"Ordenar la actividad de los cuidacoches no es fácil, pero tampoco imposible", afirma Fabián Santoro, una voz diferente en el debate sobre una actividad que, tras la pandemia, creció notablemente en espectáculos públicos o zonas de alta concentración de gente. Desde hace casi dos décadas, el coordinador de la cooperadora del Hospital Alberdi se encarga de gestionar el estacionamiento en la playa de La Florida en la temporada de verano y en la Fiesta de Colectividades. En esos espacios, los trapitos son claves para ordenar el tránsito, llevan pecheras que los identifican, cobran una tarifa de 300 pesos y, a veces, hasta reciben propina.
La semana pasada, el Concejo Municipal empezó discutir varias iniciativas sobre la actividad de los cuidacoches. Actualmente tienen estado parlamentario varias iniciativas: tres buscan regularlos y otras dos quieren erradicar la actividad de las zonas con estacionamiento medido.
La tarea informal, que en muchos casos se constituye en una fuente de ingreso del tercio de la población que se encuentra por debajo de la línea de pobreza, fue muy cuestionada por conductores que denunciaron extorsiones y amenazas en eventos deportivos y de espectáculos.
El Código de Convivencia que entró en vigencia en agosto de este año sanciona a “la persona que, mediante actos determinados, obstruya o altere la fluidez o seguridad del tránsito, o que mediante actos extorsivos y/o de cualquier otra manera se arrogue preferencia de uso sobre la calzada o parte de la misma sin autorización alguna de la autoridad”. Sin embargo, desde las áreas de control aseguran que la norma es demasiado laxa para hacer sentir la presencia del Estado.
Una experiencia para atender
Santoro forma parte de la cooperadora del Hospital Alberdi desde 1998, cuando la dirección lo convocó para participar de una campaña con el fin de recaudar fondos para reparar el sistema de calefacción del centro de salud de zona norte. Pusieron en marcha una iniciativa que se llamó "Prendete" y ofrecía pins a un peso a quienes se acercaban a colaborar. De esa forma, lograron juntar el millón que permitió a trabajadores y pacientes pasar ese año un mejor invierno.
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Con ese antecedente, dos años después el municipio ofreció a los hospitales la explotación del estacionamiento de Colectividades. "No teníamos ni idea de cómo hacerlo", reconoce Santoro. Pero el estudio de algunas estrategias implementadas en Uruguay, más precisamente en las playas de Punta del Este, y un censo realizado a las 20 personas que cuidaban el estacionamiento en la zona del Monumento, dice, les dieron algunas pistas de cómo organizarse.
"Empezamos a generar un diálogo con los cuidacoches, que ese año trabajaron en conjunto con quince voluntarios de la cooperadora. Les dimos una identificación y les explicamos que tenían que estar bien presentados, que no podían tomar alcohol o trabajar con niños, y que iban a cobrar una tarifa fija que, en un 50 por ciento, iba a ser para el hospital", recuerda.
En 22 años, destaca, "en la zona del estacionamiento que gestionamos no tuvimos ningún problema, pese a que por el lugar pasan entre 1.800 y 2 mil autos por noche". Este año, la gestión del estacionamiento en las diez noches de Colectividades dejó para el hospital 230 mil pesos. Además, se pagó un millón 600 mil pesos a las 42 personas que trabajaron en el lugar y se contrataron seis motos de tránsito y seis de la policía para vigilar el espacio.
De trapitos a voluntarios
Con esta experiencia sobre la espalda, en 2004 el Concejo Municipal le otorgó a la cooperadora del hospital la explotación del estacionamiento en la zona de La Florida, desde Costa Alta hasta la bajada Puccio, durante la temporada de verano. "También en esa zona trabajamos con gente de la calle, que convertimos en voluntarios. No es fácil ordenar a los cuidacoches, pero tampoco resulta imposible", admite Santoro.
En el balneario de zona norte se repite el esquema empleado en Colectividades, tarifa fija aprobada por el Concejo, cuidacoches identificados que entregan tickets y ofrecen parasoles a los automovilistas. "La convivencia con los conductores se mejoró mucho, la gente habla, los saluda y a veces les deja propina. Fue todo un trabajo decirles a los chicos que se saquen la gorra, que no corran a la gente, que dejen que se vean las credenciales. Pero vale la pena", afirma.
Y advierte que más que pretender erradicar la actividad se puede proponer un plan de educación. "Los cuidacoches pueden colaborar para ordenar el tránsito, pero otra cosa es que venga una persona, te ponga un peaje y te obligue mediante un hostigamiento a pagarle para no ser dañado o robado. Otra cosa distinta es llegar al río, que alguien te salude, te ofrezca un parasol, eso no es amedrentamiento, es un servicio que ayuda al ordenamiento urbano", concluye.
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Una experiencia trunca
En octubre de 2017, el Movimiento Solidario Rosario (MSR) puso en marcha una experiencia piloto denominada "Cuidacoches Solidarios" en avenida Pellegrini con la intención de regularizar la actividad en el corredor gastronómico, desde Balcarce hasta Laprida.
A quienes participaron del programa se les otorgó pecheras azules, se los identificó y se los ingresó a un programa social de acuerdo a las singularidades de sus vidas y de sus familias. A cambio, se los habilitó para gestionar el estacionamiento de lunes a viernes, de 20 a 9; sábados, desde las 14, y domingos y feriados todo el día. El aporte, eso sí, debería ser voluntario.
"Intentamos brindar un aporte a una causa social compleja, los jóvenes iban a estar contenidos en programas de capacitación en oficios, a cambio debían usar una pechera identificatoria con sus datos personales, estar en una base de datos y recibir una contribución voluntaria de la gente", señala el referente del MSR, Richard Camarasa. De la iniciativa participaron 48 personas, pero la experiencia se discontinuó a los seis meses de lanzada.