aquí viene una chica que es un chico:
no hay aire para los dos
y uno de ellos deja su oxígeno
en la puerta de la entrada de la pelu:
se raparán y ambos serán los pelados
pero Ernesto les cobrará sólo a uno
Afuera hay un animal extraño hecho de fósforos
Un ligustro que contiene todas las flores,
un humo de caverna
Un tipo que se parece a Hendrix pero toca como De Lío
El barquero sonriente que señala que
por allá es el embarcadero
y que el viaje –anuncia– va a ser breve
La chica-chico me musita:
“Es El Polaco, pero ni él se da cuenta,
está encarnado en un gondolieri y no lo sabe…”
“Shhhhhhh... Shhhhhhhh”
El rio subterráneo pasa buscando el aleph
en la Biblioteca
Dorita sirve una grapa para los angelitos
que zumban como moscas
y apoyamos las orejas en los rieles del tren
que nunca vimos
amparados en pensar “esto es un fragmento
de un momento,
no lo dejemos escapar”. Yo me transformo al leer
–¡Luna, dejame de mirar!
Si logramos entrar al corazón de esta
canción de Saavedra
nada malo podrá ya sucedernos.
Alejandra vuela sobre el pararrayos y desde ahí
nos grita: ¡No atenten contra la vida no vayan
a misa jamás!
Dejémonos llevar, dejémonos llevar, es el viento nomás
Todos buscamos una transformación,
acá o en otro lugar del mundo
nada malo nos sucederá mientras estemos juntos
No son las águilas, son avioncitos nocturnos
que silban la zamba
esa que Raúl está terminando en su azotea
y no da con el acorde
–Esta luz saavedrina que no me deja ver–se queja
y se envina
Viene por García del Río un auto sin luces
que camina solo: es lo Obscuro
–Soy lo Obscuro –se presenta– no se asusten,
vengo a ponerle palabras a las cosas
Pero todos sabemos que es la Muerte. Me transformo
al leer: –Andate Parca
–Estoy tan sola, –se declara.
La miro: es la mejor mujer que tuve
y que un día dejé para que se embellezca lejos mío.
Me voy con ella esta noche
No me preocupa que me olviden,
sólo necesito no olvidarte, me susurra.
Llegará un momento en que nos haremos hombres,
usaremos polleras por amor
y podremos abandonarla sin dolor
en la esquina más viril de la plaza de Saavedra
donde aprendí a pedirle perdón por irme lejos
y transformarme al escribir
cuerpo y alma en el apasionado,
en el vigoroso intento por ser feliz.