Claro que hay dolor cuando no se concreta un título que está al alcance de la mano. Y más si se repite tres años consecutivos. Pero tildar de fracaso el proceso de Sabella en el Mundial y el de Martino en las dos Copa América resulta una temeridad, además de una completa injusticia. Fracaso es no intentarlo una y otra vez o sucumbir en la mitad del camino, como le pasó a Brasil en su Copa del Mundo, pero no le cabe el mote a esta selección que, pese a las críticas despiadadas, dio muestras de saber absorber los cachetazos con tal de ir por un nuevo intento. Eso demostró Lionel Messi al rever su decisión de renuncia y el resto de los compañeros que no habían seguido ese impulso pese a que ganas no le habrán faltado. Eso demostraron el jueves en Mendoza, con una victoria clara sobre el entonces líder de la eliminatoria, Uruguay, sustentada en fútbol y carácter. De su capitán, del sub Javier Mascherano y de todos. Y quedó claro que tienen mucho hilo en el carretel para dar.