Este primer ejemplar tiene más de 200 páginas, un compilado de hechos, perfiles y sabrosas anécdotas, extraídas de libros y notas periodísticas; un trabajo obsesivo de archivo y transcripción que el autor se encarga respetuosa y minuciosamente de citar.
Entre las cosas curiosas de este trabajo de tres años es que el propio Palermo es un hombre con un perfil de personaje del estilo de los que él describe en el libro.
Nació y se crió por muchos años en una villa de la zona sur y luego trabajó en todo lo que pudo: a los 14 años ayudó a su papá en un taller de chapería y pintura, fue empleado en una fábrica de trofeos que no llegaron a acumularse nunca en una repisa de su casa. Después pasó poco tiempo por una empresa agrícola, más tarde pintó paredes y fue remisero.
Todo ese derrotero lo vivió en contacto con las artes marciales y el ring. Y hasta llegó a convertirse en policía.
"Fui parte del Comando Radioeléctrico nueve años, pero un día durante una requisa en un penal me quebré: vi a un compañero con el que había guanteado y fue un antes y un después, ahí entendí que me enfrentaba a mi gente, fue el principio del final", confesó este hombre con pelo recogido en una cola, anteojos y un hablar rápido como una sucesión de jabs a la mandíbula.
Es padre de cinco chicos, uno de los cuales, el más pequeño, salió en los diarios antes que él por apurarse en nacer en plena calle, durante noviembre de 2018. El chiquito que hoy tiene tres años y se llama Valentín, nació en Oroño y Salta cuando su papá se detuvo por segunda vez a ponerle agua al averiado radiadior del auto mientras intentaba cruzar la ciudad, de norte a sur, desde Granadero Baigorria al Hospital Italiano).
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Hoy Palermo es empleado en el gremio de Empleados de Comercio, donde fue también profesor de box y entrenó. Escribe sin pretensiones literarias y lleva siempre un fascículo de su libro con él para quien quiera comprárselo: "Sale 800 pesos, lo dejé en kioscos de diario y se vende también en Mercado Libre, logré hacer una tirada de 350 y se agotó, lo reimprimí y ahora con un poco de ayuda sacaré los otros tres tomos. Ya tengo todo el material", dice sobre el texto que ya logró reconocimiento del Concejo de Rosario y la Cámara de Diputados.
Comenta que su afán no es económico. Solo quiere que no siga escondida la historia local del deporte que lo apasiona, tanto como sus ídolos de ayer y hoy. Los enumera: Nicolino Locche, Brian Castaños, Amelio Piceda, Carlos "Junior" Alanis y Daniela La Bonita Fernández, una de las mujeres campeonas del mundo en la zona, "cuando ningún varón logró aún esa corona y sin embargo ganan menos y tienen menos notoriedad", señala como rasgo de desigualdad de género.
Se le pregunta por qué la elige a ella y a cada uno, y dice: "Porque son prolijos y tienen estilo, poseen un box depurado; caminan, contragolpean, van con la guardia en alto y lograron y logran lo fundamental en este deporte: más que pegar, evitan que les peguen".
Unas tres mil fotos
La tapa del libro tiene letras blancas y rojas sobre un fondo negro. Y en una ciudad futbolera Palermo aclara que los colores no tienen que ver con ningún club en particular sino con los shores de los campeones de otras épocas: "Los blancos los usaban los que lograban la corona argentina; los rojos, los que alcanzaban el campeonato local".
El libro está prologado por el periodista especializado en boxeo Néstor Giuria y en la contratapa también escribe el periodista y legislador santafesino por el Frente Social y Popular de Santa Fe Carlos Del Frade, quien compara la escritura de Palermo con "una campana" que "lejos de terminar la pelea, la continúa".
"Puños rosarinos" exhibe fotos en blanco y negro que son verdaderos hallazgos y marcas estéticas de un box pretérito. Palermo dice que armó un archivo con unas tres mil. Entre ellas se ve a los combatientes posando espalda con espalda, no frente a frente con sobreactuadas caras de malos como ahora (tal el caso de la tapa del El Gráfico de 1933 donde se los ve a Alfredo Bilanzone y a Víctor Peralta).
También se observan instantáneas que son reflejo de la sencilla indumentaria deportiva de la época: pantalones cortos de tiro alto que por momentos parecían pañales y botas, como zapatos, con zoquetes (así se lo ve con los puños firmes al rosarino Américo Pellegri, en la década del 20). Nada cercano ni por asomo a las bolsas de millones, la guerra de las marcas internacionales y la televisación, los flashes, y divismos.
¿A que usted no lo sabía?
El libro es para los cercanos al mundo pugilístico y también para los que no saben nada de él, porque está plagado de curiosidades que ponen a prueba a cualquiera que diga que conoce a esta ciudad como la palma de su mano.
Muchos rosarinos y rosarinas pueden creer que solo el fútbol llegó a Rosario a finales del 1800 atado a los pies de los obreros ingleses del ferrocarril. Pero no: este diario dio cuenta en las páginas de esa época de que el buque Englishman que traía rieles para la construcción de la red ferroviaria Rosario-Córdoba también embarcaba a futuros púgiles. El boxeo también colaboró para que esta sea la ciudad del país con más clubes fundados por comunidades sajonas.
Además, seguramente pocos de la generación contemporánea podrán conocer que el primer club que le abrió las puertas al boxeo en 1914 fue el Atlético Argentino, hoy Gimnasia y Esgrima. Y que en la Sociedad Rural del Parque Independencia supo haber un cuadrilátero y no solo vacas y toros.
Claro que durante ese lapso primigenio el deporte de los puños pasaba casi inadvertido, hasta que a mediados de 1921 el cruce por el título mundial entre Jack Dempsey y el francés Geoges Carpentier atrapó hasta a los jóvenes rosarinos que comenzaron a salir de sus trabajos -talleres, oficinas, comercios y bancos- para guantear. El box empezó a crecer también en esta ciudad en caudal de aficionados.
Tampoco es un dato muy conocido que el campeón argentino y sudamericano Luis Angel Firpo estuvo en Rosario, en el teatro Colón de Corrientes y Urquiza, sin embargo es otro de los tantos temas que aborda este texto.
El Toro Salvaje de las Pampas, que como dice la canción "tiró a Dempsey fuera del ring" en la Pelea del Siglo del 14 de septiembre de 1923, en Nueva York y ante 80 mil espectadores, había estado un año antes en esta ciudad. Pero ese combate lo hizo mundialmente conocido porque según Palermo, "el boxeador argentino debió haber sido declarado campeón por nocaut".
Se sabe que la historia no fue así, "Puños rosarinos" cuenta cómo Dempsey, que había caído sobre los periodistas y se había golpeado la cabeza con una máquina de escribir, fue ayudado para volver al cuadrilátero. Terminó ganador y conservó su corona, pero la gloria de Firpo perduró de por vida.
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Foto: Héctor Río/La Capital
¿Y cuántos saben que una discusión en la platea tapó el sonido del gong del fin de una pelea? También lo narra Palermo en la página 71 bajo el título: "Atilio Andreotti, la anécdota de la campana".
Se da cuenta allí de que el 15 de septiembre de 1923, a las 21, en el Club del Orden, que estaba en el centro cerca del edificio de Gobernación, daba inicio el tercer round entre el australiano Gergeos Popow y el uruguayo Atilio Andreoti, residente rosarino, durante el campeonato provincial amateur.
"El griterío llegaría a tal nivel ensordecedor que ni los combatientes ni el referee advirtieron el toque de campana, el combate prosiguió y Popow recibió gratuitamente otros dos golpes en la mandíbula", aseguró La Capital.
¿Y quienes recuerdan que Alfredo Santoro fue el primer olímpico en participar en los Juegos de París de 1924 ? ¿Y alguien se acuerda de José Delgado, el primer boxeador rosarino que falleció en una pelea? Este libro sí les dedica párrafos especiales tanto como a Sebastián Carrión quien tuvo más títulos que los dos anteriores si se tienen en cuenta los que ganó en las páginas policiales.
Digno personaje de una novela, Carrión fue campeón santafesino como peso pluma y liviano, futbolista de Newell's, hijo de un trabajador anarquista del ferrocarril, ladrón y finalmente, al salir de la cárcel, tuvo un negocio de reparación de máquinas de coser.
El hombre se había enamorado de una joven de la burguesía, de nombre Catalina, quien residía en bulevar Oroño. La diferencia de clase, asegura el libro, rompió ese amor y el corazón de Carrión que sin nada más que perder decidió robar junto a dos amigos unos 90 sueldos de empleados del ferrocarril. No lo hizo a los puñetes sino con lentes ahumados, bigote postizo y a punta de pistola. Así lo contó el escritor y experiodista de La Capital Osvaldo Aguirre, y Palermo lo rescató. Ahora, el autor pide a las autoridades provinciales, para ese trío y el resto de estos personajes un lugar en el Museo del Deporte local. Sería Justicia.
Otro dato de las páginas que muchos calificarán como "perlita" es el que evoca a Amelio Constantino Piceda, el talentoso "Kid Noli" y "El Péndulo" por su esquive y contragolpe, considerado entre los veinte mejores peleadores argentinos de la historia. Había nacido en Las Toscas y llegó como deportista rentado a alcanzar la corona argentina de los semimedianos. Su familia se había mudado de La Forestal a Rosario, se destacó con los guantes pero también incursionó en la vida política y fue concejal y dirigente del Sindicato de Trabajadores municipales.
Prada y Gatica, Perón y Evita
Puños rosarinos une en un capítulo al rosarino Alfredo Prada y a su tradicional rival, el Mono José María Gatica. Asegura que del primero era fanático Juan Domingo Perón y del segundo, Evita. Prada combatió como profesional 99 veces y ganó 81 peleas, 36 por KO, 5 las perdió con un solo KO y 13 las empató. Un carrerón que eligió por amor, para conquistar con guapeza a una chica. A sus golpes no los detuvieron ni la discapacidad en su brazo y pierna derecha: "Algunas fuentes afirman que fue producto de un accidente, otras que fueron las secuelas de la poliomielitis", cuenta Palermo en el libro.
También basado en datos, extraídos esta vez del diario La Nación, Palermo rememora que cuando Prada y el Mono ya habían colgado los guantes, el rosarino supo que su rival histórico estaba en la indigencia y lo contrató en su cantina a la que había llamado "La cantina knock out, Prada Gatica". En la carta, como homenaje a esa rivalidad deportiva, se leía: "Bifes a lo Prada" y "Ñoquis a lo Gatica".
El capítulo cierra con una anécdota emotiva que habla de dos vidas de puños y admiración mutuas. Son palabras en El Gráfico de Prada, sobre su voz y la del Mono. Pero mejor leerla en el libro de Palermo, que se consigue justamente donde alguna vez se levantó el Estadio Norte de Box para diez mil personas (José Ingenieros y Alberdi). Ahora hay allí una galería que vende Puños Rosarinos, una marca que resiste a que queden en el olvido los boxeadores de la ciudad, con o sin corona.