El gobierno se alquiló solito un dolor de cabeza con la reforma del impuesto a las Ganancias, pero en simultáneo la discusión destapó internas en prácticamente todos los campamentos políticos y sectores involucrados en la pulseada.
El gobierno se alquiló solito un dolor de cabeza con la reforma del impuesto a las Ganancias, pero en simultáneo la discusión destapó internas en prácticamente todos los campamentos políticos y sectores involucrados en la pulseada.
Con la mochila de haber prometido su eliminación en la campaña y luego de que Sergio Massa lo madrugara en el final del año parlamentario, a Mauricio Macri le cuesta permear con el mensaje de responsabilidad fiscal en este debate.
El gobierno demoró más de la cuenta la discusión de un tema con el que se había comprometido y luego, apurado por las circunstancias, mandó un proyecto al Congreso para tratar en sesiones extraordinarias con el que no convenció a nadie.
Terminó imponiéndose en la Cámara baja una iniciativa desordenada y ambiciosa emparchada por Massa, Axel Kicillof, Diego Bossio y el progresismo.
Si bien esa foto panperonista no trajo réditos políticos al líder del Frente Renovador —más bien lo contrario—, Macri estuvo a pocas horas de sufrir una derrota parlamentaria en el Senado.
Cerca del cadalso, surtió efecto la presión que ejerció sobre los gobernadores del PJ. Varios caciques provinciales hasta ese momento habían evitado pronunciarse sobre una cuestión antipática y esperaban que Macri asumiera el costo político con un veto.
El oficialismo filtró que si el proyecto avanzaba no sería vetado y varios mandatarios provinciales salieron a pronunciarse en contra por la consecuente pérdida de recaudación para sus comarcas que implicaría la puesta en marcha.
Juan Manuel Urtubey vio la oportunidad de rivalizar con Massa, a quien ve como futuro contendiente en la jefatura política peronista y le tiró con todo, en alianza con Macri.
El cambio de escenario motivó al presidente del bloque de senadores del FPV-PJ, Miguel Pichetto, a frenar la firma de un inminente dictamen de comisión para negociar con el gobierno la apertura de un diálogo multisectorial.
La tregua abrió dos grietas: una entre gobernadores dialoguistas y duros del PJ —Gildo Insfrán, Carlos Verna, Juan Manzur y Alicia Kirchner— y otra entre los senadores del FPV-PJ.
En la Cámara alta se recorta una docena de halcones representados por Marcelo Fuentes y los ultrakirchneristas, quienes no quieren concesiones para Macri. Fuentes, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, ya había frenado la reforma electoral propuesta por el presidente.
Cruzado por esa acidez interna que cada tanto genera un reflujo, Pichetto emplazó al gobierno a sellar un acuerdo en una semana y Macri habilitó un diálogo a varias bandas, pero con especial interés en contentar a los gremios que integran la CGT.
Un dato sugerente: el presidente dejó afuera del operativo seducción al cerebro del proyecto original de reforma de Ganancias, el ministro Alfonso Prat Gay.
Lo primero que hizo fue convocar a Hugo Moyano, porque confía en que el ex cacique sindical ordene las pujas que cruzan a sus sucesores. También, dispuso como negociadores a interlocutores habituales del sindicalismo: el ministro del Interior, Jorge Triaca, y el coordinador del gabinete, Mario Quintana.
Las divisiones del movimiento obrero —que ya habían amontonado un triunvirato de conducción— quedaron demostradas en la reunión que inauguró formalmente las negociaciones, cuando Triaca y Quintana se toparon con dos de los triunviros cegetistas, Héctor Daer y Carlos Acuña.
El tercero, Juan Carlos Schmid, a la misma hora se encontraba anunciando una jornada de protesta de los gremios del transporte aglutinados en la Catt, precisamente para presionar para que el gobierno ceda a los reclamos de los trabajadores.
Las tratativas no son sencillas. El proyecto de cuño massista dejó la vara muy alta. "La reunión fue buena pero a veces se pelean por ver cuál de todos es más duro", confió una fuente oficial con respecto a la postura de los sindicalistas.
Macri ordenó negociar con dos premisas: no alterar la meta de déficit fiscal de 4,2 por ciento del PBI presupuestada para 2017 y evitar mensajes de desaliento a las inversiones como sería una reposición de las retenciones a la minería.
En el medio, todo está en danza. El aumento del mínimo no imponible, la exención del aguinaldo o las horas extras del gravamen y el aumento de los impuestos al juego, o la posibilidad de gravar el champán y otras bebidas alcohólicas para compensar.
Vidal también suda
Mientras Macri busca superar el trance por Ganancias, la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, trata de que finalmente la Legislatura le apruebe el presupuesto y el endeudamiento requerido para 2017.
Pero así como el peronismo sigue fragmentado en el parlamento nacional, busca unificarse en la Legislatura bonaerense a partir de una gestión personal del reaparecido Florencio Randazzo.
El peronismo provincial tiene tres expresiones en la Legislatura y otras tantas en el territorio, pero el ex ministro del Interior quiere aglutinar a todos para obligar a Vidal a que ceda espacios de poder —prometidos al massismo— al PJ, como la vicepresidencia de la Cámara de Diputados.
En esa discusión están. El peronismo difícilmente logre ordenarse fuera del poder. Cerca de Randazzo aseguran que Máximo Kirchner habilitó la gestión con las principales figuras de La Cámpora y sostienen que si "el Flaco" se impone, quedará parado como candidato y referente para las elecciones.
A Macri le conviene que el PJ se mantenga dividido y que siga vigente políticamente Cristina Kirchner, con quien puede rivalizar. Hasta ahora el macrismo venía surfeando sobre consignas vagas como la de "unir a los argentinos".
Por el contrario, la fuerte controversia con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, también le permite antagonizar con una figura poco popular en la Argentina y allanar una tarea pendiente: la construcción de una identidad política propia.
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