Cinco horas antes de conocerse el veredicto, siete de los 27 acusados dijeron sus últimas palabras ante el tribunal. En una sala aparte, y a través de un monitor de computadora, los escucharon entre lágrimas sus familiares y en atento silencio una decena de periodistas.
"Pasé largas noches de insomnio leyendo la causa y nunca entendí los motivos de mi detención", dijo Hugo Tognoli, primero en hablar. Los demás se expresaron como quienes de antemano se sabían condenados. Todos apelaron a la "humanidad" de los jueces y detallaron cómo los afectó el tiempo que pasaron en prisión.
El primero en hablar fue el propio Tognoli. De traje y de pie junto a su asiento, detrás del blíndex que separa a los acusados del tribunal y las partes, brindó una exposición estudiada. "Se demostró en este juicio que no existe prueba en mi contra, lo cual ha sido reflejado por distintos medios periodísticos", arrancó.
El ex jefe policial sostuvo que tras recibir una falta de mérito en noviembre de 2012, "la ex procuradora Alejandra Gils Carbó desplazó a la fiscal (Liliana) Bettiolo y puso en su lugar al doctor (Patricio) Murray, quien trajo teorías extranjeras que hicieron que hoy lleve más de cinco años detenido". Aludió así a la figura de la "empresa criminal conjunta" por la cual volvió a ser acusado y detenido en marzo de 2013.
"Nunca entendí los motivos de mi detención, por eso voy a requerir la parte humanitaria del tribunal", apeló el ex jefe policía al reclamar una "explicación" para su familia sobre los motivos por los que fue acusado. "Es materialmente imposible que yo pudiera saber que se hizo una consulta con ese bendito «segu»", dijo sobre cuestiones técnicas de prueba referida a la clave con la cual un subordinado hizo una consulta de patentes en favor de Carlos Ascaíni.
"Nunca entendí de qué protección a Ascaíni y Orozco se habla cuando yo los mandé a detener. Señores del jurado, si su convicción es condenarme, sepan que están condenado a un inocente", dijo horas antes de su absolución. Luego dijo que su mayor interés es la salud de su esposa, con afecciones psiquiátricas y depresivas tras su arresto. Desde la otra sala su hijo lo escuchaba en silencio.
Luego del comisario Néstor Fernández (ver aparte), el tercero en hablar fue Carlos Quintana, el policía que atendió el llamado de Ascaíni a la comisaría de Villa Cañás cuando averiguó que la camioneta que lo seguía era de la PSA. "Lo que voy a decir no sirve de nada, es para descargarme", indicó, como a la espera de una condena. "Estoy pasando esto por el simple hecho de atender el teléfono y decir «loco cómo andás» porque me equivoco de persona. Perdí el 90 por ciento de mi familia, mi trabajo, me sacaron del sistema, me quitaron todo. Les pido un favor: ejecútenme. Tomen un arma y péguenme un tiro en la cabeza que voy a estar mejor", cerró con dramatismo.
Luego fue el turno de Aldo "Totola" Orozco, acusado como líder de un grupo narco en Firmat: "Vinieron con la sentencia armada. Ya sabemos cuánto nos va a tocar a cada uno. Esto es un circo romano". Fue durísimo con el policía Alejandro Druetta, que comandó un operativo en su contra y el mes pasado fue acusado por confabular con un narco. "Druetta es un narcotraficante —golpeó—. La fiscalía me pidió 14 años y yo no maté a nadie. En caso de una condena pido pena mínima".
Los últimos en hablar fueron tres hombres ligados al grupo de Orozco (ver página 37). Fernando Bermaz, acusado de atender un búnker, cuestionó la investigación y pidió una pena mínima. Osvaldo Núñez, ligado a un quiosco de Venado Tuerto, dijo no entender por qué está en una causa "tan extraña". Lucio Farías, sindicado como custodio de un búnker de Firmat, se asumió como adicto y criticó que lo tengan alejado de su familia: "La adicción no se trata así. Sufrí mucho pero aprendí la lección", dijo al cerrar la ronda final.