Inicio de competencia. Puntapié inicial para las expectativas. De eso se trató lo de Central ayer en cancha de Colón. Y la lectura que se debe hacer es inequívoca: la sensación dominante fue la de frustración porque se le escabulleron dos puntos que mereció largamente, pero hay una parte de esas sensaciones que viajó rumbo a Rosario con un envoltorio mucho más placentero. Queda la bronca por no haber podido sumar de a tres, por todo lo que ello significa, pero también un enorme paso hacia adelante desde lo estrictamente futbolístico. El antecedente de lo que venía sucediendo en los flojos partidos amistosos es el mojón a partir del cual Montero y sus jugadores se podrán parar para no tomarse tan a la tremenda los dos puntos perdidos en el Brigadier López.
No había en el corto plazo nada oficial para atrás a partir de lo cual establecer parámetros comparativos. Sí estaban esos ensayos flacos, faltos de fútbol, en los que el equipo había entregado muchas más dudas que certezas. Los primeros 90 minutos sirvieron para potenciar la idea de que los amistosos son eso, amistosos, y que cuando la obligación golpea la puerta, la vestimenta con la que se recibe a un nuevo torneo suele ser otra.
Podrá decirse que este Colón no tiene (o al menos no lo tuvo ayer) el nivel necesario como para ubicar a Central en un lugar claro en cuanto a las expectativas. Pero es lo que tocó. Encima a un Central que no sólo se vio enmarañado futbolísticamente durante la pretemporada, sino que llegó a este partido envuelto en al menos una situación de remiendo por la tardía llegada del marcador central. Prácticamente no hubo sobresaltos en ese aspecto y vaya ahí un argumento más para sentir que a este estreno se le adosaron unos cuantos aspectos positivos.
La relación Zampedri-Ruben, la capacidad de alcanzar equilibrio con una dupla de colorados (Romero y Gil) intentando disimular la ausencia de Musto y la nueva cara futbolística de este Central a la que hizo referencia Montero en la previa. Son algunos de los ítems que comenzaban a desandar su camino. Para ninguno de ellos iba a haber una sentencia firme porque el largo camino recién comienza. Pero de todos ellos se pudo sacar algo en concreto. En algunas cosas el equipo cumplió de acuerdo a las expectativas, lo que no quiere decir que el objetivo del afianzamiento ya se haya alcanzado. En otras pudieron haber quedado dudas, lo que no significa que no haya lugar ni tiempo para las reparaciones.
No obstante, la vorágine y competitividad del fútbol argentino hace que las obligaciones y las necesidades de demostrar abran los ojos ya en el nacimiento de un torneo. Y esa arista es la que expuso el lado oscuro de la historia. Saber aguantar un resultado no tiene que ver con dureza de los músculos ni falta de ritmo. Está emparentado, generalmente, con la inteligencia, que fue lo que le faltó ayer al canalla en esos minutos frenéticos que fueron desde el gol de Camacho al final del encuentro.
¿Avatares propios de un partido? Por supuesto. Incluso hasta la mala fortuna pudo haber hecho de las suyas en esa jugada en la que no se pudo despejar una pelota que quemaba dentro del área.
Una jugada. Una acción. Un final inesperado. A contramano por lo hecho hasta ese momento. Pero nada que implique un profundo replanteo. En ese terreno sólo podrá lamentarse dos puntos que quedan en el camino, lo que no es poco.
Corriendo el foco apenas un poco, aparecerá en escena una actuación que seguramente dista de ser la ideal y a la que le faltan pulir demasiadas cosas, pero que sirvió para saber por dónde viene la mano ahora que ya está corrido el telón.