El primero en pronunciar el título de la canción de Litto Nebbia fue el intendente Pablo Javkin, a quien le tocó abrir la ronda de discursos en el acto de Rosario como capital alterna. Hacia el final el presidente Alberto Fernández retomaría esas palabras en el marco de una descripción de la grave situación sanitaria producto de la pandemia, para concluir con un emotivo “Solo se trata de vivir” al borde de las lágrimas. Sin embargo, “solo se trata de convivir” parece una frase más ajustada al clima que sobrevoló y caracterizó la jornada, plagada de gestos de concordia y de un llamado a la unidad más allá de las diferencias políticas.
El federalismo se expresó como una necesidad y una posibilidad cierta en los discursos del presidente, del intendente y en los del resto de los oradores, desde los ministros nacionales Eduardo De Pedro y Santiago Cafiero, al gobernador Omar Perotti, en contraposición marcada al centralismo porteño. Se habló de que Rosario se hizo sola “sin gritos, dialogando, con vocación de acuerdo”, en palabras de Javkin; de que a lo largo de la historia la ciudad intentó ser capital pero le bajaron el pulgar, algo que refirieron tanto el intendente como el gobernador; y de que los santafesinos “reclaman pero cuando reciben potencian y devuelven multiplicado, porque ésa es su idiosincrasia”, en palabras de Perotti.
A su turno, el presidente ponderó las cualidades de Rosario, de la que destacó su riqueza cultural, y en esa línea enumeró a cantantes de la trova, al actor Alberto Olmedo y al escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa. Aprovechó para reivindicar a Jorge Obeid, dos veces al mando de la Casa Gris, de quien dijo que “fue un gran gobernador” y a otro mandatario provincial ya fallecido, el cordobés José de la Sota. También hubo espacio para el socialista Miguel Lifschitz, intendente local en dos oportunidades y último gobernador santafesino ahora internado por Covid, a quien le deseó una pronta recuperación. Como se ve, todos dirigentes del interior del país y de distintas extracciones, a los que evocó en tono afable.
La mención de las recientes declaraciones del expresidente de Uruguay Pepe Mujica –“La Argentina tiene una enfermedad muy grave: el odio en la perspectiva política y social”– le permitió a Fernández introducir la cuestión de la grieta. Reconoció que es cierto el análisis de Mujica y propuso dejar el odio a un lado definitivamente, sobre todo en la actual coyuntura que impone la pandemia, a la que insistió en caracterizar como una época muy difícil que es necesario comprender –con subtítulos que indican que hay quienes no están a la altura de esa comprensión–.
En cambio, planteó el presidente, es imprescindible apelar a la solidaridad “para salir mejores de esta tragedia”. Al subrayar estos valores como norte, trazó acaso la factibilidad de un camino para lograr la convivencia política en la Argentina, como un ejercicio posible para aquellos que tengan la voluntad de practicarlo.
Antes se definió como un porteño que al lado de Néstor Kirchner pudo conocer “que hay otra Argentina, muy distinta a la del puerto”. Dijo que desde entonces vive obsesionado por las diferencias que se palpan entre las provincias y por hacer un país más igualitario, con oportunidades para cada habitante en su lugar de origen. “Salir de las estadísticas para ver lo que pasa realmente en los territorios” se presentó como una estrategia de gestión y hasta como un imperativo moral para el presidente. No obstante la jornada se desarrolló puertas adentro de la sede de la Gobernación, que lució muy vallada y custodiada, algo que respondió no solo a la seguridad presidencial sino también a los protocolos Covid.
Los periodistas locales no pudieron participar de manera presencial del extenso acto en el salón Rodolfo Walsh –donde hubo legisladores nacionales y provinciales, funcionarios del gabinete de Javkin y el intendente santafesino Emilio Jatón–, aunque en el último minuto Fernández rompió el protocolo y respondió preguntas de pie en la plaza cívica, en un gesto más de cercanía en su paso por Rosario.