Sergio Massa puso todas las herramientas disponibles para perforar el techo, pero la realidad fue más dura y no le alcanzó para llevarse el premio mayor.
Por Mariano D'Arrigo
Foto: AP Photo/Gustavo Garello
Sergio Massa se cargó el gobierno y el peronismo al hombro pero no le alcanzó para dar vuelta una elección dificilísima para el oficialismo.
Sergio Massa puso todas las herramientas disponibles para perforar el techo, pero la realidad fue más dura y no le alcanzó para llevarse el premio mayor.
Si en las generales el que encontró su primer límite fue el amateurismo político de Javier Milei, en el balotaje el más profesional de los políticos se topó contra la barrera que imponía una economía destartalada y que llegó a la segunda vuelta atada con alambre. El candidato perdió también contra el ministro.
Con los números fríos de la economía, para cualquier oficialismo reelegir con una inflación de 140% anual, una pobreza que afecta a cuatro de cada diez personas era una misión casi imposible. Mucho más, en medio de un ciclo opositor en toda América del Sur, independientemente del signo político de los postulantes.
Unión por la Patria llegó competitivo al balotaje porque enfrente estaba una figura como Milei, con todo el combo con el que viene el futuro presidente, por el hambre de poder de Massa, que el año pasado se cargó al hombro un gobierno que relojeaba el helipuerto y la militancia por mano propia (mal llamada micromilitancia) que disputó en las redes, en las calles y en las casas hasta el último minuto.
Con cualquiera de esos factores fuera de la ecuación —como un retador opositor más convencional, un candidato más identificado con el kirchnerismo y sin la hiperkinesis y la plasticidad táctica de Massa, y ese impulso desde abajo de los simpatizantes de UxP— el resultado final hubiera estado más cerca del 60-40 o el 70-30, acorde al volumen de frustración que acumula la sociedad por una década de estancamiento económico.
De todos modos, la derrota del peronismo fue categórica y sin atenuantes. En medio de un mar violeta, sólo quedaron tres islas azules: la provincia de Buenos Aires, Santiago del Estero y Formosa.
Otra vez, la franja central del país volvió a bajarle el pulgar al peronismo. Pero ahora también lo hicieron bastiones históricos del PJ, como La Pampa, Tucumán y Santa Cruz.
Santa Fe no fue la excepción. La expectativa en la previa de arañar un 55-45 como el que logró Daniel Scioli contra Mauricio Macri ocho años atrás se evaporó con el correr de las horas: fue 63% a 37%. En Rosario, Milei logró dar vuelta el resultado de las generales y ganó 58% a 42%.
En todos los niveles, los datos muestran que Milei logró atraer a la mayoría de los votantes de Patricia Bullrich y de Juan Schiaretti. Pese al intento desesperado de Massa por instalar el clivaje democracia versus autoritarismo, que le permitió elevar el techo del justicialismo y sumar apoyos más allá de las fronteras de UxP, al final el partido terminó jugándose en las canchas tradicionales: continuidad versus cambio y peronismo versus antiperonismo.
Peor aún, los resultados muestran que se resquebrajó la relación entre el peronismo y los nuevos sujetos del mundo del trabajo. Un terreno donde coexisten una cada vez más pequeña franja de empleados registrados con un sector creciente de informales y cuentapropistas para los que el Estado es más un obstáculo que una solución. Se verá si se trata de un divorcio definitivo o la fuerza fundada por Juan Perón puede volver a seducir a sus bases.
En su discurso en el complejo C en el barrio porteño de Chacarita, en el que reconoció la derrota aún antes de que se difundieran los datos oficiales, un Massa golpeado pero sereno buscó poner en valor su trabajo en la campaña, dijo que “se termina una etapa política” en su vida”, pero dejó abierta la puerta a un regreso. “Siempre van a contar conmigo para defender los valores del trabajo, la educación pública, la industria nacional y el federalismo”, señaló.
A su lado estaban representantes de las distintas tribus de un peronismo aturdido y que entrará en estado deliberativo en busca de un nuevo liderazgo.
Lejos de la foto de la derrota, los gobernadores que ya habían entregado al peronismo nacional a su suerte desenganchando las elecciones locales de las presidenciales se quedaron en sus territorios. Los que quedaron en pie —entre los que se destaca el cordobés Martín Llaryora— buscarán negociar con la futura gestión vitaminas de gobernabilidad en el Congreso a cambio de evitar podas en la coparticipación.
En el otro rincón de ese polo colaboracionista de los jefes territoriales locales aparece el kirchnerismo. Paradójicamente, el triunfo de un candidato que se presentó como un talibán del antikirchnerismo podría galvanizar y fortalecer a Cristina y su grupo ante los embates en distintos frentes.
Astuta, la presidenta del Senado volverá recién este lunes a Buenos Aires y viajará a Nápoles para dar una conferencia sobre la “insatisfacción democrática” y podría encontrarse en Roma con el Papa Francisco, otro enemigo de Milei.
Aún en declive, Cristina logró sostener la fortaleza bonaerense, será oposición ante un gobierno hiperminoritario que tendrá que hacer un ajuste y perdió el dirigente peronista que más cerca estuvo de derrotarla definitivamente y que amenazaba con hacer con ella lo que hizo Néstor Kirchner con Eduardo Duhalde en 2005.
Quedarán para más adelante los balances de la experiencia fallida del Frente de Todos, que nació de un tuit de Cristina en mayo de 2019. Cuánto pesaron las condiciones macro —desde el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que firmó Macri y la pandemia hasta la sequía— y cuánto influyeron la falta de liderazgo de Alberto Fernández y el veto permanente de un cristinismoque se quedó sin manual propio de salida a la crisis.
La dura derrota nacional sacude también a un peronismo santafesino golpeado tras el huracán Pullaro, y que no sólo perdió la Gobernación y Diputados sino también el bastión del Senado. El justicialismo local apostaba a que un triunfo de Massa le sirviera de bote salvavidas pero el batacazo de Milei dejó a todos a la deriva.
El largo ciclo del 2001 llega a su fin. Otra vez suena el “que se vayan todos”. Pero ahora el destinatario de la bronca es un peronismo al que se le quemó su credencial de partido solucionador de las crisis y que está obligado a reinventarse.
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