Pavetto da clases en primera, secundaria y en el nivel terciario. El proyecto de teatro en la escuela lo comenzó a trabajar en un colegio de Rosario en 2014. Fue de a poco, con algunos cursos, hasta que a medida que la propuesta iba avanzando y mostrando resultados se fue extendiendo a otros años.
Su vínculo con el teatro se remonta a la adolescencia. Menciona a la docente Beatriz Vittori como aquella profesora de educación por el arte con quien aprendió a entender que lo artístico podía transitar por un camino diferente al de la estética. “Ahí incorporo una mirada del arte desde lo expresivo y en conexión con el deseo. No el deber ser, sino con una pulsión con el arte”, recuerda.
Pero su conexión con esa pulsión comenzó desde chica, en un hogar de cuadros, música y libros. Una niñez con clases de cerámica, pintura y danza. Y juego, mucho juego. “Fabiola es una niña feliz”, decía su mamá. Aunque en esa dinámica del juego siempre buscaba escaparle al ganar o perder. “Por eso —dice— sostengo el juego dramático, porque no es competitivo, no me gusta que el niño pierda o gane, y en el teatro nadie gana y nadie pierde”.
Con los más chiquitos, además de las dramatizaciones, hay dinámicas con tubos de cartón con los que hacen catalejos, para observar desde bichitos hasta las texturas de la pared. La docente dice que hay decenas de historias y anécdotas que pintan la riqueza de este tipo de espacios, sobre todo por esa respuesta amorosa de los más chicos. Elige una para contar: en una de esas propuestas, justo antes de empezar y tras aclararles que no era un recreo, una nena de segundo grado se le acercó y le preguntó: “Seño, ¿esto sería la libertad?”.
El mundo adolescente también se hace presente en la charla con la docente. Y en esa reflexión, el teatro como forma de resolución de conflictos. Como aquel día que dos chicos se habían peleado y entonces el curso propuso contar lo que había pasado a través de una dramatización.
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El libro “Teatro en la escuela, una necesidad” se presenta el próximo viernes 2 de septiembre en el Normal 2.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Entre el juego y las pantallas
La antropología del cuerpo; creatividad, juego teatral y creación colectiva; y proyecto de enseñanza de teatro en la escuela son algunos de los ejes que aborda el libro, donde no faltan reflexiones e interrogantes abiertos acerca del mundo actual. Como cuando advierte que “convivimos en una sociedad en donde el imperativo de consumo es incuestionable, donde el modelo a seguir es la educación de profesionales competitivos que puedan insertarse en el mercado laboral para correr la carrera de una sociedad de urgencia cuyo objetivo y timonel tiene que ver con el tener”.
Frente a ese escenario, para Pavetto el juego dramático permite una construcción colectiva, sobre todo con los más chicos. “En los niños —dice— veo el peligro de la sociedad individualista de hoy, pero a la vez mucho potencial. Entonces encuentro tierra fértil para desarrollar el proyecto”. Una propuesta que aclara se desarrolla desde el teatro antropológico, donde la intención no es dramatizar a partir de un texto creado por el docente, sino habilitar un espacio para que expresen sus miedos y angustias.
El imperio de las pantallas, potenciado sobre todo con la pandemia, ocupa otro de los capítulos del libro de Pavetto. Asegura que “cuando el niño pasa la mayor parte de su tiempo frente a las pantallas se anestesia la necesidad de conocer todo lo que existe más allá de eso, por ende, desaparecen la curiosidad y el asombro que son esenciales para todo proceso de subjetivación y de aprendizaje”.
—En el libro decís que no son los mismos los niños de 2014 que los de 2022. En el medio pasaron las pandemias y las pantallas. ¿Qué cambios notás?
—A partir de los juegos electrónicos y las pantallas los chicos tienen una necesidad frenética de mover el cuerpo. Es frenética, porque es descarga y sin objetivo, porque no habitan su cuerpo. A veces pretendemos que los chicos estén ocho horas sentados en plena infancia, que tengan el cuerpo anestesiado toda la mañana. Y hablo de necesidad de moverse porque es vital, porque si bien ya lo venía percibiendo, descubro a través de la pandemia que el cuerpo se proyecta en esto de querer comunicar a partir de una cámara. Pero se proyecta en la focalización hacia la cámara, perdiendo el vínculo con lo que lo rodea. Descubrí que cuando daba clases, era vital que los chicos interactúen en su espacio, con su propia casa. Con sus propios muebles. Porque si yo los hacía actuar para la cámara era más de lo mismo, necesitaba que actuaran vinculándose sensorialmente con su entorno. Que es lo que estoy viendo como déficit en los chicos hoy, donde noto no solo una pérdida del espacio lúdico, sino de la confluencia de lo lúdico con lo sensorial. Entonces es un cuerpo que está presente, como bien dice Le Breton, en la competencia, como en el deporte, pero no está presente en el arte. Se perdió el ritual, el vínculo del cuerpo humano con el baile, con lo espiritual. Esta fusión de naturaleza, espíritu, cuerpo y arte se perdió. Y este proyecto viene a recuperarlo, porque es teatro antropológico, porque los chicos no ponen su cuerpo al servicio de lo que escribió la maestra, sino que crean colectivamente.
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Para la educadora, la verdadera revolución educativa tiene que pasar por el cuerpo de los estudiantes.
—Lo colectivo está muy presente en esta propuesta del juego teatral.
—Muy presente, porque el problema es el individualismo de hoy. El chico frente a la pantalla quiere ganar. El padre en el trabajo quiere ganar y todo el mundo se focaliza en la meta, en el “me salvo solo”. Y ya demostramos en la pandemia que nadie se salva solo. Pero antes de eso ya venía percibiendo esta cuestión individualista, de falta de empatía, de no pensar en el otro. Entonces me pareció que la coyuntura de la creación colectiva es ideal para el momento actual de la sociedad. Ves a los chiquitos que salen y como no reconocer la proximidad del cuerpo del otro ocurren accidentes, entonces se golpean entre ellos o con los objetos, porque no registran que al otro le duele. No hay empatía, porque la empatía es física.
—Esto habilita la reflexión sobre las pantallas.
—Claro. No estoy en contra de las pantallas, sino a favor del estimular el juego, socioprotagonizarlo, que los chicos sean protagonistas corporalmente de una construcción social que los ejercite para la vida, porque por más que trabajen cada vez más con la computadora, en situaciones sociales y laborales van a tener que seguir interactuando. Y algo clave: a través del juego ficcional ellos tramitan la angustia. Ahora, yo me pregunto cómo va a ser la sociedad en niños que no pueden tramitar la angustia, porque no les proveemos de espacios y no les facilitamos el momento y el lugar para que lo hagan. A los chicos se los asustaba diciéndoles que si no se cuidaban iban a contagiar a sus abuelos o que sus abuelos iban a morir. O que si iban a la escuela no podían abrazar a sus amiguitos. Eso es tremendo para una criatura. Entonces, cómo tramitan las angustias si no tienen juego libre creativo, si cada vez tienen menos tiempo porque las pantallas los alienan, los succionan y los dominan. Me preocupa el futuro con niños que no juegan con su cuerpo.
—Eso se vincula a lo que decía Silvia Bleichmar respecto del derecho de los chicos al ocio y al aburrimiento.
—Ni hablar, porque de ahí surgen las ganas de hacer. Porque si no le enseñás al chico que haciendo la pasa bien se convierte en consumidor pasivo. Son consumidores pasivos que desarrollan solamente una fracción de su cerebro en acción-reacción de los jueguitos. En un “vengan y entreténganme”. Pero si es así, ¿cuándo soy explorador, cuándo descubro y tengo curiosidad? No tienen, porque se les dan todas las respuestas en la pantalla. Por eso digo que la verdadera revolución educativa tiene que pasar por el cuerpo. No hay otra manera. Contenidos no necesitas tantos, necesitás que el chico recupere la experimentación, la curiosidad y el asombro.
—En el libro también hay una crítica a cierta razón utilitaria de la educación, como el formar sujetos para el mercado.
—En realidad parece que se necesita que los chicos focalicen, para que sean un engranaje más del sistema. Bueno, no me interesa que mis estudiantes sean engranajes de nada. Si lo van a ser porque lo eligen perfecto, pero me interesa más ampliar su universo perspectivo, su capacidad creativa, para que vean otras posibilidades. En definitiva, que tengan otras opciones para jugar y entretenerse, otra salida.
—La escuela no debe formar sujetos solo para el engranaje.
—Exacto, pero aparte es una necesidad hoy. La escuela normalizadora cubría una necesidad de formar para el ser nacional argentino. Frente a la inmigración se necesitaba homogeneizar, pero hoy necesitamos cuerpos presentes, libres. Por eso pongo el eje en el juego colectivo y creativo, cosas fundamentales que se necesitan desarrollar. Entonces, ¿por qué el teatro en la escuela? Porque tengo una perspectiva antropológica del ser teatral que todos tenemos adentro. La modernidad hace que se diferencie danza y teatro, pero en realidad por qué diferenciarlas. A los alumnos de primero y segundo grado les doy muchísima música, pero sí o sí necesitan recuperar este ritual primitivo del cuerpo en situación de baile, el ritmo. Necesitan recuperar eso, que después voy incorporando en juegos teatrales. Ellos quieren actuar. Hace poco hicimos una dinámica con títeres de dedos y me decían “¿pero no vamos a actuar?”. Una vez que se les mete el bichito ya no lo pueden parar y eso es alucinante, porque tienen eso en el cuerpo.
—En el texto también decís que los chicos no son mirados. ¿Qué significa?
—Cuando uno mira observa el alma. Hablo de mirada en el sentido de alojar la subjetividad del otro, registrar a ese alguien. Entonces, la pregunta como docente es cómo lo miro, cómo escucho sus deseos. Y correr el timón de la clase si su propuesta está buena. Saber mirar al alumno es tener la espalda suficiente para alojar sus inquietudes y retrabajarlas. Darle lugar en esta construcción colectiva y valorarlo. Una cosas es ir a buscar algo y otra encontrarlo. Bueno, con la mirada pasa lo mismo, porque es el encuentro que sorprende.
—¿Cómo impacta el escenario de violencia social en esas angustias que se tramitan a través del teatro?
—El 90 por ciento de las dramatizaciones son sobre asaltos y robos. Los chicos tiene miedo que les roben en Rosario. Esto en niños y adolescentes, y yo no puedo detener eso porque lo necesitan. Les digo que las escenas de lucha las hagan en cámara lenta y sin tocarse. Pero lo necesitan, porque en el fondo todos los chicos juegan sus angustias cuando les habilitás el espacio. Por eso creo que una escuela que no habilite el juego creativo y dramático hoy no cumple su función.