Como tantas veces en la historia argentina desde la dictadura militar al presente, el gobierno nacional vivió días de zozobra económica con la corrida bancaria contra el dólar que pareció sin embargo atenuarse en los últimas dos días, aunque nada está dicho sobre el mediano plazo: el equipo de Sergio Massa elabora un plan de concertación de precios y salarios para aguantar con estabilidad razonable al menos por tres meses, y desembocar en el primer test electoral de agosto en un clima de paz. La probabilidad de ese modesto éxito es baja, la debilidad, palpable.
Las razones de la corrida, con base en la realidad objetiva de la falta de reservas, y una perspectiva exportadora oscura, a propósito de la sequía, también sin embargo se ancla en razones de clima político: Alberto Fernández tuvo que anticipar al menos en un mes – la decisión de correrse como presunto candidato a la reelección-, provocando un vacío de poder aun mayor al venía gestando desde la salida de la pandemia a la actualidad. Para el Frente de Todos (FdT), detrás de la debilidad presidencial domina la incertidumbre: Cristina lanzada a conducir el “debate programático” del peronismo para lo que viene, aunque, por ahora, sin incidencia decisiva para garantizar que la Casa Rosada le ofrezca algo distinto hoy a los 13 millones de votantes que lo ungieron en 2019, y que progresivamente se fueron decepcionado con una esa expectativa post macrista, defraudada. Ya sea por razones excepcionales y fatídicas, como por impericia política, debilidad, errores y traiciones imperdonables.
La esperada reaparición de CFK en la conversación pública, el último jueves en La Plata, no resolvió el clima gran incomodidad política que vive el peronismo kirchnerista. El operativo clamor no parece tomar volumen, la propia protagonista, retrocedió un casillero en esa pretensión militante de entronarla como candidata: “ya di todo”, soltó Cristina durante la casi hora y media de alocución. Un frio corrió por espaldas de millones que esperan de ella vuelva a colocar la palabra “Kirchner” en el binomio de la precandidatura presidencial. En cuatro de las cinco elecciones presidencial del siglo XXI, el apellido Kirchner estuvo en la boleta, y en las cuatro oportunidades resultó ganador.
Pero nunca la historia se repite por siempre, ni las circunstancias políticas son idénticas; Cristina lo entendería de ese modo. La trampa de la proscripción judicial y política está tendida y activa sobre la vicepresidenta. Si bien la Corte Suprema (al cabo, la garante final de gatillar sobre Cristina) trastabilla con el avance del juicio político que impulsa el FdT en Diputados, sin embargo, continúa siendo hipótesis política débil la vocación de desplazar a los cortesanos actuales, refundar ese poder y exculpar la vice.
Sergio Massa, al día de hoy, es el único con hambre verdadero de ir a la Casa Rosada representando al peronismo. Recibe el apoyo de la propia Cristina que lo mencionó positivamente el jueves “Sergio”, “el ministro”, en varias oportunidades, también del sector mayoritario de la CGT. Aunque el juego es contradictorio, y confuso, ¿puede un candidato – hoy ministro de Economía- con más de 100 por ciento de inflación, salarios atrasados y dólar cerca de 500 pesos recomponer la ilusión del votante peronista kirchnerista que dominó la escena nacional durante los últimos 20 años?
El vector “federal” del peronismo, mientras tanto, sigue sin aparecer, al menos de manera consistente. Hay un esfuerzo visible de Jorge Capitanich (del Chaco, que tendrá su prueba de fuego electoral provincial en junio), aunque, de momento, sin volumen nacional para cambiar el clima perdidoso del peronismo.
Con todo, no seria recomendable para la oposición dar por vencido al peronismo, que tiene ocho semanas hasta el 24 de junio, para “hacer lo inesperado”, eso que hoy parece una quimera, recomponer una ilusión, un programa de cambio y lo más delicado, ponerle nombre y apellido a los candidatos que puedan llevarlo a cabo.
Juntos por el Cambio, entretanto, sobrepoblado de candidatos, transita el sabor agridulce de sentirse acompañado por el favor mayoritario de un electorado de todos modos fragmentado: JxC se siente que tiene el triunfo cerca, a la vez que el internismo de los distintos nombres y proyectos que lo conforman disparó un nivel de conflicto ya muy difícil de sofocar. La foto de todos los referentes del PRO juntos en los últimos días, muy difundida, va en la búsqueda de calmar una interna de difícil pronóstico. Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, y un Mauricio Macri corrido de las listas, pero operando con dudosa virtud en el armado de su partido, no hace más que montar una escena de dudosa eficacia política. Sobre todo, en medio de una corrida contra el dólar, y la caída de ánimo general en la población.
Finalmente, el fenómeno Javier Milei, amenaza cada día con más fuerza a las dos coaliciones. Sobre todo, al oficialismo. Con Milei midiendo 20 puntos en distritos históricos del peronismo bonaerense, es más que claro que conducen a una derrota sin atenuantes del oficialismo. Tal vez por esa razón la propia Cristina dedicó largos tramos de su discurso en el Teatro Argentino de La Plata a actualizar cómo fue el brutal fracaso económico y político de las ideas de los hombres de “ojitos claros”, por Domingo Cavallo durante el menemismo y la Alianza, y por su heredero “con pelo”, pera también de “ojitos claros”, por Javier Milei.
Milei podría dejar como tercera a cualquiera de las dos alianzas principales en las elecciones de agosto y octubre. Y cambiaría dramáticamente el mapa político de la Argentina. Para JxC era un buen dato, clima de época, ascenso de las ideas liberales, la aparición de una tercera fuerza (Libertarios) que facilite un clima de debate para ganarle al peronismo el ballotage. Sin embargo, superando los libertarios largamente los 20 puntos de intención de votos, podría suceder que sea JxC quien se queda fuera de la pelea final.
Son ocho semanas llenas de incertidumbre, y a la vez vibrantes, las que sobrevendrán hasta el 24 de junio, cuando quedan inscriptos los candidatos para agosto y octubre. El peronismo tiene por resolver su laberinto, la oposición, peligrosamente fragmentada.