La nueva circulación monetaria permitirá destacar la aparición novedosa de dos mujeres bastante relegadas de la historia: Juana Azurduy y María Remedios del Valle, quienes consagraron sus fuerzas como combatientes en las guerras de independencia a comienzos del siglo XIX. En tanto, María Eva Duarte de Perón volverá al billete de 100 pesos. Por otra parte, no podía faltar el retorno del Libertador de América, el General José de San Martín, al papel moneda de mayor denominación, el de 1.000 pesos, en lugar del que ya está fuera de circulación el de cinco pesos. Además, las dos guerreras mencionadas serán acompañadas por Miguel Martín de Güemes y Manuel Belgrano, respectivamente, en la nueva tirada de billetes de 200 pesos y 500 pesos. Estos cambios ilustrativos anunciados son una excelente oportunidad para revisar el pasado patrio y el aporte de sus personajes clave, enfatizando el rol por mucho tiempo silenciado de las mujeres. Tres personalidades femeninas con algunos elementos en común y un pasado de lucha por lograr cumplir sus convicciones inquebrantables, abriéndose contra viento y marea en un contexto marcado por un machismo inveterado.
Desde una juventud desafiante, hasta el haber crecido en un contexto revolucionario que implicó persecuciones y vejaciones, o el hecho de haber nacido esclavizada y provenir de una familia de igual condición, tres mujeres cuyo coraje traspasó fronteras. Evita, la “abanderada de los humildes”, la “flor del Alto Perú” Juana Azurduy y la “Madre de la Patria” María Remedios del Valle, tres mujeres cuyo rol en la historia fue decisivo, pero no suficientemente reconocido. Una a una, quiénes son y qué hicieron las mujeres que ilustrarán los nuevos billetes.
Eva
Amada u odiada, rara vez indiferente, de las tres mujeres, seguramente es por lejos la más conocida. Tuvo su debut en 2012 en el billete de 100 pesos, “conviviendo” en la circulación con el representado por la figura del expresidente Julio Argentino Roca. Nacida en la localidad de Los Toldos un 7 de mayo de 1919, María Eva Duarte, más tarde “de Perón”, era hija de un acaudalado terrateniente, Juan Duarte, proveniente de una familia respetada de Chivilcoy. Él había adquirido su finca a comienzos del siglo en esa pequeña localidad. Con Juana Ibarguren había dado a luz a las tres hermanas más grandes y al hermano mayor de Eva, además de tener otros hijos, producto de su primera unión. Tras ciertas complicaciones económicas para la familia, consecuencia de los cambios políticos que incluyó una mudanza temporal, la muerte de Juan en un accidente automovilístico en Chivilcoy, a comienzos de 1926, dejó a la familia desamparada y bajo serias presiones económicas.
Juana debió ponerse al hombro la subsistencia del grupo familiar, pese a su desmejorada salud. Parte de la prole se dedicó a colaborar para el hogar y Eva asistió a la escuela en Los Toldos donde completó primer y segundo grado. En 1930, por la situación económica acuciante a nivel mundial y sus obvias repercusiones en la Argentina, la familia se trasladó buscando nuevas oportunidades a Junín. Allí, junto a su hermana Erminda, continuó cursando estudios básicos. La futura Primera Dama comenzó a desarrollar un gusto particular por la poesía que luego sería explotado en menesteres artísticos. Después, incursionó en el teatro y por primera vez, además, escuchó su propia alocución en los parlantes.
En consecuencia, y gracias a esos primeros pasos muy preliminares pero decisivos, para 1934 Eva tenía decidido seguir la carrera actoral. Por ello, tras haber vivido en Junín, a sus 15 años, y pese a la fuerte negativa materna, buscó probar suerte en la ciudad de Buenos Aires en el mundo de la actuación. Ella era una más en una gran multitud de migrantes de las provincias, gente en general muy humilde, buscando mejores condiciones de vida. Esas masas serían una parte sustancial del apoyo, dado al nuevo partido político que tanto ella como su esposo, Juan Domingo Perón, lograrían cimentar unos pocos años más tarde.
En la capital Eva se volcó a su pasión, la actuación, y desde temprano se incorporó a la Compañía Argentina de Comedias. Así fue construyendo en el transcurso de poco más de una década una carrera como actriz teatral, además de participar en radio y televisión, e incursionar en publicidad. En agosto de 1937 llegó al cine, si bien sus papeles fueron menores que en los otros medios y su última participación en reparto, de 1945, fue la de una película que no se pudo estrenar. En materia de radiodifusión, inició en radio Belgrano, en 1943, el ciclo Biografías de Mujeres Ilustres, y fundó la Agrupación Radial Argentina, de la cual fue electa presidenta en 1944 y figura como creadora un año antes. Como actriz, integró la Asociación Argentina de Actores. En 1945 dijo haberse consagrado. Sin embargo, ese camino no estuvo exento de miserias, salarios paupérrimos y roles poco significativos dentro de las performances, entre otros percances.
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Ascenso del peronismo
En 1943, golpe mediante, llegaría gradualmente al poder quien definiría la política argentina de allí en más, Juan Perón. Desde su labor en el Departamento Nacional de Trabajo, al poco tiempo reconvertido en Secretaría de Trabajo y Previsión, la labor social de este joven coronel tendría un punto cúlmine en ocasión del terrible terremoto en San Juan de enero de 1944. En esa oportunidad, atento a la devastación sufrida, Perón, desde su posición como funcionario, organizó una campaña de ayuda nacional que convocó a artistas. Eva, siempre solidaria, respondió ante el pedido de ayuda y así fue cómo dejaría de ser Eva Duarte para convertirse en Eva Perón. El 22 de enero el futuro matrimonio confluyó en un acto masivo organizado en el Luna Park para atender a las víctimas del cataclismo. Desde ese momento comenzaría una relación que jamás les separó, hasta la muerte de ella, en 1952.
En marzo de 1944 Perón alcanzó la vicepresidencia de la nación pero sin perder por ello su cargo en la Secretaría y en el Ministerio de Guerra. La presencia del nuevo líder, su ascenso bastante repentino, irritaba a la oposición y más el hecho de que presentara a Eva como su compañera entre camaradas de armas, algo muy atípico para la época. El 13 de octubre de 1945 un grupo de oficiales logró la renuncia y el arresto de Perón, pero la presión surgida de una masiva movilización popular nunca antes vista lo liberaría y devolvería al poder. Nacía el peronismo como movimiento. Esto último es historia conocida.
El 22 de octubre Eva y Juan se casaron. El 10 de diciembre lo harían por iglesia. La tranquilidad y el goce por la unión para el incipiente matrimonio se convirtieron en deuda. Perón anunció su candidatura presidencial para las elecciones de febrero de 1946, del otro lado la Unión Democrática. Comenzaba a escucharse el lema “Braden o Perón”, en referencia al embajador estadounidense Spruille Braden y su proselitismo por la principal fórmula opositora, esa situación reflejo de la división política y social transversal de una sociedad movilizada en una campaña que se tornó agresiva cuando no violenta. En la gira por las provincias, por primera vez se vio a un candidato acompañado por su esposa, y esta última comenzando a construir su propio perfil político gradualmente. El 8 de febrero, casi dos semanas antes del día de los comicios, la autora de La razón de mi vida dirigió una manifestación multitudinaria de mujeres obreras en el Luna Park. Perón, enfermo, no pudo asistir y el público lo aclamaba a él. Sin embargo, a los pocos meses, ella sería ovacionada, naciendo la figura de Evita.
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De Eva a Evita
Llegado Perón a la presidencia en junio de 1946, a diferencia de otras Primeras Damas, Eva se planteó sostener un rol activo, no solo de acompañante del mandatario. Desde una oficina gubernamental, comenzó a recibir a delegaciones de obreros e intervino en asuntos gremiales, además de congraciarse con los sectores más necesitados. Así comenzaron visitas a fábricas y a barrios marginados, poniéndose en contacto y al corriente de las necesidades del pueblo. Estas intensas actividades la llevaron a Eva a ocupar el despacho de su marido en Trabajo y Previsión, durante jornadas larguísimas y en desmedro de su salud. Por esto último, aconsejada de reducir la intensidad del ritmo laboral, ella se negó excusando su compromiso con la causa del asistencialismo social, encarnada, sobre todo, a partir de la Fundación María Eva Duarte de Perón, que reemplazó a la antigua Sociedad de Beneficencia, intervenida por el gobierno en 1946, vio la luz en junio de 1948. Las mujeres de la clase alta nunca le pudieron perdonar a Eva esa traición. En 1950, la citada institución pasó a ser la Fundación Eva Perón. Niñez, ancianidad, situación de la mujer y salud pública fueron materias destacadas entre sus principales ocupaciones.
Sin esta necesidad de respaldar a las personas más renegadas por el sistema, Eva no hubiera devenido Evita y tal vez no sería muy recordada más que como la esposa de Perón. Pero, además, no debe perderse de vista su lucha por la obtención del sufragio femenino. 1946 fue un año de avances en la materia, en agosto el Senado aprobó el proyecto de ley y en la supervisión del mismo participó escrupulosamente Eva, hasta la sanción de la Ley N° 13.010 de voto femenino, promulgada en septiembre de 1947. Al respecto, en uno de sus tantos mensajes, ella proclamó que el siglo XX sería recordado como “el siglo del feminismo victorioso”. De todos modos, el tema ya estaba en agenda desde 1945 y, asimismo, el presidente lo promovió, con la mujer en política como una realidad aunque faltara la consumación definitiva en materia electoral. Pero sin Evita no hubiera sido posible llegar al punto cúlmine que implicó 1947. En varios mítines, en ocasión de la promoción de la ley más tarde aprobada, ella fue aclamada, ya reconocida como portavoz de las mujeres y electa presidenta del ala femenina del partido, creada en 1949.
Una vez alcanzado el sufragio femenino, muchas mujeres se levantaron contra el mismo argumentando que había sido un logro partidario, no la representación cabal de la totalidad femenina. Sin embargo, todas votaron en 1951 en las elecciones presidenciales de noviembre que ratificaron la segunda presidencia peronista. El empadronamiento y la concientización cívica en víspera de esa instancia electoral fue una ardua tarea que, una vez más, Evita enfrentó desde la organización del Partido Peronista Femenino. La campaña fue un éxito, casi 4 millones de mujeres votaron aquel noviembre, en su mayoría por el peronismo, el único partido en llevar cupo femenino en sus listas. En 1952 veintinueve mujeres ingresaron al Congreso.
El aumento de las críticas hacia la esposa de Perón, sobre todo fuera del peronismo pero también dentro de sus filas, aumentó al compás del deterioro de su salud. Si los años 1950 y 1951 representaron el auge de la visibilidad pública de “la abanderada de los humildes” y la cima del poder alcanzado, también fue una época decisiva para ella desde la política. Debía elegir si acompañar o no a Perón en una posible fórmula presidencial para fines de 1951, como aspirante a la vicepresidencia nacional. El 22 de agosto de 1951 Evita habló ante un gran público congregado pero eludió una respuesta a ese interrogante, solicitando más tiempo para reflexionar y decidir. Pero, finalmente, el 31 de agosto anunció la negativa por cadena nacional radial. En noviembre Eva, enferma y débil, pudo votar por primera y única vez desde su cama en el Policlínico de Avellaneda. Su última aparición en público fue acompañando al reelecto Perón. Falleció a los 33 años, el 26 de julio de 1952. Esa jornada fue de luto para una gran mayoría, se la veló hasta el 11 de agosto paralizando el país, pero, a la inversa, hubo celebraciones entre otros sectores. Las pintadas con el famoso “Viva el cáncer” fueron reproducidas como producto de una Argentina polarizada.
Desde aquel julio de 1952 nació la leyenda pero también un odio y un rechazo arrastrados y que llegan al presente. Es muy difícil ser indiferente ante una mujer que asumió un rol tan relevante en una época en la que aún era fuerte la imagen de la mujer embebida en sus milenarias atribuciones tradicionales.
Juana
Juana Azurduy, hija de Matías Azurduy y Eulalia Bermudes, nació el 12 de julio de 1780 en lo que sería un convulsionado Alto Perú (actual Bolivia) meses más tarde. Se iniciaría así un ciclo prerrevolucionario que conduciría hasta el mismísimo 25 de mayo de 1810 porteño, jornada que sentenció a un muy frágil Virreinato del Río de la Plata a la disolución. Hasta entonces el Alto Perú era pieza fundamental por su riqueza minera, aunque menguante en el último ciclo virreinal.
Nacida no muy lejos de la actual Chuquisaca, por ese entonces uno de los gérmenes de la intelectualidad y punto focal de formación de pensadores y futuros próceres, como Mariano Moreno y Bernardo de Monteagudo, la universidad hacía a la región un punto destacado de circulación de personas y también de ideas nuevas. Tampoco la zona distaba tanto de Potosí, el gran centro minero que hizo las delicias en los inicios de la conquista y fue al final el tan añorado El Dorado que ansiaban en sus sueños imperiales los ibéricos en las Américas y una buena justificación para la colonización hispanoamericana subsiguiente.
Por parte paterna, Juana descendía de un hacendado importante de raigambre hispana. Su madre era “chola”, una mestiza, y la mezcla confirió a la joven Juana una identidad mixturada, con aprendizaje del español pero también del aymará y el quechua, además del orgullo de sus raíces americanas. El padre de Juana en sus negocios frecuentaba a otro rico terrateniente de la zona, Melchor Padilla, con quien trabó amistad y cuyo hijo, Manuel Ascencio, conoció a Juana y se enamoraron al compartir vecindario y sus primeros años. La pareja Padilla - Azurduy contrajo matrimonio en 1805, surgiendo de la unión dos hijos y tres hijas. Lamentablemente, cuatro fallecieron prematuramente, consecuencia de la guerra revolucionaria a la cual el matrimonio suscribió con entereza y el respaldo firme a la causa patriota desde sus primeras manifestaciones.
Un antecedente directo, a un año calendario de la Revolución de Mayo en Buenos Aires, fue la rebelión de Chuquisaca, del 25 de mayo de 1809. El movimiento insurrecto, una vez más, resultó brutalmente reprimido y los supervivientes de la revuelta devinieron en prófugos de las autoridades virreinales. A Juana y Manuel les correspondió ese destino, entre huida y confrontación. Pero poco más de un año después, llegaron los refuerzos. El gobierno recién formado de la Primera Junta de Buenos Aires envió una misión “auxiliadora” al Alto Perú, en julio de 1810.
A sus filas con entusiasmo adhirió el joven matrimonio integrándose en un ejército formado mayoritariamente por sectores siempre marginales en época colonial, muchos de aquellos siendo pueblos originarios y mestizos, las castas, con las cuales Juana compartía muchos elementos identitarios. En efecto, Juan José Castelli, en calidad de jefe de ese ejército y, ante las ruinas de la antigua civilización Tihuanaco, proclamó un célebre discurso a un año de producida la Revolución de Mayo en el que garantizó la igualdad jurídica hacia indígenas al abolir el tan odiado tributo colonial, entre otros aspectos.
El ejército patriota enviado desde Buenos Aires tuvo una seria derrota en el campo de Huaqui, el 20 de junio de 1811. La desbandada que siguió a ese reconocido desastre infringido por el líder militar realista, José Manuel Goyeneche, condujo a complicaciones diversas para el matrimonio Padilla y, en un plano más general, significó la pérdida definitiva del Alto Perú para las emergentes Provincias Unidas. Tras esa batalla, Juana y toda la familia fue rodeada por tropas realistas y estuvo a punto de ser capturada sino hubiera sido por la intrepidez de Manuel quien, tras una acción heroica, salió al rescate y pudo liberar a su familia.
Desde ese momento, la resistencia quedó a cargo de jefes locales que, según las circunstancias, contaron o no con el respaldo y apoyo del gobierno central, aunque la considerable distancia siempre fue un problema dado que las líneas de suministro realistas, desde el Perú, eran mucho más cercanas. En su bastión de Chayanta, el matrimonio Padilla hizo lo imposible para resistir el embate de un ejército mucho mejor preparado y más numeroso, al igual que otros cabecillas de las denominadas Republiquetas, protagonistas de una auténtica guerra de guerrillas en desafío de la imposición realista y sosteniendo al Ejército del Norte, comandado por Manuel Belgrano, que relevó a las fuerzas patriotas enviadas en 1810 y dispersas tras Huaqui. El matrimonio hizo causa conjunta con el abogado y creador de la bandera, devenido solo por la fuerza de la coyuntura, en militar.
La pareja hacía bien las cosas como para complicar el intento realista de controlar sin trabas el Alto Perú, a pesar de, por caso, contratiempos como las derrotas en 1813 de Vilcapugio y Ayohuma pero, sin embargo, en 1816, sobrevino la tragedia. Tras un rescate exitoso de Juana a Padilla en febrero de 1814, el rol inverso no se pudo dar de nuevo. Padilla intentó evitar la captura de su esposa y falleció producto de las heridas en el intento. Juana también resultó herida y juró vengarse por todo eso. De todos modos, Belgrano solicitó que el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón ascendiera a Juana al grado de teniente coronel, rango más que infrecuente para una mujer en esa época, y, asimismo, el abogado porteño le regaló su sable a la elogiada.
Varias desgracias más se sucedieron. Toda su prole falleció por enfermedad (se dice malaria), situación típica para una familia más que sufrida durante intensos meses de confrontación. No deja de llamar la atención que la altoperuana combatiera estando embarazada, pues Luisa, la única hija que sobrevivió, fue dada a luz en 1815, en plena campaña de resistencia frente a los realistas mientras Juana capturaba un importante estandarte enemigo. La pequeña acompañó buena parte del tiempo a su madre guerrera.
Final de su etapa bélica, olvido y fallecimiento
Luego de 1816, muerte de Manuel Padilla mediante, la situación en la región se tornó insostenible frente a la avanzada hispana y Juana, ahora líder indiscutida del ejército, tomó la decisión de replegarse, descendiendo a la provincia de Salta, para entonces capitaneada por el héroe de la guerra gaucha, Martín Miguel de Güemes, ingratamente reconocido por la historiografía oficial durante mucho tiempo y quien hoy tiene su feriado nacional consagrado en tanto prócer patrio, pero en forma tardía incorporado al pedestal de figuras ilustres. Allí Juana combatió a las órdenes de Güemes, motivo por el cual el nuevo billete de 200 pesos ilustrará al comandante y a su subordinada.
Sin Güemes y sus valientes, el avance realista hubiera sido una realidad y Lima hubiese puesto sus manos sobre la lejana Buenos Aires, posibilidad que la guerra gaucha frenó a pesar del desprecio y la ingratitud de la élite porteña hacia el caudillo salteño. Además, la línea de resistencia salteña logró una contención necesaria para que el Libertador San Martín lograra llevar a cabo el tan desafiante cruce andino y pudiera garantizar con éxito más tarde, entre 1818 y 1821, las independencias de Chile y del Perú, prescindiendo del apoyo de Buenos Aires quien le soltó la mano durante la aventura emancipatoria. Al oficial correntino se debe el billete de mil pesos, a esa insigne personalidad cuyo esfuerzo, el cual literalmente lo hizo cruzar Los Andes en camilla, entre otros infortunios, se honra la memoria de haber liberado nada menos que tres naciones sudamericanas.
A Azurduy, la muerte de Güemes, en 1821, la tomó por sorpresa y la llevó a permanecer en Salta hasta 1825. La guerra independentista ya comenzaba a ser cosa del pasado, emergiendo el potente y carismático liderazgo del Libertador del Norte, el caraqueño Simón Bolívar, en tanto San Martín llevaba casi tres años de exilio en Francia, donde fallecería en 1850 alejado de la patria por la cual consagró una vida de lucha. La viuda recibió del gobierno salteño el estipendio necesario como para poder trasladarse hacia su hogar y allí reencontrarse con la pequeña Luisa. Bolivia ya era independiente al retorno de la heroína, en donde pudo entrevistarse con Bolívar y su lugarteniente y primer presidente boliviano, el Mariscal Antonio José de Sucre. Se la declaró heroína y el gobierno boliviano le otorgó una pensión vitalicia que luego Juana dejaría de percibir.
Falleció a poco de cumplir 82 años, el 25 de mayo de 1862, prácticamente olvidada pues las guerras de independencia eran un recuerdo muy lejano en el tiempo, y en una situación de pobreza llamativa. Sufrió una negación muy injusta puesto que resultó enterrada en una fosa común y recién un siglo después sus restos fueron exhumados y transferidos a un mausoleo en Sucre, construido al efecto en la ciudad en la cual murió en compañía de un hijo adoptivo. En 2009 el gobierno argentino le reconoció el ascenso al grado de general, única mujer en el mundo con tal mérito, y el 12 de julio se consagró como el día de la hermandad argentino-boliviana. En 2015 fue inaugurada una imponente estatua de la prócer en cercanías de la Casa Rosada. Para ello fue necesaria, no sin polémica, el desplazamiento y mudanza de la precedente de Cristóbal Colón que ocupó ese sitio.
María Remedios
Con bastante seguridad hija de padres esclavizados y nacida en la futura capital del Virreinato del Río de la Plata, no se sabe bien si nació en 1766 o un año después. De María se desconocen muchos datos biográficos, como el lugar preciso de nacimiento. En general, falta información sobre todo de sus primeros años al detentar una posición tan humilde como la parte mayoritaria de la sociedad tardocolonial, en la cual ella ocupaba el último escalafón al ser afrodescendiente y por mucho tiempo esclavizada. Al parecer es muy probable que fuera liberta y habitó en el “barrio del Mondongo” (Montserrat).
Su primera participación militar tuvo lugar cuando irrumpieron las Invasiones Inglesas en la ciudad de Buenos Aires, con motivo de la segunda, en 1807, la Defensa, ocasión en la cual se unió en forma enérgica a la resistencia contra el invasor británico en calidad de “auxiliar”, según acredita la documentación disponible.
La “parda María”, como era conocida, se enlistó en el ejército que marchó al Alto Perú en julio de 1810, el mismo al cual se sumaron Juana y su esposo. Era bastante frecuente la participación de mujeres y de integrantes afro en lo militar, como la de esta porteña. Sin embargo, a ella la esperaba un camino de grandeza y de distinciones militares, hecho muy poco usual en la historia militar patria para este segmento de la población femenina, y tampoco mucho más que para los varones afro.
A ella se sumaron asimismo su marido, el hijo en común entre ambos, y su hijastro o entenado. El devenir de la guerra dejó a esta mujer, en principio, “auxiliar” del ejército, sola, pues los tres fallecieron en combate.
Pronto se haría presente el Ejército del Norte, dirigido por Belgrano, tras haber transcurrido la derrota estrepitosa de Huaqui o Desaguadero meses antes. En agosto de 1812, a pocos días de producido el éxodo jujeño, el Ejército del Perú avanzaba en sentido sur cuando fue sorprendido en el combate del Río Piedras. Los patriotas se anotaron una importante victoria el 3 de septiembre de 1812 y allí participaron, como combatientes, María, su esposo y sus dos hijos.
Un reto mayor fue Tucumán, enfrentamiento librado el 24 de septiembre. En la previa, María pidió entonces al General Belgrano el permiso para participar en el auxilio de heridos y otras labores de soporte. La negativa de su superior fue rotunda pero, de todos modos, ella desobedeció la orden. No sólo fungió como auxiliar sino que de nuevo combatió a la par de los hombres, obteniendo el mérito en batalla y comenzando a ser reconocida como una aguerrida combatiente. Al punto que, al término de la victoria tucumana, Belgrano le concedió el grado de capitana, por su destreza y coraje en el campo de combate. Sus pares y allegados empezaron a llamarla Madre de la Patria, a precisamente una antigua esclavizada, lo que se consideraba por ese entonces lo más bajo racialmente de la sociedad y, en un país en que subsistiría la esclavitud varias décadas más, ella se convirtió en sujeto de digna admiración entre sus seguidores. También el fundador del periódico El Correo de Comercio validó el título de “Madre de la Patria” a María Remedios.
El éxito de Tucumán se repetiría a fines de febrero en Salta, combate en el cual en forma enérgica María arengó a las tropas y reclutó más efectivos en contra de la invasión realista, para luego desenvainar su sable como en Tucumán.
La guerra le trajo a la capitana gratificaciones y reconocimientos pero también serias penurias. Falleció su familia entera y recibió seis heridas de consideración, además de estar a punto de ser fusilada más de una vez. Padeció las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma a finales de 1813, donde se la registra auxiliando heridos y por eso se cuenta que fue conocida de entre las “niñas de Ayohuma”, calificativo dudoso, pues estaba cercana a los 50 años.
Con una salud pésima y desmoralizado, Belgrano tomó la resolución de disolver el Ejército del Norte, el cual ya se encontraba muy desorganizado luego de las dos derrotas. El destino de María Remedios del Valle tampoco fue bueno, cayó prisionera de los realistas y azotada públicamente durante nueve días seguidos y abandonada al rigor de la intemperie y de un clima poco benevolente en noviembre, sin embargo, logró liberarse y operó como mensajera entre las peligrosísimas líneas enemigas al servicio tanto de Güemes como de las fuerzas de otro líder prestigioso, Arenales.
Una vez desmovilizada en el norte, con nula precisión cronológica, se supo que la capitana volvió a su Buenos Aires natal para habitar en una vivienda muy precaria, un rancho, de la periferia urbana, en zona de quintas. Sin ningún reconocimiento más que el ascenso militar otorgado años antes por Belgrano, María transitaba momentos duros y de olvido, como los atravesados por su antiguo jefe quien había fallecido en 1820 olvidado, enfermo y empobrecido, en el día caótico de los tres gobernadores en Buenos Aires. Gracias a un amigo el retirado general porteño pudo sufragar el pasaje para darse el “lujo” de fallecer en la ciudad que lo viera nacer en 1770.
María sufrió una situación similar de desmemoria y desamparo. Se decía que en la década del 20 vagaba por lo que hoy es el casco histórico porteño, las inmediaciones del Cabildo, viviendo de la mendicidad y que también vendía al menudeo lo que podía y eso le permitía sobrevivir, envuelta en ropas casi andrajosas. Hubo quienes hasta la trataron de loca, de psiquiátrica. Arañaba los 60 años y se la conocía con el apodo de “la capitana”. Ella misma decía que había combatido a las órdenes del prócer Manuel Belgrano años antes pero hubo hasta quien dudó de la veracidad y la cordura de sus palabras. La patria fue ingrata por mucho tiempo con Belgrano y con su capitana.
En búsqueda del reconocimiento
En 1826 se la vuelve a ubicar con precisión ya que ella solicitó, mediante un escrito, le fuera reconocido algún mérito por su labor pretérita al servicio de la patria, pidiendo un pago de 6.000 pesos en compensación por sus prestaciones militares, cuando el sueldo más alto era el de gobernador, cercano a los 8.000 anuales. Pero su demanda cayó en saco roto.
Sin embargo, la esperanza aparecería un día de 1827, cuando la anciana fue reconocida por Juan José Viamonte, quien encontró bajo una apariencia demacrada a la mujer que había brillado en la campaña en el norte varios años antes.
Sin dilaciones, hizo pública la noticia de su hallazgo y comenzó a solicitar algún reconocimiento a la Legislatura para con la Madre de la Patria caída en el olvido. El pedido se tornó expediente, el caso comenzó a ser discutido en el recinto reuniendo testimonios de varios testigos que dieron fe de las glorias de María Remedios en el frente militar, como las declaraciones del ex Director Pueyrredón o las palabras de Tomás de Anchorena, secretario de Belgrano en el Ejército del Norte. De todos modos no tardaron en aparecer excusas, así como voces que aclamaron la injusticia de que María fuera olvidada y no gozara del más mínimo reconocimiento, como la indignación de Viamonte.
Las voluntades lograron una demora considerable respecto del pedido de la solicitante, una negativa y hasta el traspapeleo del expediente. Tampoco los tiempos eran benevolentes con una demanda así y más partiendo de una mujer liberta y negra. Era época de división que presagiaba un final catastrófico de década, más una guerra internacional, con Brasil, además de los escándalos del presidente Bernardino Rivadavia que precipitaron su caída y renuncia en junio de 1827.
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Finalmente, la sala dictaminó que a del Valle se le concediera el equivalente al sueldo de capitana de infantería, recién en julio de 1828, y a percibirlo desde marzo del año anterior. En términos materiales fueron 30 pesos mensuales, a razón de uno por día, cuando la libra de carne, por ejemplo, costaba dos. Su suerte algo mejoró con la llegada de Juan Manuel de Rosas al poder. A comienzos de los años 30, el Restaurador la pasó a la plana inactiva y la ascendió al grado de sargenta mayor. Su pensión mejoró considerablemente luego de figurar en los listados con sueldo doble, como en 1835, y pasando a la dotación activa, aumentándole considerablemente la paga. Agradecida, María agregó a su nombre el de Rosas. Falleció en pleno olvido el 8 de noviembre de 1847. Seguía gobernando el rosismo pero no hubo homenajes y esta mujer murió en el completo anonimato, su tumba no ha podido ser localizada. Solo en la foja militar aparece informado de modo sucinto el deceso de esta ilustre afrodescendiente. Tampoco se cumplió un objetivo de la época del reconocimiento de 1828, publicar una biografía de la prócer y dedicarle un monumento. Recién en 2010 se reflotó este último proyecto.
Reconocimientos tardíos para María
¿Cuáles son los reconocimientos de los que goza hoy María Remedios? En 2020, en víspera de una nueva edición del 8N, el Ministerio de Cultura organizó una serie de concursos naciones artísticos y de escritura, de carácter abierto, para rememorar la figura de esta enorme mujer por tanto tiempo injustamente ausente de los libros de historia argentina.
En las geografías urbanas hay otros homenajes, como una calle en su memoria en el Parque Avellaneda porteño o instituciones educativas que adoptaron su nombre.
En su aspecto más fundamental, la Ley N° 26.852, de 2013, instituida en memoria del día de la muerte de la capitana, estableció un día afro a nivel nacional (el 8N) y la obligación de incorporar esa efeméride al calendario escolar. Además, la norma insta a que la currícula afrocentrada sea impartida a todo nivel educativo dando cuenta de los aportes sustanciales a la construcción del país hechos por personas africanas y afrodescendientes, y una identidad que permita poner en entredicho el mito tan repetido de la Argentina “blanca y europea”.
El avance curricular es prioridad para lograr lo sustancial, más allá de medidas más recientes como la incorporación obligatoria de la variable afrodescendencia en el último Censo nacional o la formación de una Comisión para el Reconocimiento Histórico de la Comunidad Afroargentina. Queda mucho por hacer respecto de una comunidad que al presente continúa siendo invisibilizada bajo el mantra de la supuesta “desaparición”.
(*) Historiador africanista argentino, docente y escritor. Interesado por los conflictos contemporáneos, los estudios afroamericanos y el origen afro en particular en el área del Río de la Plata. Licenciado y profesor en Historia, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Magíster en Diversidad Cultural y especialista en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Escribe divulgación y contenido académico sobre África y las relaciones que este continente tendió con Argentina y los países de la región.