"Es una lástima que se crea que el teatro serio es un plomazo, como algunas
cosas del teatro San Martín o del Cervantes, o del teatro alternativo también, el nuevo teatro, que
muchas veces es un plomazo. El teatro es malo o bueno". Alejandro Urdapilleta, que acaba de
publicar "La Poséida", su tercer libro, terminó de rodar "Toda la gente sola" y está por hacerlo
junto a Luis Ortega, dicta un seminario en El Gimnasio Teatral, que dirige la actriz Rita Cortese,
hoy en el Club Español.
—¿Estas jornadas sirven también para ir al encuentro de un mito del
Parakultural?
—No tiene que ver con eso. En realidad aquello del Parakultural tenía un
bagaje de estudio muy grande. Yo estudio teatro desde los 17 años. Creo que hay muchas formas del
teatro y sería horrible ir a dar underground... tampoco tiene nada de clown ni ninguna de las
disciplinas que se usaron tanto en esa época. La base es más bien clásica y de teatro en serio,
sobre el compromiso del actor.
—A pesar del peso de esa etapa no te costó incursionar en otras cosas
...
—No. Batato (Barea) por ejemplo me decía "pero cómo vas a trabajar en el
San Martín", al principio, cuando aceptaba cosas ahí. Para mí era correrme un poco de eso para que
vieran que uno también podía hacer un clásico u otro estilo teatral y trabajar con otro tipo de
directores o en otro sistema de trabajo, que era un actor dúctil.
—También podría pensarse que el under tenía mucho de repentismo...
—... o de borrachería. (ríe).
—¿Eso te ayudó a crear?
—Ayudó en el sentido que era una fiesta. Pero yo a la vez del Parakultural
hacía obras como "Cuba y su pequeño Teddy", dirigida por Lito Cruz, que era teatro serio, otro
color. No era un solo mundo.
—Hablaste del teatro serio ¿Hay dos tipos de públicos, uno de teatro serio
y otro que elige lo opuesto?
—Serio también era lo otro, el sótano. Era trabajo y había que cumplir.
Pero es una lástima que se crea que el teatro serio es un plomazo, algunas cosas del teatro San
Martín o del Cervantes, por ejemplo, o del teatro alternativo también, el nuevo teatro, que muchas
veces es un plomazo. El teatro es malo o bueno.
—¿Cuál es el bueno y cuál es el malo?
—El bueno es el que transmite, el que está vivo, el que hace que suceda el
ritual donde se transmite lo orgánico del espectáculo, el tema que se transmite claramente, el
mensaje o no que tenga. El malo es la cosa hecha de taquito, para la plata, el éxito, la cosa burda
y fácil. Todo lo que no te lleva a pensar en cosas mejores y a transformarte. Lo que tiene falta de
vida.
—¿Cuál es el costo de tener esos criterios?
—El costo es que no tenés la 4x4 como tienen todos (ríe). Tampoco la
quiero. No se si es un costo, pero la consecuencia es que te consideran medio marginal, con una
pata adentro y otra afuera; o es el loco, es raro, no va a Mirtha Legrand. En realidad siempre es
mejor para uno.
—¿Lo experimentás así, que sos el loco, el marginal?
—En mucho de la televisión sí. En teatro no. Acabo de decir que no a una
película porque no me resuena el personaje. Y son cosas importantes. También me llamaron para hacer
de Irigoyen en el programa "De eso no se habla". Este año me ofrecieron Gardel, y dije que no.
Después Leonardo Da Vinci y ahora de Irigoyen... Me falta el Papa (risas).
—¿Qué lugar ocuparía en el país hoy el underground?
—Nunca le dijimos underground, para empezar. Ahora sí, pero la verdad no
tengo la menor idea. En aquel momento no lo llamábamos de ninguna forma; sólo era teatro.
—¿Extrañás?
—No, en absoluto, porque lo viví mucho.
—Y lo sobreviviste. Y ahora lo podés contar...
—Y lo puedo contar. Aunque no te creas, porque mucho no me acuerdo
(risas).