Un kilómetro, una donación. Esa es la meta del ultramaratonista Sebastián Armenault, de 47 años. Comenzó a correr a los 40 y ya dejó sus pisadas por 215 mil kilómetros de los cinco continentes, lo que incluye territorios castigadores como Antártida y Sahara. Lleva donados 4 millones de pesos en geriátricos, hospitales, comedores y escuelas, y va por más. En octubre correrá 100 kilómetros con un no vidente y lo recaudado de esa epopeya será para construir una sala de pediatría oncológica en Cervantes, un pueblo de Río Negro. Armenault estuvo hace unos días en Rosario, disertando frente a 400 jóvenes de cuarto y quinto año en un foro de orientación vocacional organizado por Junior Achievement y relató sus experiencias.
“Les conté a los chicos que un día descubrí que correr me daba placer y correr para ayudar a mucho más, que dejé mi trabajo, cómodo y de buenos ingresos como director de una empresa en Buenos Aires y le di para adelante, aunque ahora viva con lo justo. Les conté que el marroquí que ganó los 250 kilómetros en el desierto del Sahara recibió cinco mil euros de premio, que yo en cambio terminé en el puesto 793º entre mil corredores, pero logré reunir donaciones empresariales que suman cerca de 50.000 dólares. Les pregunté, entonces: para ustedes, ¿quién ganó?”.
Para Armenault ese sólo ejemplo, mezcla de superación personal y solidaridad, es lo que define su proyecto que en breve se convertirá en ONG (“Un kilómetro, una sonrisa”), pero que ya tiene facebook (Sebas Armenault) y web (www.fa18.com.ar). Esos objetivos son los que este fondista que transitó 170 kilómetros en el desierto de Emiratos de Omán, los 257 kilómetros en seis días en el Amazonas y 50 kilómetros en el Polo Sur, quiere contagiar, no sólo a los chicos y jóvenes sino también a las empresas para que lo “ayuden a ayudar”, según dijo.
La anécdota del baldazo solidario que se hizo internacional fue parte de la charla con Ovación. Sobre el emprendimiento del que participaron estrellas del deporte y el espectáculo como Messi, Maradona o Susana Giménez, el corredor dijo: “Recordé una anécdota que viví en el Himalaya. Un chico de 12 años cargó en sus hombros 30 litros de agua por 20 kilómetros para que yo me bañe. Obvio que no lo acepté, me pareció una barbaridad en medio de tanta escasez: el baldazo de esta campaña está de más, se puede ayudar igual sin gastar algo tan vital”.
Armenault era un tipo de clase media de Olivos que había jugado al rugby más de 20 años. “Pero no me gustaba entrenar y menos correr, hacer fondo: me escapaba porque me aburría. Pero un día me fui a correr con un amigo dos kilómetros por el parque, llegué dolorido y torcido, pero sentí que me había superado a mí mismo. Y no paré. Sumé a esa motivación el golpear puertas de empresas para que me ayuden a correr y a la vez ayudar, toqué como 300 y cinco dieron una respuesta firme. A ellos les rindo todas las cuentas de gastos y las donaciones. Y sigo, la idea es esa: seguir a pesar de la adversidad, eso es realmente ganar, no salir primero en una carrera”.
Las donaciones se materializaron en tres respiradores artificiales, tres electrocardiógrafos, tres desfibriladores, equipamiento para salas de lactancia y de hipoacúsicos, 500 pares de zapatillas, material de construcción, 600 litros de agua mineral, material escolar y ropa, entre otras cosas. “«Por cada kilómetro que corro, ustedes aportan lo que pueden», les propuse a las firmas. Si cumplía tenían que poner más. Y era un incentivo más para llegar”.
El entrenamiento para semejantes distancias y suelos tan adversos requieren de chequeos médicos y entrenar cuatro veces por semana, durante una hora y media, y va al gimnasio. “Pero no soy atleta, no tengo entrenadores, sólo un par de amigos que me hacen una rutina, ni ropa de elite. En el Polo Sur me puse papel de diario en el pecho como hacía mi abuelo. Hacían 32 grados bajo cero, fue la carrera más difícil”, dijo.
—¿Cuál fue el maratón que más disfrutó?
—El del Sahara, por el contacto con el desierto.
—¿Y con cuál sueña?
—Con la de 270 kilómetros, en el Cañón del Colorado.
Cuando se le preguntó a Armenault qué consejo le podía dar a quien como él quisiera empezar a correr de adulto, dijo: “Siempre hay que hacerse un chequeo previo, sobre todo para aquellos que quieren correr los primeros diez kilómetros, porque se confían, creen que es una distancia posible y se mandan. Es el maratón de más alto riesgo, ya que la de 21 o 42 se corre sí o sí, entrenado. Y después le diría que se anime al maratón solidario: en esta sociedad exitista si no batís récords sos de segunda, y no, nada te da más satisfacción que darles una mano a los que menos tienen”.