Perú está en llamas. Desde el momento en que Pedro Castillo, presidente elegido por el pueblo, fue depuesto y encarcelado por propiciar un autogolpe, el país entró en un cono de sombras.
Perú está en llamas. Desde el momento en que Pedro Castillo, presidente elegido por el pueblo, fue depuesto y encarcelado por propiciar un autogolpe, el país entró en un cono de sombras.
La TV registra escenas de violencia extrema entre las fuerzas de seguridad y manifestantes que exigen a viva voz la renuncia de la presidenta Dina Boluarte, quien acompañó a Castillo como vice, la disolución del Parlamento, una reforma constitucional y el pronto llamado a elecciones. Quienes protestan defienden a Castillo, un trabajador de izquierda que accedió a la presidencia ganándole por escasa diferencia a la candidata conservadora, la hija del ex dictador Alberto Fujimori.
En la vereda de enfrente están los nostálgicos del fujimorismo y la oligarquía, que acusan a quienes protestan de ser terroristas. La represión ha causado hasta el momento más de 50 muertos y numerosos estudiantes universitarios que habían tomado una universidad fueron detenidos.
Lo que acontece en la tierra incaica es una profundización de una crisis política e institucional que comenzó hace algunos años, provocando la caída en desgracia de varios presidentes. Castillo es el último, por ahora. Veremos cuánto resiste Boluarte. Mientras tanto, la sociedad peruana se desangra a pasos agigantados, víctima de una cultura clasista y racista que no tolera a quienes tienen la osadía de hacerle frente.
Hernán Kruse