“Tu corazón de guerrero decidió, tú no mandas, manda la memoria”. La frase de uno de los personajes áuricos de “Cuentos de la Tierra” es el hilo conductor de los cinco relatos que componen esta poética película argentina. No en vano el director eligió poner Tierra en mayúsculas en el título de su film. Nisenson partió desde la sabiduría ancestral de los pueblos originarios para mostrar que hay otro universo posible y alternativo al vértigo estandarizante y mediatizado de la cultura “oficial”. Para eso, eligió que la película sea íntegramente filmada en blanco y negro, y la rodó en el sur patagónico que acaricia los territorios montañosos y áridos de Argentina y Chile. En ese contexto se verá el derrotero de una niña en etapa escolar que no se siente cómoda con la educación tradicional y saborea de a poco las mieles de su crianza nativa; un concertista de música clásica que percibe que hay melodías ancestrales que le marcan su pentagrama interno; un locutor de Radio Mapuche (Juan Palomino) que se ofrece como militante de los derechos y necesidades de la Madre Tierra; un viaje iniciático en el que un padre le enseña a su hijo cómo descifrar el mensaje de las aguas, y a la vez, de esos amores familiares que ya están en otro plano; y por último una anciana conocida como La Ñañita (Luisa Calcumil, conmovedora), que le hace frente a la tristeza y a la soledad, pero por nada del mundo piensa en abandonar el cuidado de las ovejas en ese paraje sureño que la vio nacer. Con ese mapa sensible, Pablo Leónidas Nisenson va tejiendo un relato que no sólo es sólido y fluye en los guiones, escritos a dúo con Vivi Suárez (quien también es la directora asistente), sino que además hace una apuesta estética en la que ningún plano está por casualidad, y sí por causalidad poética, siempre apoyado en la música de Anahí Rayen Mariluan. “Chachai, me dijo usted que somos parte de la Tierra”, se oye en una voz en off. Y es otro disparador para invitar a bañarse en las aguas en las que el padre navega junto a su hijo, o acompañar a La Ñañita cuando cuida las ovejas, o hablar por Radio Mapuche, o ser una melodía más entre los sonidos que busca ese contrabajista, o caminar junto a esa niña que en tránsito hacia la escuela imagina otro mundo. De eso se trata. De que ese mundo no sea otro que la Tierra de donde venimos.