Cuando la emperatriz rusa Catalina II “la grande” envió a sus arquitectos a Roma a estudiar las maravillosas salas de los Museos Vaticanos para construirlas exactamente iguales en San Petersburgo, la capital entre 1712 y 1918, no imaginó que tiempos después los italianos harían el viaje de vuelta a Rusia para ver esas copias fieles. ¿Qué había pasado? Un incendio destruyó algunas salas originales y la única referencia para reconstruirlas eran las réplicas perfectas que habían hecho los rusos. El amor por el arte, la literatura y la cultura en general estuvo impregnado desde siempre en el pueblo ruso. Claro que hasta principios del siglo XX solamente eran privilegio de la nobleza, una minoría que gobernaba a un inmenso imperio conformado principalmente por siervos, que eran campesinos en estado de esclavitud.
La revolución rusa de 1917 abrió la educación y la cultura a las grandes masas, siempre y cuando sus integrantes comulgaran con el régimen. Es conocida, aunque poco documentada, la advertencia del propio Lenin a los bolcheviques que tomaron el Palacio de Invierno en San Petersburgo (residencia de los zares, actual Museo Hermitage) de conservar todas las obras de arte que a lo largo de los siglos se habían acumulado allí. Salvo transgresiones menores, nadie tocó ese maravilloso patrimonio cultural, que incluso sufrió otra prueba de fuego: durante la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial todas las obras de arte fueron trasladadas detrás de los montes Urales para protegerlas en caso de que la sitiada Leningrado (San Petersburgo) fuese tomada por las tropas alemanas, cosa que no ocurrió pese a un dramático sitio de más de dos años.
A lo largo de su historia los rusos se han enfrentado en innumerables guerras contra japoneses, franceses, turcos, alemanes y tantos otros. Su lista de guerras no es muy distinta a la de las potencias europeas, pero nunca, al menos en los últimos siglos, fueron sojuzgados tras una invasión. En 1812 Napoleón, dueño de Europa por entonces, ingresó con sus tropas a una Moscú arrasada por los propios rusos para evitar que los franceses tuviesen cobijo y provisiones. Resistieron solo seis semanas y se retiraron no sin antes perder gran parte de su ejército en la batalla de Borodino (localidad cerca de Moscú), donde se desarrolló una lucha tremenda con miles de bajas por cada bando. Hoy, un espectacular museo panorámico sobre esa contienda refleja el orgullo ruso de haber expulsado al invasor francés.
Más de un siglo después, el nazismo quiso repetir la campaña de Napoleón y tampoco pudo. La invasión a la entonces Unión Soviética estuvo cerca de lograrlo pero otra vez y a un costo de millones de vida los rusos se sobrepusieron, expulsaron a los alemanes y liberaron Auschwitz en su paso hacia la toma de Berlín, donde cometieron barbaridades contra la población civil, sobre todo mujeres, en una irracional represalia por las masacres perpetradas por los alemanes en suelo ruso.
El orgullo ruso por esa lucha contra el nazifascismo, a la que llaman Guerra Patria, es inconmensurable y se observa hasta en detalles que pueden ser considerados menores. Por ejemplo, las tropas alemanas que avanzaron hacia Moscú y llegaron a pocos kilómetros de la capital transportaban bloques de piedra rojiza para una vez tomada la ciudad erigir un monumento a Hitler. Esas piedras, abandonadas por los nazis tras su retirada, fueron capturadas por los rusos y distribuidas en la base de algunos edificios que se construyeron en una avenida que desemboca en la Plaza Roja. Son el testimonio de lo que no pudieron los alemanes y la resistencia al invasor.
¿A qué viene esta introducción histórica? Es una manera de graficar que Rusia, un gran imperio en todas las épocas, siempre fue protagonista de la geopolítica mundial. Hayan sido zares, comunistas o capitalistas quienes la gobernaron, los rusos luchan por el poder, con sables en el siglo XVIII, tanques en la década del 40 del siglo pasado, hackers informáticos actuales y amenazas de uso de armas nucleares, algo no visto en décadas salvo por parte de regímenes teocráticos como Irán o desvariados como Corea del Norte.
¿El principal argumento del presidente Vladimir Putin de ingresar a la fuerza en Ucrania tendrá que ver con el temor histórico de Rusia de ser invadida por fuerzas extranjeras? Suena anacrónico ese pensamiento en el siglo XXI pero la ampliación hacia el este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), alianza militar creada en 1949, deja sin dudas en una situación cada vez más precaria a las defensas rusas. Y como dijo el propio Putin es como si Rusia instalase misiles en Canadá o México apuntando a las ciudades estadounidenses. ¿Pero ese es el verdadero motivo de la guerra?
Después del colapso de la Unión Soviética y el caos político y económico que le siguió, Putin, un ex agente de la KGB soviética, se convirtió en el hombre fuerte de Rusia que restauró el orgullo imperial. Estabilizó a un país gigante que tiene once husos horarios, modernizó a su ejército, permitió la creación de una oligarquía multimillonaria y comenzó a desafiar el liderazgo mundial a los Estados Unidos, enemigo ideológico en la Guerra Fría aunque ahora ya no se trata de capitalismo versus comunismo, sino de poder global.
Putin advierte las debilidades de Estados Unidos, casi expulsado de Afganistán por unos 40 mil talibanes primitivos que cosifican a las mujeres e imponen leyes medievales. También que su economía no es tan sólida como parece con el actual pico inflacionario, el más alto en décadas. Además, ¿la psicología de los líderes mundiales juega un papel en las decisiones políticas? Biden tildó de asesino a Putin y nunca se retractó. Bush invadió Irak con la excusa de la existencia de armas de destrucción masiva que nunca encontró (si halló a Saddam Hussein escondido en un pozo) porque Saddam había intentado matar a su padre.
Rusia abastece gran parte del gas que usan los europeos, es un gran productor de petróleo y cereales. Su industria pesada está de regreso y sus fuentes de energía son inmensas. Y, además, cuenta con armas nucleares. Desde la visión de Putin, el “Nuevo zar”, como titula su libro el periodista del New York Times Steven Myers, corresponsal de ese diario en Rusia varios años, ¿por qué habría de someterse al liderazgo de Estados Unidos como patrón del planeta?
China emerge como el próximo imperio global y Rusia no quiere quedarse atrás. Su expansión geopolítica hacia Ucrania es decisiva para sus intereses, que ya causaron cientos de muertos aunque parece que eso no importa mucho. Mientras, Estados Unidos lucha por mantener su poderío pero comete algunos olvidos: la larga lista de invasiones o intervenciones encubiertas para deponer a lo largo del mundo regímenes no “deseables”. Eso no justifica la locura bélica rusa en Ucrania, pero hay que contar toda la verdad histórica.
Todas las predicciones sobre cómo terminará esta guerra en Europa son frágiles. Casi nadie, incluido quien escribe esta nota, pensaba que Putin invadiría y atacaría Ucrania. Ahora amenaza con usar armas nucleares si terceros países interfieren en su ofensiva. Tampoco nadie lo cree. ¿Pero si lo hace, en una demostración de haber perdido el juicio por completo?
La teoría de Francis Fukuyama expuesta en su famoso libro “El fin de la historia” también parece derrumbarse. Fukuyama decía que tras el fin de la Guerra Fría y terminadas las luchas ideológicas el mundo ingresaría en una distensión sin guerras, con predominio de las democracias liberales, donde no habría más luchas sangrientas para dirimir conflictos.
No suena a lo que hoy está ocurriendo en suelo europeo.