Espero a quien debo rendir un informe, pero advierto que olvidé ciertos datos. Entonces pienso: lo que creí que sabía porque lo había pensado, ahora no lo sé porque lo he olvidado… ni sé si habré de recordarlo cuando él llegue; lo único que en verdad sé es que no sabré explicar mi situación, porque, ¿cómo pretender la comprensión de esta confluencia de mis inconsistencias, a quien acude a mí con una expectativa concreta?
Vale decir que mi presente, frecuente sucederse de estas discontinuidades, es el paradójico encuentro (o desencuentro) entre la pérdida de lo que “había sido” y la incertidumbre actual de lo que “habrá de ser”; entre el después de aquel pasado olvidado y el antes de este futuro inminente.
Imposible reunión del pasado y del futuro por ser, este presente que los uniría, una ausencia; secuencias separadas, que conviven no obstante en mí, junto a la inexorable necesidad de organizar, al menos en lo inmediato, un comportamiento razonable ante este horizonte de inseguridad en que me encuentro.
Lo que me empuja a la acuciante búsqueda de una excusa aceptable. A elegir entre las posibles. Capacidad de elección que no he perdido pero que tampoco deseo ejercer; por juzgarlas inauténticas y poco creíbles. Además que lo sería en circunstancias inciertas, aun de decidir intentarlo, por carecer del aplomo persuasivo suficiente, dada la precariedad de mi persona que el olvido evidencia.
Podría simplemente confesar la fragilidad de mi memoria, pero a esto, mi orgullo se resiste…O en cambio podría, de imponerse éste, recurrir a mi vetusta colección de frases de pretenciosa autoridad intelectual, tan solemnes como vacías para el caso, de mi antiguo trato con esa persona, que aparenten la prosecución de una comunicación anterior, más elevada y sin aspereza. Confiando en que él sepa tanto simular como disimular; simular el agrado con mi trato; disimular el desagrado que le provoca la frustración de su expectativa.
De modo de quedar ambos precariamente devueltos, desde la penumbra de mis precariedades y vacilaciones, a la superficie de una insignificancia compartida.
Lo descripto hasta aquí no es más que una situación que me involucra con alguien y que por la reflexión, intento reponer al orden de mis vivencias y que no es otra cosa que mi dispersión en el tiempo. Porque no es que me integre sino que me pierdo en su transcurso, perdido como lo fue, un pasado que hubiera dado sentido a esta situación que ahora no controlo.
Sentido ausente también en la integración total de mi persona. La que no es más que proceso de integración, siempre a prueba. Si ahora mismo no soy sino este infructuoso esfuerzo por recordar. Si aun con una identidad reconocible, uno se procura aceptable en circunstancias distintas a las que responder adecuadamente.
Dispersión que, como el caso muestra, ni mi vacilante memoria ni mi debilitada determinación logran concentrar.
E inesperadamente, de entre mis cavilaciones se abre paso mi memoria, que me trae los datos olvidados. Y en su consecuencia mi resolución se fortalece y las circunstancias de la situación se disponen desde mi perspectiva: la de un comportamiento posible y de sentido preciso, que ensayo antes imaginariamente
Habiendo superado con esto al anónimo individuo reducido a su mera existencia, y vuelto a ser dueño de mi persona, única y singular. Con la capacidad recobrada que me apresuro en demostrar, de haber aprendido (de la experiencia acumulada) a operar en el espacio social. Aun, de transformarlo. O cuanto menos, ser un eficaz portador del mensaje debido. Y hasta su intérprete al receptor, en razón de la cultura social que ambos compartimos.
Con la probabilidad de un encuentro con el otro, no ya sólo en la insignificancia convencional sino en una idea compartida, en un espíritu común. El que, por carecer precisamente de sustancialidad material, requiere plasmarse en imagen y sonido, palabra y texto, signo y símbolo. Vale decir, en significado cultural.
Formas estas implicadas en la evolución del lenguaje que nos expresa: desde el petroglifo y el petrograma rupestres, pasando por el ideograma, hasta los actuales signos y símbolos abstractos de una sociedad compleja.
Significado que nos comunica en tanto que hablamos y escuchamos. Y hasta sin hablar siquiera, como cuando con la lectura recibimos, en entrega silenciosa, las bellamente elaboradas formas de una buena literatura. Así los árabes lo testimoniaron después de Mahoma, en tiempos en que el resto de Europa perseguía herejías, desarrollando una caligrafía que consideraron “la forma artística más elevada”; nos lo dicen aún, en Granada, las paredes de La Alhambra.
En suma: la ausencia de memoria me redujo a reflexión de mi mera existencia en tanto que su regreso me repone en mi ser, que la palabra manifiesta; la cual es cultura y en particular, bellamente escrita, es arte.