La sensación de que hay algo del plano de la batalla de las ideas que se perdió con la designación de Sergio Massa al frente de la fórmula presidencial inundó a vastos sectores, tanto del peronismo como de sus simpatizantes. La mejor muestra de ello es que no se haya boicoteado la candidatura de Juan Grabois. Lejos de suponer una subestimación a los alcances de su figura, todo indica que la permisividad hacia su rol implica una salida de escape a las presiones más populares, que exigen una mayor extensión en materia de derechos. Con que el armado de las listas contenga componentes estrictamente kirchneristas y que el jefe de campaña sea Wado de Pedro, pareciera que no basta. Con la resolución del viernes negro de junio, muchos prefieren olvidar el apotegma grandioso que tenía el fallecido abuelo del actual canciller: el peronismo tiene un día de lealtad y 364 días de deslealtades. Una sentencia feroz, muchas veces cierta.
Massa, ya se sabe, es un pragmático. Tan pero tan pragmático que no sorprende que negocie lugares en las listas de Javier Milei en la provincia de Buenos Aires. Tan pero tan, que a pesar de ser acusado de yanqui-obediente, le paga al FMI en yuanes. El peronismo, se sabe, nunca renegó del pragmatismo, todo lo contrario. Acá la cuestión es si la tan esperada redistribución del ingreso va a suceder o no.
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Sergio Massa (ex jefe de Gabinete de CFK) junto a Daniel Scioli (ex gobernador bonaerense).
Foto: Sergio Quinteros / Télam
En las últimas intervenciones de Cristina Fernández la línea discursiva era clara y contundente: hay que profundizar en las discusiones alrededor de la economía en todos los frentes posibles; hay que generar un acuerdo alrededor de la aceptación de nuestra realidad bimonetaria; hay que revaluar el acuerdo con el fondo; hay que desconfiar de que la salida unilateral sea la exportación de commodities; es necesario tener un programa económico y de gobierno que se guíe por una política redistributiva. ¿Cómo acomodar ahora los tantos? ¿Basta con los abrazos a Daniel Scioli o hay que profundizar más en discusiones?
A fines de mayo Eduardo Basualdo, economista y académico de gran renombre y trayectoria, mentor intelectual, entre otros, de Axel Kicillof y del grupo Cifra-CTA, publicó un estudio junto al investigador Pablo Manzanelli, que hasta el momento, probablemente sea el mejor análisis evaluando el gobierno del Frente de Todos de los últimos cuatro años desde una óptica no sólo económica sino también política. A la parte política le dedica siete páginas. En el mismo se relata que el frente está compuesto por dos sectores.
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El primero de ellos, compuesto por dos vertientes -no dice los nombres pero podemos especular que son Alberto y Massa- los denomina los “nacionales”. Es una tendencia que piensa en el capital local, en el empresariado argentino, pero que no pone el énfasis en la redistribución. La clave de la mejora está en los índices de crecimiento de la economía. Que ese crecimiento lo terminen embolsando tres o cuatro vivos, pareciera ser lo de menos.
El otro sector recibe el nombre de “nacionales y populares”. Es un sector identificado con el kirchnerismo y su apuesta no sólo es proteger la economía local sino que la vara con la que mide el éxito o el fracaso de su gobierno es con la redistribución del ingreso. Las referencias que eligió Cristina para su entrevista estelar en el programa Duro de Domar, que luego relevó el para nada simpatizante Chequeado, son claros: en el 2015 Argentina tenía el mejor salario de América Latina; la participación de los asalariados en el PBI era mayor al 50 por ciento. Esa es la bandera. Desde ese principio tiene que surgir el programa.
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CFK, Lula Da Silva y Sergio Massa en septiembre 2008.
Fuente: Presidencia de la Nación
Massa, por el momento, viene siendo bastante fiel a la caracterización de ser un peronista “nacional”. En sus últimas intervenciones, en el contexto de un gasoducto que generará cuantiosas divisas, se explayó sobre lo rápido que podrá resolverse la escasez de reservas con las exportaciones de commodities. Respecto al fondo -matizando siempre sus impresiones, al encontrarse en su doble función de Súper Ministro y candidato- la respuesta es que hay que pagarle y punto final. Agustín Rossi, en la que fue probablemente su primera entrevista como candidato a vicepresidente, cuando le consultaron respecto al programa económico del gobierno por venir no hizo más que titubear. Las respuestas rondaron por lo mismo: la escasez de divisas y el ahora llamado ancla que supone el fondo, se revuelve con el modelo de exportación primaria; la distribución del ingreso, deteniendo la inflación.
Para quienes se sientan decepcionados habría que tener en cuenta un punto crucial. En caso de que Sergio Massa logre una victoria (algo que muchos creen imposible pero el autor de esta nota prefiere matizar) estaríamos ante un segundo gobierno de un frente con francas disputas internas. Cuando Cristina hizo sus primeras declaraciones públicas muchos hablaron de auto golpe, de la marioneta de Alberto, mucho bla bla y pocas nueces.
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Sergio Massa saluda a Máximo Kirchner en el Congreso de la Nación.
Foto: Archivo La Capital vía Télam
Más tarde se pudo confirmar que eran la cristalización de discrepancias severas respecto a un mal manejo del gobierno. Más tarde aún, nos enteramos que las disputas comenzaron una vez concluidas las PASO del 2019 pero Cristina se sintió autorizada a hablar tras la derrota de las elecciones intermedias del 2021. A pesar del carácter mandón que sus adversarios le achacan y con el que ella misma bromea, la espera fue prudente. Cuando Máximo desistió de encabezar el bloque de diputados, la bomba ya había explotado.
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El ex jefe de Gabinete federal, Sergio Massa, recibió en julio 2008 al ex gobernador rosarino, Hermes Binner.
Foto: Esteban Mac Allister / Vía Télam
Con este primer dato, podemos suponer que un próximo gobierno del frente, donde están intactos todos sus componentes, no se espere tanto tiempo en hacer intervenciones públicas de parte de los sectores más progresistas, en caso de maniobras turbulentas. El problema es que al peronismo se le critica tanto su rudimentario verticalismo como sus disidencias. Para el caso, habría que preguntarse: ante la escasez de recursos que presentan los sistemas presidencialistas frente a las diferencias internas, ¿no podemos pensar que la crítica al interior de una alianza de gobierno es una actitud más que sana y loable, por poner sobre la mesa los entredichos de manera pública, democrática y transparente? ¿O hay que esperar, como hizo Rodríguez Larreta, que guardó su secreto por cuatro años, para reconocer cuando los gobiernos que uno compone están fracasando?
Eventualmente descartada la opción Milei como futuro gobernante, el país estará conducido, de un lado u otro de la grieta, por frentes compuestos de muy diversos elementos. Quizás sea hora que nos acostumbremos a este panorama y comencemos a verle parte de sus beneficios.
(*) Ezequiel Vazquez Grosso es licenciado en Ciencia Política de la UNR y docente …
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