“Mi nombre es Rising Phoenix. Porque el Phoenix (Fénix) puede vivir, morir, arder y vivir de nuevo”.
Por Vanesa Valenti
“Mi nombre es Rising Phoenix. Porque el Phoenix (Fénix) puede vivir, morir, arder y vivir de nuevo”.
Una historia construida por nueve historias. Rising Phoenix, el nuevo documental de Netflix que narra el nacimiento y evolución de los Juegos Paralímpicos, el tercer evento deportivo más importante a nivel mundial, arrasa desde una mirada conmovedora y educativa que pone en perspectiva a la discapacidad. Y lo narra a través de nueve historias de deportistas paralímpicos que son estremecedoras pero que de ninguna manera apelan al golpe bajo y a la victimización de esos protagonistas. Todo lo contrario. Es que, a la vez, Rising Phoenix pretende mostrar la fuerza del movimiento paralímpico cuya filosofía va justamente por allí: por lograr una mirada distinta de la discapacidad, pero sin lástima.
Ellie Cole (natación, Australia), Jean Baptiste Alaize (atletismo, Francia), Matt Stutzman (arquería, EEUU), Jonnie Peacock (atletismo, Reino Unido), Ntando Mahlangu (atletismo, Sudáfrica), Tatyana McFadden (ciclismo, EEUU), Cui Zhe (halterofilia, China), Ryley Batt (rugby, Australia) y Bebe Vio (esgrima, Italia) le ponen el cuerpo y los relatos a esa narración mayor que los envuelve y que a través de una idea madre les permitió poder pensar la vida con nuevas oportunidades. La idea madre, en verdad, tuvo un padre, el neurocirujano y neurólogo alemán Ludwig Guttmann, quien sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, aún siendo judío, y propuso, desde esos escombros, una chance diferente para los deportistas con discapacidad.
El sueño de Guttmann, quien por su condición de médico logró salvar de la muerte a decenas personas, tergiversando diagnósticos para evitar que los oficiales nazis los ejecuten, empezó a construir esta historia post conflicto bélico en Londres y vio materializarlo por primera vez en unos Juegos Paralímpicos, los de Roma 1960. Desde entonces, el movimiento paralímpico atravesó altos y bajos, aunque el crecimiento fue sostenido. Desde entonces también, los Juegos Paralímpicos se llevan a cabo una vez finalizados los Juegos Olímpicos y bregan por ser la mayor muestra de inclusión y de diversidad. Sin embargo, ese camino nunca fue fácil, como las vidas mismas que aquí se cuentan.
En 1980 Rusia rechazó albergar a los Juegos Paralímpicos porque los soviéticos consideraban no tener discapacitados, por lo que el movimiento encontró su escenario en Arnhem, Países Bajos, en lo que fue una inmensa celebración que dio cuenta de la no rendición ante la adversidad. Una vez más. En este contexto y en el horizonte siguiente, los papeles de Londres 2012 y Río de Janeiro 2016 fueron clave para seguir fortaleciendo esa estructura, ese movimiento y esa mirada. Uno de los momentos más tensos del documental es cuando justamente Río quedó en un foco real de peligro ante la caída de presupuestos malgastados, tergiversados, que también pusieron en jaque la estabilidad emocional de los atletas que durante cuatro años trabajaron para llegar. Dificultades en las dificultades.
Con testimonios de actores directos, como Andrew Parsons, el brasileño que es actual presidente del Comité Paralímpico Internacional o el mismísimo Príncipe Harry, Duque de Sussex, creador de Invictus Games (para veteranos y heridos de guerra), comprometido en la causa de este movimiento mundial, Rising Phoenix se transforma en una invitación ineludible desde lo deportivo pero también por su mensaje a nivel humano. Y sobre todo, por esos torbellinos imparables que resultan las nueve vidas elegidas para contar esta historia. Son nueve. Pudieron ser miles, infinitas. O una. Porque además, todas son distintas. Particulares.
Una nena a la que le amputan una pierna y no le queda otra que hacer deporte en la pileta, bebés que nacen sin extremidades, uno que se acepta y otro que no (en principio); un niño que sobrevive al genocidio de la guerra civil en Burundí y corre, corre mucho, salta, escapa. Otro, en una aldea más alejada que pasa años en el piso de una casa humilde hasta que consigue un par de piernas. Una niña abandonada en un orfanato ruso, sin posibilidades de nada hasta que la adopta una familia de corazón enorme; otro niño que sin rodeos acepta que tiene que usar una pierna ortopédica y mañana correrá al lado de Oscar Pistorius; una nena, China, en un país que descarta a los discapacitados, se hace fuerte y levanta pesas. Y una última, la central, la que constituye el eje del relato de Rising Phienix, Bebe Vio, la esgrimista italiana que a los 11 años decidió, ella misma, que le sacaran el resto de las extremidades, apostando así al único al 1% de posibilidades que le quedaban para vivir.
Es que esa chance puede ser hermosa. Como Bebe. O como el Fénix.