Cuti Carabajal vuelve a Rosario, esta vez con una propuesta especial: celebrar sus cincuenta años con la música. Estará apoyado musicalmente por La Nueva Banda Carabajal, grupo que integran sus hijos, con invitados especiales, entre ellos el grupo tucumano Tawa. El recital se anuncia para este sábado, a las 21, en sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza).
Protagonista fundamental de la historia contemporánea del folklore, el creador e intérprete santiagueño integró la primera formación de Los Carabajal, el grupo familiar. También formó parte de Los Manseros Santiagueños y sigue sosteniendo el proyecto de dúo con su sobrino Roberto. Entre sus obras más reconocidas figuran “Ciudad de La Banda”, “La pucha con el hombre”, “Aquel tiempo de mi infancia”, “La Sachapera” y “Dejame que me vaya”, entre otras, siempre en colaboración con grandes poetas. Su primera composición fue “Santiago al sur”, un retumbo con letra de Ariel Petrocelli. En este diálogo con La Capital, Cuti repasa sus inicios y habla sobre la esencia de la música santiagueña.
En los sesenta empezó la historia de Los Carabajal. ¿Cómo fue ese comienzo?
En esa época, mi hermano Agustín había dejado Los Cantores de Salavina, él vivía en Buenos Aires. Nosotros, los más chicos, andábamos tocando la guitarra cuando él se volvió a Santiago. Agustín nos reclutó a mí, a mi hermano Raúl (el undécimo de los hermanos) y a mi sobrino Kali y nos dijo “la familia tiene que tener un conjunto folklórico”, él veía con nosotros la posibilidad de armarlo. Agustín eligió repertorio y nos pusimos a ensayar en el patio de la casa, la familia estaba contentísima de que tuviéramos el conjunto. Arrancamos en La Banda, con el padrinazgo del Cachilo Díaz, uno de los grandes creadores de chacareras santiagueñas.
¿Y cómo fueron esos primeros años del conjunto, estando ya en Buenos Aires?
Cuando llegamos había que pelearla, mostrarse, andar, caminar, no habíamos grabado todavía y pasó un tiempo largo para poder hacerlo. Para grabar el primer disco nos dio una mano Domingo Cura. La peleamos mucho porque nunca fue fácil Buenos Aires, en ningún tiempo. Arrancamos de a poquito, haciéndonos conocer como autores, no como cantores. Agustín y Carlos eran los que creaban canciones. “La rubia Moreno”, “Pampa de los guanacos”, “A la sombra de mi mama”, “La pockoy pacha”, eran temas de ellos que iban saliendo, por eso la gente conocía el apellido, pero como creadores de canciones, no como intérpretes todavía.
Tuviste un paso por Los Manseros Santiagueños también. ¿Cómo fue esa historia?
En esa época (fines de los 70), Los Carabajal éramos Kali, Peteco, Roberto, Musha y yo. Los Manseros tuvieron un problema con algunos integrantes del grupo, se fueron los más jóvenes, entonces, Leocadio (Torres) y Onofre (Paz), que eran los fundadores, reaccionaron y decidieron formar nuevamente el conjunto. Llamaron nuevamente a “Fatiga” Reynoso para que vuelva al conjunto y me fueron a buscar a mí. Onofre fue a mi casa y me dijo si yo quería integrar el grupo, “aparte ustedes son muchos, me dijo, jajaja”. Acordamos con Los Carabajal que yo me iba a Los Manseros un par de meses para cumplir compromisos que tenían ellos, hasta que consigan otro integrante. Al final me quedé cerca de seis años y grabé seis discos, uno de ellos con Leo Dan: “Santiago querido”, un disco muy lindo. Después volví a Los Carabajal porque se iba Peteco.
El posterior dúo con Roberto es una página importante en el folklore argentino. En qué circunstancias se arma?
El dúo con Roberto nació así “como quien no quiere la cosa”. Los Carabajal teníamos una peña en 85/87 en Buenos Aires y ahí, para ganar tiempo, para llenar espacio, hacíamos con Roberto algunas zambas conocidas haciendo cantar al público. Eso se empezó a tornar medio interesante, a la gente le gustaba. Después agregamos un saxo y un piano y así en el 88/89 se armó el dúo. Fue una revolución musical, porque el dúo salió con canciones nuevas. Aparecieron mis canciones con letras de (Pablo Raúl) Trullenque, de Marcelo Ferreyra y algunas de Carlos como “Entre a mi pago sin golpear”. Tanto el toque de Juan Martín Medina en el saxo como el nuevo ropaje, además de nuevas canciones y diversos instrumentos hicieron que se interese mucho la juventud. Los artistas descubrieron que se podía hacer folklore con distintos instrumentos y así empezaron a surgir otras propuestas como La Sole, Nocheros, Alonsitos, Tekis. Eramos como padrinos musicales-artísticos de artistas nuevos que después se fueron abriendo paso cada uno por su lado y se hicieron más famosos que nosotros (risas).
De todos modos, ya tenés un lugar importante como compositor de folklore.
Siempre digo que tuve suerte de ser uno de los elegidos de los poetas que me alcanzaban sus poesías para musicalizar. Así surgieron muchos temas con Pablo Raúl Trullenque, Oscar Valles, Julio Fontana, Roberto Ternán, Ariel Petrocelli, también León Benarós me mandó una carta con un poema. Los jóvenes y los artistas consagrados también tomaban esos temas, se cantaban mucho y aún hoy suenan mucho.
¿Por qué te parece que pega tan profundo la música de Santiago?
Por el ritmo, que es alegre aunque la poesía es medio triste, se contradice ahí, pero es así. Uno está cantando “Cuando me abandone el alma” (chacarera que habla sobre la muerte) y la gente hace palmas, tiene esa contradicción. Es algo indescifrable, no se sabe cómo surgió la chacarera, pero los chicos nacen tocando, en la calle lustran zapatos con ese ritmo. Con la chacarera se cuenta la vida misma, lo que a uno le pasa, la infancia es dura y nosotros la hacemos linda. Cuando Julio Gerez, llorando, cantaba “Añoranzas” (chacarera que reflexiona sobre el desarraigo), era algo inexplicable. El santiagueño es muy andador y muy trabajador, adonde vayas vas a encontrar un santiagueño que fue a trabajar y se ha quedado. Como decía Trullenque: “Siempre tienen una caja para cantar una vidala o tienen discos o guitarra y los domingos están como en su Santiago”.
¿Qué contenido preparaste para esta celebración en Rosario?
En el teatro vamos a contar cosas de la familia, cómo se inició y cómo arrancamos como cantores y músicos y cómo todo se convierte en canciones. La idea es compartir vivencias de la infancia, de la familia, de los personajes y de los lugares de uno. Me encanta contar todas esas historias. En Rosario hay muchos santiagueños que han ido a trabajar, han formado familia y se han quedado allá, a esa gente me gustaría cantarle.