Hace años que se habla de la idea de llevar a El Eternauta al lenguaje audiovisual. La historieta de ciencia ficción escrita por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López fue publicada por primera vez en la revista Hora Cero en 1957, y desde entonces tuvo gran cantidad de secuelas y reediciones. Ambientada en la Buenos Aires de fines de la década del 50, es una historia que parte de una nevada mortal, preludio de una invasión alienígena y una resistencia encabezada por un tal Juan Salvo. Ahora la plataforma Netflix confirmó que será adaptada al formato serie, que será protagonizada por Ricardo Darín y dirigida por Bruno Stagnaro.
“Más allá de cómo sea tratada la historia en la serie, me parece que hay una vigencia propia de la obra”, apunta Judith Gociol, periodista, investigadora y editora especializada en temas de cultura y derechos humanos, además de coordinadora del Archivo de Historieta y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional. Coautora junto a Diego Rosemberg de La historieta argentina, una historia y de Oesterheld. Rey de reyes, Gociol sostiene que este género “sirve para abrir mundos” y que es un lenguaje que puede ser una buena herramienta para poder hablar del presente. Y sobre El Eternauta agrega: “Lo veo buenísimo que lo utilicen en las escuelas, es mucho lo que se puede aprender de ahí, primero para disfrutar de la historieta y luego todo lo que se puede leer políticamente de la época y del ahora”. En el prólogo a la versión publicada en Ediciones Récord, el propio Oesterheld afirma que “el héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo”.
—¿Por qué tiene vigencia una historia como la de El Eternauta?
—Más allá de cómo sea tratada la historia en la serie, me parece que hay una vigencia propia de la obra. La historia tiene la solidez necesaria para trascender y tiene cualidades de clásico. Es actual, en el sentido de que las luchas de los pueblos son actuales y la sublevación a un sistema opresor es actual, más allá de los nombres o formas particulares, ya sea que tengan forma de cascarudo o de gurbo. Me parece que la esencia sigue teniendo vigencia, en la narrativa seguro y también en la ideología y en la idea de muchas personas. Esto hablando de la primera parte de El Eternauta, porque la segunda tiene otras características más ligadas con su época y con la situación de Oesterheld como militante montonero. Pero la obra de Oesterheld no tuvo siempre el grado de popularidad que alcanzó ahora. Siempre fue valorada y reconocida su calidad como guionista, pero me parece que cuando se supo de la historia trágica de su familia la obra empezó a reivindicarse y a leerse de otro modo. Ahí cobró otra vigencia. Y después con El Nestornauta —la imagen creada por La Cámpora, donde el rostro de Juan Salvo fue reemplazado por el de Néstor Kirchner— tuvo otra connotación política, pero también tuvo otra difusión y salió a la calle.
—Entonces la reivindicación de El Eternauta fue durante mucho tiempo más de nicho.
—Para mí sí, era más puertas adentro. Eso existió siempre, pero me parece que pasado el menemismo se profundizó en otras lecturas, lo tomaron obras de teatro y demás producciones culturales. Entonces se le dio una impronta simbólica vinculada a los desaparecidos y a la propia historia de Oesterheld. Como que se reivindicó ese lado. Y con El Nestornauta, si bien mucha gente se opuso, me parece que estuvo bien leído, como eso del héroe colectivo. O sea, la figura de El Nestornauta retoma valores que son de El Eternauta. Pero más allá de eso me parece que puso de nuevo a El Eternauta en circulación y a la historieta como género y lenguaje. Lo puso en la calle y me parece que eso se mantiene. Se hicieron reediciones acá y afuera, como que hay una movida de sostenerlo.
—En esa movida creo que entra la decisión del Estado de incluirlo entre los libros que se distribuyen en las escuelas. ¿Cómo ves ese proceso?
—Me parece que hubo un cambio de mirada, más amplia, de El Eternauta. Más allá de lo indiscutible de su calidad artística de guión y de dibujos, hubo una relectura interesante de una obra que pudo representar una época —me refiero al kirchnerismo— que intentaba imponer otros valores. Por eso digo que, más allá de los matices que pueda tener el hecho de que algo sea tomado políticamente, para que cale es porque esa obra tenía carnadura, sino no hubiera resultado. Evidentemente era un buen articulador de valores y algo que estaba presente en la gente. Yo lo veo buenísimo que lo utilicen en las escuelas, me parece que es mucho lo que se puede aprender de ahí. Primero para disfrutar de la historieta y luego todo lo que se puede leer políticamente de la época y del ahora.
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La especialista Judith Gociol.
—¿Cómo ves a la historieta como lenguaje para abordar ciertos temas en las escuelas?
—Me parece que es una herramienta muy idónea, porque tiene algo de que aparentemente es más fácil y más amable que otros textos, entonces hay como un acercamiento que es favorecedor de la lectura. No es una lectura fácil, hay que aprender el código, descubrirlo y a la vez tomarlo. Es falsa la idea de que la historieta siempre es fácil, pero es amigable, tiene algo que rompe ese reparo que tienen las personas para acercarse a las producciones culturales. Es una buena entrada de inicio a la lectura. Antonio Dal Masetto contó que vino a los 11 años de Italia y que aprendió a leer castellano a través de las historietas. Después me parece que lo que falta es quizás más conocimiento de la historieta en algunos docentes, que quedan delimitados al uso en Mafalda y Gaturro. No está mal, porque por ejemplo Mafalda me parece re valiosa, pero está bueno que se conozca que la historieta argentina es mucho más que eso. Es lo que a veces yo trato de hacer en algunas charlas donde van docentes, el abrir el mapa de llegar a la actualidad. Ahora también hay una historieta como de carácter social y político que también es interesante. O sea, por un lado es una buena herramienta para entrar a muchos temas. Mafalda es emblemática para hablar de historia, de psicología, de los vínculos padre e hijos. Y por otro lado también está bueno que la escuela sepa que la historieta no tiene que tener un carácter utilitario. Que se puede transmitir el amor a la historieta como el amor a la lectura, una lectura que sirve para abrir mundos. La escuela tiene la posibilidad de abrir muchos mundos o de obturarlos, depende como lo use. Y a veces si se ponen a analizar el globito, para qué sirve o cuándo es de pensar, son cosas que los chicos en un rato lo sacan solos. Si lo usás solo para identificar sujeto y predicado le bajás las acciones y empieza a ser contraproducente. Pero fuera de eso creo que es un buen vínculo por la lectura en sí misma, por el amor a la aventura o al humor, y con eso solo alcanza. Después si sirve para otras cosas, bienvenido sea.
—Más allá de Mafalda o Gaturro, ¿qué historietas podrías recomendar a docentes de secundaria?
—En las charlas en general hago un recorrido histórico, porque hay cosas que sirven desde el siglo XIX para acá, depende cómo es lo que quieras abordar. También te sirven por el tratamiento gráfico y sintético. Quizás habría que desmentir esa idea muy instalada de que ya no hay historieta, que la historieta murió. Me parece que no es así, tal vez murió la revista en el kiosco o el lector tradicional que iba una vez por semana y compraba su revista en el kiosco. Eso no existe porque no existe esa industria de la historieta, pero hay mucha gente joven haciendo historieta que circula por las redes. Hay una cierta explosión de dar respuestas desde el dibujo a coyunturas políticas, como volver de una marcha y que ya haya un dibujo que esté hablando de esa marcha. Hace poco se hizo en historieta la fuga de Trelew para las escuelas, también está Historietas por la identidad y hasta hay una historieta con los desaparecidos de Venado Tuerto. En internet hay historietas contra la represión policial y también está la colección Aguará. Estudiarlo a Lino Palacio y a Oski está bien, pero me parece que también hay bastante historieta social y política que está dando cuenta de lo que ocurre y es una buena herramienta para poder hablar del presente. Está reapareciendo esa función didáctica y pedagógica que decía Oesterheld, una herramienta de aprendizaje. Él era un convencido de eso. De hecho él hizo historieta política estando clandestino en su militancia. También hubo un período de historieta autobiográfica, más autoreferencial, que en los 2000 se empezó a cruzar lo autobiográfico con una connotación política. Pienso de afuera en Maus (de Art Spiegelman), Joe Sacco, Persépolis (de Marjane Satrapi). Y acá también hay. Creo que Historietas por la identidad hace un poco ese juego. Pero volviendo al principio, por un lado está bueno reivindicar a los históricos y esto de Netflix es una oportunidad. No sé qué va a salir de eso, pero poner el tema en el candelero ya está bueno, después habrá que ver qué se hace con eso y leerlo críticamente.
Continuará: Oesterheld Solano López y El Eternauta (capítulo completo) - Canal Encuentro