Poco descanso en el medio y nuevamente a escena. Corea del Sur aparecía en el horizonte y de forma impensada se convirtió en el rival más bravo de la fase de grupos. Carla Rebecchi fue la encargada de destrabar un encuentro chivo que terminó desnivelado 1-0 para Las Leonas.
Llegaba el turno de España. Y no hubo equivalencias. Otra goleada, esta vez 4-0, con tantos de Barrionuevo (2), Gulla y Luchetti. La clasificación a semifinales era un hecho, la ilusión aumentaba y el calor popular aún más.
La magia de Lucha Aymar
En la cuarta fecha llegó un partido para el recuerdo. Las Leonas vencieron a China 2 a 0, con festejos de Barrionuevo y Aymar, que fue la autora de un gol de película, el mejor de la historia, a lo Maradona, o a lo Lucha Aymar, como usted prefiera. Lo deberían haber declarado antireglamentario, porque usó magia.
La última fecha era sólo para cumplir, ante un clásico rival como Inglaterra. Nuevamente hubo triunfo por 2 a 0 (Barrionuevo y Daniela Sruoga). Ahora empezaba el torneo en serio. Ganás y seguís, perdés y al aeropuerto.
Las Leonas arrasaron en su grupo, ganando todo lo que se le cruzó en el camino. Del otro lado, el rival histórico, el clásico de siempre, al que ya miraban de reojo: Holanda. Las naranjas trituraron a todas en su camino a semis: 7-1 a India, 7-3 a Nueva Zelanda, 4-1 a Australia, 2-1 a Alemania y 5-2 a Japón. Nadie las podía parar.
Asomaban las semifinales. Las dirigidas por Carlos “Chapa” Retegui se medían mano a mano con Alemania, que terminó segunda en el grupo A. Fue un encuentro complicado, resuelto en los pequeños detalles, con un 2-1, producto de las anotaciones de Aymar y Luchetti, para acceder a la gran final del Mundial. En casa, ante las dominadoras del hockey y defensoras del título de Madrid 2006. Si había una chance de ganarles, era esta.
Final en marcha, Argentina arrancó con todo y convencida de que podía evitar otro rutinario festejo holandés. Tal fue la convicción que, en sólo 7 minutos, Las Leonas ya iban 2-0 arriba. Soledad García asistió por derecha a Carla Rebecchi para el primer gol argentino a los 3’ y apenas 240 segundos después llegó el segundo, gracias a un córner corto que consiguió Mariné Russo. Una vez más, Noel Barrionuevo (cinco goles en el torneo) fue la encargada de desatar la locura en la hinchada argentina que copó como cada encuentro el Mundialista y fue un jugador más. Arranque arrollador.
Pero Las Leonas se fueron quedando, empujadas por una Holanda que crecía y apretaba en cada metro de la cancha. Belén Succi fue llamada a escena. La arquera evitó un gol de córner corto y tranquilizó por un minuto a las 12 mil almas que colmaron el estadio.
Fue un anticipo de lo que ocurriría. A los 9’ del complemento, Holanda logró su cometido: otro corto, y esta vez Paumen descontó para el 2-1. Final incierto.
Argentina necesitaba un gol para capear el temporal y volver a dominar el juego. La gente levantaba desde afuera y la paz volvió a Rosario. Tras una gran jugada de Sruoga y un remate en el palo de Sole García, apareció otra vez Rebecchi, a los 19’, para sellar el 3-1 final. Los minutos corrían y la historia se iba sentenciando. Las camisetas y las banderas albicelestes coloreaban las tribunas, los cantitos de “dale campeón” empezaban a bajar desde los cuatro costados, el sueño se convertía en realidad. Las árbitras Lisa Roach y Marelize de Klerk dijeron basta y el estallido fue inolvidable. Las Leonas eran campeonas del mundo por segunda vez, tras Perth 2002. Un 11 de septiembre de 2010 que quedará en la memoria colectiva de la ciudad. El día que en Rosario se escuchó el rugido más fuerte de la historia.
La mejor de todos los tiempos
Luciana Aymar se lo dijo a Ovación: “Nunca imaginé en toda mi vida que iba a vivir algo así”
La más grande jugadora de hockey de todos los tiempos tocó el cielo con las manos, nada más y nada menos que en el patio de su casa. Una carrera que la llevó a ser elegida la mejor del mundo en ocho oportunidades: 2001, 2004, 2005, 2007, 2008, 2009, 2010 y 2013. Ni hablar de las 22 medallas que se colgó en toda su trayectoria, destacándose los títulos mundiales en Perth 2002, el mencionado Rosario 2010, dos platas y dos bronces en Juegos Olímpicos, seis Champions Trophy y tres oros panamericanos para la surgida en el club Fisherton. Somos tan afortunados de haber sido contemporáneos de Lucha. Gracias eternas por la magia.
Hace poco Lucha recordó ese título. Dijo que “fue especial para todo el grupo por haberlo jugado en Argentina” y, en su caso, en Rosario. “Estuve en Juegos Olímpicos, mundiales, Champions Trophy, donde uno siempre podía tener a alguien al lado como mi mamá, mi papá, un hermano, una amiga, pero en Rosario estaban todos juntos. Sentía mucha ansiedad y no podía creer que iba a suceder un espectáculo tan importante como un mundial en Rosario. Lo podía soñar cuando era chica pero, ¿de ahí a que sucediera?”, admitió.
Lucha recordó lo que fue la preparación para ese mundial, la creación del estadio, el entrenamiento en doble turno.
“Soñamos con el primer lugar pero nunca nos imaginamos que podíamos ganarlo jugando de esa manera. Los equipos a veces tienen momentos donde se les da todo y tiene que ver con la química. Había un grupo que se llevaba muy bien, que tenía mucha empatía. Cuando eso sucede, todo lo demás fluye”, aseguró.
Rosario, revolucionada
La ciudad estaba revolucionada. Todos los días había gente en el hotel. “Nunca habíamos vivido algo así, con tanta pasión. Jugar un mundial y que todos estén pendientes de Argentina. Ibamos con el colectivo hasta el estadio y la gente salía de sus casas para saludarnos y desearnos suerte. Me acuerdo que siempre entraba con el pie derecho a la cancha y lo primero que hacía era focalizar a donde estaba mi familia porque ya sabía que se ubicaban siempre en el mismo lugar. Me daba cuenta rápido porque mi papá se iba con una campera amarilla y los distinguía rápido (risas). Entonces me quedaba más tranquila”.
Lucha recuerda el partido del debut, un 29 de agosto, porque era el cumpleaños de su madre y quería era dedicarle un gol, que terminaron siendo tres. “Cuando terminó el partido le dije: “¿Mamá, viste que te dediqué los goles?”. Me responde: “No”. Lo que pasa es que ella se ponía tan nerviosa en los partidos que a veces había partes que no miraba”.
Sin pruritos, recuerda las cábalas del equipo, que eran muchas. “Antes de salir del hotel siempre cantábamos “Bailar pegados”. Teníamos una rutina para el colectivo y una lista de canciones para el vestuario. Había cosas muy estructuradas que no se podían cambiar. Cada una tenía su asiento y se respetaba. En mi caso jugué todo el mundial con la misma camiseta, no la quería cambiar. Se lavaba y se volvía a usar. Además, sonaba el himno y la gente se ponía a saltar en las tribunas. A mi me daba miedo por la gente, rogaba que las tribunas aguantaran, ja. Esa parte nos empujaba a darlo todo por la gente”.
La consagración fue increíble. “Fue muy lindo haber recorrido Rosario en el bus sin techo. La gente estaba como loca en las calles celebrando con nosotras. Cuando llegamos al Monumento, nunca nos imaginamos que nos iba a estar esperando tanta gente. Como siempre dijimos, fue una gran fiesta del deporte para el país y la ciudad. Nunca imaginé en toda mi vida que iba a vivir algo así”.