Una traición que derivó en una fractura en la banda que se le atribuye liderar desde prisión a Cristian Nicolás “Pupito” Avalle terminó ocasionando el crimen de Hugo Orlando Villán, el cadete de una hamburguesería de Villa Gobernador Gálvez baleado a un ataque extorsivo al comercio el 21 de mayo pasado. “Tenían que ir a asustar a un loco y le pegaron a un loco. Son re giles”, se le escuchó decir sobre el trabajo de sus sicarios a Carlos Alberto Olguín, otro preso acusado de ejercer una función de alto rango en la organización, a quien le habían intervenido un celular que usaba en la cárcel. En las escuchas se comprobó que había comenzado a “mejicanearle” a su jefe Avalle la cuota extorsiva que le cobraba al local desde hacía dos años.
La interna fue develada en la audiencia que se desarrolla desde el lunes en el Centro de Justicia Penal, donde nueve fiscales acusaron a Avalle de comandar una violenta organización con fuerte en las extorsiones. Entre otros objetivos el grupo buscaba tener injerencia en organizaciones civiles y sindicatos. Una banda con 27 integrantes —otros dos prófugos y dos ya fallecidos— al que el equipo de acusadores le atribuye medio centenar de delitos, entre ellos varios homicidios.
Avalle fue situado al frente de ese grupo con dos gerentes. Uno es Héctor Daniel “Gordo Dany” Noguera, un peso pesado de Villa Gobernador Gálvez que por estos días está sentando en el banquillo en un juicio oral por un doble crimen. Otro es Olguín, de 32 años, preso por instigar dos asesinatos y al que, ahora, le atribuyen estar detrás de otros dos homicidios. Uno es el de Ariel Lisandro Leguizamón, un militante social al que balearon al confundirlo con su primo el 28 de mayo. Y el otro es el del cadete Villán, cometido como parte de un apriete al negocio de hamburguesas que, según los fiscales, ideó Olguín traicionando a su jefe para disputarle la cuota de 200 mil pesos que los dueños del local llevaban pagando desde hacía tiempo.
Tiros en la puerta
El domingo 21 de mayo una chata blanca con tres personas pasó con las balizas encendidas frente a la hamburguesería Burguer House, en Piazza al 400 de Villa Gobernador Gálvez. Diez minutos más tarde, cerca de las 19.50, la camioneta volvió a pasar, bajaron dos hombres que abrieron fuego y escaparon en el mismo vehículo, una Nissan blanca que luego apareció incendiada en Marcos Paz y Santa María de Oro de esa ciudad.
Al momento de la balacera el cadete Hugo Orlando Villán estaba parado en la puerta esperando un pedido y entonces un disparo le impactó en el cráneo. El trabajador murió antes de llegar al Hospital Gamen. Tenía 45 años, era padre de cuatro hijos de 2 a 9 años y entraba a trabajar temprano a la mañana al Frigorífico Paladini. Desde hacía unos seis meses había empezado a hacer changas como delivery del local de comidas para terminar una obra de refacción en su casa.
Su muerte develó que el negocio Burguer House era blanco de extorsiones desde hacía dos años. La saga había comenzado el 7 de marzo de 2021 cuando a la 1.20 de ese día dos jóvenes llegaron al negocio en una moto blanca parecida a una Honda XR y realizaron al menos diez disparos 9 milímetros contra el frente. Antes de disparar, el conductor arrojó un cartel con esta leyenda: “Burguer House comunicate con nosotros que tenés que pagar”. Debajo de esa frase había un número de celular.
Una semana después, el mediodía del domingo 14 de marzo, hubo un nuevo ataque a tiros en esa ciudad que con el tiempo se terminaría relacionando. El cantante de cumbia Mariano Pereyra y su pareja empujaban una vieja camioneta Fiat 125 verde en la que estaba su hijo de 13 años en García González al 2000. Por allí pasó una moto roja y negra con dos ocupantes y el que iba como acompañante realizó diez disparos, otra vez con un arma calibre 9 milímetros. El músico, de entonces 43 años, fue alcanzado por dos proyectiles en el pecho y salvó la vida tras una operación. Su pareja y un vecino que los ayudaba también fueron alcanzados por balazos en las piernas.
Esa misma tarde policías del Comando Radioeléctrico detuvieron a Jonatan Emiliano Gorosito, de 21 años, quien indicó el lugar donde estaba la moto Honda XR roja y negra usada en el ataque. A partir de ese dato llegaron a un búnker de drogas en un pasillo al fondo de la calle General López. Al anochecer apresaron a otros dos acusados del ataque al músico en la zona del Frigorífico Paladini. De los tres, Gorosito era el único que tenía un celular. Como no aportó el patrón de desbloqueo, el aparato se envió a Brasil para ser desencriptado.
Un video en el teléfono
Así, dos años después, la pericia al celular arrojó no sólo cómo habían planificado el ataque al cantante; además el teléfono contenía un video en el que Gorosito se filmaba a sí mismo mientras disparaba al local de hamburguesas y arrojaba el cartel. En el aparato tenía además entre sus contactos el mismo número de teléfono que figuraba en la nota intimidatoria. Lo tenía agendado a nombre de “Pupito”, con quien a su vez había mantenido varias conversaciones el día de la primera balacera a la hamburguesería. Línea que además tenía impactos de antena en la zona de la cárcel de Piñero donde Avalle, ahora preso en Ezeiza, estaba detenido en aquel momento.
A partir de esos datos Pupito fue imputado por la fiscal Viviana O’Connell por instigar a Gorosito a ir a disparar contra el negocio y por la extorsión consumada a lo largo de dos años.
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Cuando asesinaron a Villán en mayo pasado, el dueño declaró en la investigación por el homicidio a cargo del fiscal Adrián Spelta. Contó entonces que tras aquella balacera de marzo de 2021 había pagado 200 mil pesos todos los meses para que no le balearan el negocio. Regularmente, contó, los días 21 de cada mes llegaba una mujer rubia y de ojos claros a retirar la plata. La llamaban “La rubia de los 21”. Siempre entre las 18.30 y las 19, a veces acompañada por uno o dos de sus hijos pequeños, pasaba a retirar la plata. Estaba registrada en las filmaciones del negocio y para la acusación es Naomi Sánchez, pareja de Pupito, que también fue imputada por la extorsión.
La traición
El pago extorsivo duró dos años hasta el día en que mataron al cadete. Entonces se supo que la organización cobraba todos los meses una cuota del local y se descubrió que el crimen había resultado de una fractura en la banda.
“Hubo una suerte de traición por parte de Olguín, que quiso meterse en ese negocio y exigió a los dueños del local que el dinero empezaran a pagárselo a él" contó el fiscal Spelta en la audiencia que comenzó el lunes ante el juez Nicolás Foppiani y sigue en curso en estos días.
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“Teníamos que pagar porque si no lo hacíamos nos iban a tirotear y lo firmaba la mafia”, contó entonces sobre el inicio de la saga extorsiva el dueño del local, que a pocos días de esas amenazas al celular de los pedidos desembocó en la balacera filmada por Gorosito con su celular. En esos días, según contó, había hablado con un comisario conocido que le dijo que no se hiciera problema pero que luego fue detenido por tener contactos con un búnker de la ciudad. El comerciante comenzó a pagar y, con la cuota de los 21 asegurada, dejó de recibir amenazas. Hasta el día anterior al homicidio.
Al mediodía recibió un mensaje en el celular: “Hola, necesito hablar con el gerente. Te paso a explicar. Ustedes le pagan a Nicolás Avalle, alias Pupito. Ahora yo me voy a ocupar de hacerles ruido para que no le paguen más un peso. Que me hable el dueño. Sé que ese precio lo tienen apretado a nombre de Los Monos”. El comerciante le preguntó de parte de quién hablaba y la respuesta fue: “No te voy a dar nombres. En breve te hago ruido”. Y le mandó una foto de armas de fuego.
El “ruido” llegó al día siguiente cuando mataron a Villán. Horas después del crimen le volvieron a mandar mensajes al dueño: “A Nicolás Avalle no le vas a pagar más”. El dueño contó que le “mandaron un mensaje desde otro número diciendo que pagáramos porque si no se iban a llevar uno por uno a los cadetes y clientes”. El mensaje cerraba con el clásico remate: “Con la mafia no se jode”.
La "segunda"
El trasfondo se aclaró a partir de unas amenazas que recibía una familia de la zona noroeste. Entonces se intervino el teléfono de un extorsionador y resultó ser un celular que usaba Olguín desde su celda en la cárcel de Coronda. A partir de los datos arrojados por las escuchas se secuestraron dos aparatos en requisas del 7 y el 14 de junio.
En las escuchas se detectó que al día siguiente del crimen del cadete, el 22 de mayo al mediodía, Olguín habló por teléfono con su pareja. Le dijo que disponía de “una banda de celulares” pero necesitaba uno nuevo. “Escuchame. ¿Viste lo que te dí? Bueno, aguantame 35 palos para comprar un A10”, pidió, negocio que aparentemente había cerrado con un celador.
“Tengo que hacer una banda de cosas. Tengo que mandar a cobrar plata. Me quedaron debiendo de anoche, que mandé a hacer unas cosas a Gálvez. Ellos tenían que ir a asustar a un loco y le pegaron a un loco. Son re giles”, le dijo Olguín a su pareja. La única balacera de la noche anterior había sido la que causó la muerte de Villán. Seis horas más tarde se volvió a comunicar. “Amor, ¿tenés una lapicera para anotar ahí?”, le dijo, y le dictó un número de celular. Lo que continuó fue el siguiente diálogo:
—Haceme una carga a ese número. ¿Me hacés la segunda? Sabés que estoy re incomunicado. Tenía que hacer un montón de cosas. Tenía que mandar a cobrarle a la rotisería esa del gil ese que anoche mataron al cadete.
— ¿Pero te pensás que te van a pagar?
— Sí, sí. Ya está. Ya llamaron. Yo hablé con el pibe, ¿viste? Me habló y me dijo que sí. Que ya estaba el pago. Por eso quiero hablar. Haceme una carga. Segundeame, mami.
Esto, para los fiscales, da cuenta de una traición a la cobranza que tenía asegurada Avalle, ruptura que desembocó en el crimen. Un delito por el que Olguín fue imputado como autor intelectual de un homicidio doloso calificado por el concurso premeditado agravado por el uso de arma de fuego.