Se trata de la rosarina Diana Tamburini, quien junto al nicolense e investigador de la UNR Juan Bautista Leoni, ambos arqueólogos y docentes de la Facultad de Humanidades y Artes, formaron parte del equipo que llegó a esos lugares para recrear, de la mano de quienes vivieron en carne propia la historia, esos momentos cruciales. Otra rosarina pero afincada en Buenos Aires, Alejandra Raies, fue también protagonista de la movida. El equipo de científicos se completó con Sebastián Avila, Luis Coll, Carlos Landa y el historiador Daniel Chao.
Pero la expedición tuvo la participación crucial de exsoldados, que pudieron aportar conocimiento de campo y revivir la experiencia de haber sido partícipes de la guerra: el entonces teniente Raúl Castañeda y el excabo Gustavo Pedemonte llegaron a sentarse y recorrer el mismo lugar donde hace más de 40 años estuvieron combatiendo.
El rostro y la savia
El proyecto se llama “El rostro y la savia de la Guerra de Malvinas” y está dirigido por Rosana Guber, reconocida antropóloga social que cuenta con gran trayectoria en la temática Malvinas. Formado por un equipo interdisciplinario, que cuenta con antropólogos sociales, historiadores, arqueólogos y miliares, el trabajo fue financiado por el Fondo para la Investigación Científico Tecnológica y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, en el marco de una convocatoria realizada en el 2021.
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Gustavo Pedemonte revivió su experiencia en el duro combate
El objetivo principal del proyecto macro consiste en analizar las batallas que se desenvolvieron en Monte Longdon y Monte Tumbledown para realizar un análisis comparativo de ambos combates teniendo en cuenta dos ejes analíticos: el mando y la logística. En este sentido, buscan indagar cómo se peleó y que diferencias existieron entre las tropas del Ejército y la Armada, entre otros aspectos.
Los combates
La batalla de Monte Longdon (en código argentino “Subsector Plata 2”) se desarrolló desde la noche del 11 hasta la madrugada del 12 de junio de 1982 y concluyó con la victoria de las tropas británicas. Es considerado el combate más importante del conflicto por dos razones: por cruento y por su punto estratégico, debido a que se trataba de una posición clave en torno a la guarnición argentina asentada en Puerto Argentino (Stanley). Fue un golpe duro para las fuerzas nacionales y uno de los últimos bastiones a defender. Quedaba todavía Tumbledown, antes de la rendición.
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Los soldados marchando hacia Monte Longdon en 1982 (Foto Télam).
Los argentinos sufrieron 31 muertos, 120 heridos y 50 combatientes tomados prisioneros. El batallón británico 3 de paracaidistas tuvo 17 muertos durante la batalla, además de un ingeniero real agregado a esa formación. Se presume que en ese combate soldados argentinos fueron víctimas de crímenes de guerra, y algunos fueron despojados de sus chapas identificatorias, lo que impidió reconocerlos y fueron enterrados sin saber su identidad.
La batalla del monte Tumbledown, en tanto, fue un enfrentamiento que tuvo lugar durante el avance británico hacia Puerto Argentino/Stanley. El 13 de junio de 1982 la 5.ª Brigada de Infantería del Ejército Británico lanzó un ataque en horas nocturnas sobre la altura de Tumbledown que sorprendió a los argentinos.
Ese monte resultó ser el último punto estratégico defendido por las tropas nacionales antes de la derrota. Allí murieron 30 soldados argentinos, hubo 70 heridos y 30 prisioneros de guerra. Del lado británico perecieron 15 combatientes, 59 soldados resultaron heridos y otros 30 lesionados. Estas cifras oficiales, no obstante, están en duda de uno y otro bando, de acuerdo a testimonios de sobrevivientes.
Recogiendo evidencias
El trabajo realizado en las Islas por el equipo de investigación consistió en rastrear distintas evidencias de los enfrentamientos librados hace más de cuarenta años. “Lo que hicimos no fue arqueología en el sentido tradicional, porque no está permitido hacer excavaciones ni recoger objetos. Los isleños no lo permiten, no lo hicieron tampoco con investigadores ingleses. Hicimos un mapa cuidadoso de las distintas evidencias de los combates y de la presencia de la guerra en esos cerros en particular”, comentó el arqueólogo Juan Leoni en diálogo con La Capital.
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Piezas intactas. Cañón sin retroceso argentino en Monte Longdon.
A pesar de que el clima genera deterioro en los objetos que yacen en suelo malvinense y que las visitas de viajeros puedan haber modificado el paisaje, Leoni considera que “hubo en grandes términos una buena preservación de los restos”, lo que les permitió realizar un estudio bastante exhaustivo.
Visión clave
Junto con los arqueólogos que viajaron a Malvinas fueron dos veteranos: Gustavo Pedemonte y el entonces teniente Raúl Castañeda. Ambos pelearon en Monte Longdon y pudieron reconstruir sus acciones en los días previos y en la misma jornada del combate. Leoni señala que la participación de los veteranos fue esencial para la investigación: “Nos indicaron posiciones que no hubiésemos visto y nos ayudaron a interpretar objetos que encontrábamos y no sabíamos qué eran. Fue algo emocional pero también muy enriquecedor para la investigación”, comentó el arqueólogo.
El proceso de trabajo de campo incluyó rastrear todo lo que resultara significativo, desde objetos sueltos hasta posiciones de refugio, descanso o combate. Todo aquello se registró en un GPS y se incluyó en una base de datos general. Además, se realizó en un vuelo con un dron para hacer una reconstrucción y un modelo tridimensional de los cerros y algunas posiciones en particular.
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Relevando posiciones defensivas argentinas en Monte Tumbledown.
Diana Tamburini, en tanto, habló de las sensaciones y las emociones que atravesaron al grupo durante la estadía. “Fue una experiencia increíble, única, en un paisaje complejo con un clima hostil. Poder mapear los campos de batalla acompañados de veteranos de Malvinas, el reconocimiento de Gustavo Pedemonte en el terreno sobre el cual vivió 60 días, recorrer sus posiciones donde luchó y fue herido, donde murieron soldados, genera un dolor muy grande sobre un conflicto que nos sigue atravesando”, dijo a este diario.
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De regreso al continente, el proyecto se encuentra en una nueva fase de procesamiento de toda la información recolectada. “Esta cartografía que hicimos la vamos a poner en relación con los testimonios de los veteranos. Nosotros tenemos un cuadro estático de objetos, lugares, posiciones, pero ahora le tenemos que dar vida, agregarle la presencia de quienes estuvieron ahí combatiendo”, cerró Leoni.
"Hasta sentí el olor a pólvora"
Raúl Pedemonte tiene 61 años. Estaba en plena guerra cuando el 20 de mayo de 1982 cumplió los 20. Era por entonces cabo del Ejército y tenía a su cargo un equipo de tiradores con nueve soldados, seis de los cuales perdieron la vida en Monte Longdon. Este militar retirado en 1988 con el rango de cabo primero volvió al archipiélago en 2019, pero está convencido de que esta última experiencia con los arqueólogos fue fundamental. "Lo que hicieron fue maravilloso", asegura.
El testimonio de Pedemonte da cuenta de lo intenso de la experiencia: "A veces hasta sentía el olor a pólvora, los gritos de mis compañeros, las voces de los ingleses", rememora al pensar en esa semana que vivió en noviembre. "El trabajo que se hizo fue detenido, más concentrado en el escenario. Fue entender ese lugar, reconstruir esas historias, ver los espacios donde cayeron las bombas que hoy están intactos. Ahí no creció el pasto, encontramos trozos de esquirlas de distintos tamaños, y pudimos interpretar la posición de la artillería".
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Pedemonte, en esta última experiencia.
Durante estos 41 años no se olvidó de nada. "Cuando fui, me dirigí directo al lugar donde estuve en la guerra. No me costó reconocerlo, tenía presente todo", cuenta a La Capital. Y dice: "A los investigadores les sorprendió el frío que hacía en noviembre. Nos preguntaban cómo habíamos podido soportar ese clima, mojados completamente, bajo bombardeo. Yo digo que fue la supervivencia en su máxima expresión, y en mi caso, la responsabilidad de tener nueve soldados a cargo".
Ahora que volvió con los investigadores, asegura que aprendió mucho. "Esto que viví fue maravilloso como experiencia y movilizante en lo emocional. Pude entender mi dolor y el de cientos de compañeros", concluye.