Salvo algunas excepciones, los taxistas son generadores de conversaciones por naturaleza. En cualquier parte del mundo y en San Petersburgo también. En ruso o en inglés, en esta ciudad ya uno se encuentra menos perdido porque muchos hablan inglés. Lo cierto es que siempre hay algo para hablar con ellos. O de qué enterarse. Son como una especie de psicólogos urbanos al alcance de la mano.
Los taxis van y vienen por San Petersburgo a una alta velocidad. Ellos manejan así. Están los amarillos, blancos o negros, todos con autos último modelo y choferes un tanto arriesgados, que se fastidian hasta los gritos cuando se les pide una factura: "No, ticket, no", dicen de mala manera, aunque lo terminan haciendo ante la insistencia. A favor del manejo rápido hay que decir que en San Petersburgo no hay calles estrechas o laberínticas, al menos en los puntos neurálgicos de la ciudad. Casi todas son avenidas muy fluidas para el tránsito vehicular. Ni hablar una de las calles más famosas del mundo como es la avenida Nevsky, donde se concentra la población turística. Las bocinas casi ni se usan.
































