Es habitual que algún psicólogo repita en una charla de café que la negación del problema es el peor enemigo de la solución. Porque la persona no hace otra cosa que alejarse de esa realidad que necesita ser modificada para mejorar su calidad de vida desde lo emocional. El no enfrentar el conflicto deriva en una situación camuflada en la que se intenta evadir la dificultad.
En el fútbol muchas veces asoman fenómenos colectivos que pueden interpretarse como un acto de no querer ver la realidad, pero que en su mayoría están más vinculados al folclore que a la negación del problema.
Por ejemplo en la noche del miércoles pasado, en las plateas de La Bombonera se produjeron varios entredichos entre los simpatizantes, porque con la derrota de Boca consumada ante Palmeiras por Copa Libertadores, varios optaron por retirarse minutos antes del final del partido, hecho que originó el reproche de otros tantos, incluso quedando en algunos casos a un tris de una pelea de mayor magnitud que el solo intercambio verbal. Una postal que se repite en otros estadios.
También es habitual observar en los diferentes estadios que ante una producción paupérrima del equipo y como lógica consecuencia un resultado adverso, por momentos los hinchas en contrapartida generan con cánticos, saltos, cotillón y hasta pirotecnia una reacción más emparentada con el orgullo de pertenencia que con el fastidio lógico por lo que se está produciendo en el campo de juego.
Este fenómeno es transversal en la mayoría de los clubes, que tiene más que ver con la cultura del aguante que con la sensación de bronca y desazón que le provoca la derrota de su equipo.
Es casi la demostración fáctica de aquella canción compuesta ha ce tantos años que alude al acompañamiento en las buenas, y en las malas mucho más.
Por supuesto que este comportamiento también tiene implícito un acto de rebeldía, donde lo que se pretende transmitir al resto que nada ni nadie les hará cambiar ese sentimiento formateado desde el nacimiento, aunque íntimamente saben que ese dolor interior de no ganar no se disipa ni quedándose hasta el final ni cantando a viva voz en condiciones adversas.
Claro que todo comportamiento colectivo también conlleva un riesgo cuando su sistematización vacía de contenido o hace perder de vista el motivo de esa expresión masiva. Y es cuando se hace más por contagio que por estrategia.
Porque como de fútbol profesional se trata, se compite para ganar, y si esto no se consigue con la periodicidad que el anhelo del simpatizante establece, el cantar y festejar sin exigencias puede convertirlos en hinchas de una hinchada, lo que es una deformación porque en realidad el sentimiento está anclado a un club, a su historia, a su pertenencia, pero también a la obtención de los éxitos, que es el mejor de los nutrientes de ese orgullo con colores indelebles.
Cuando se hincha por la hinchada y no por el equipo, ahí sí se produce la negación de la realidad, porque se prescinde del juego, y es cuando la expresión popular que pretende ser de aguante se relaciona con la resignación y no con la rebeldía.
Porque no está mal que el público exija un presente mejor, al contrario, más en el fútbol argentino, donde los hinchas sostienen todo con sus aportes. Y no tienen por qué negar la realidad. Al contrario.