El escenario que tiene Mauricio Macri en la previa a las legislativas es más parecido al de Raúl Alfonsín, en 1985, que a los de Carlos Menem, Fernando De la Rúa y el matrimonio Kirchner. Aquella campaña de la UCR mostraba el típico saludo gestual de Alfonsín y la cita: "No le ate las manos". Los comunicadores macristas bien podrían repetir la escena, mucho más tras las multitudinarias marchas que se desplegaron ayer en todo el país. Espontáneas y pacíficas.
En materia económica no hay demasiados logros en la mesa del oficialismo. Casi ninguno. De lograr un triunfo contundente en la suma de votos nacionales, sería la primera vez que la sociedad no se deja llevar por el órgano más sensible: el bolsillo. No hay que descartarlo.
Para la continuidad de Cambiemos en el poder, los comicios de octubre son cruciales, de vida o muerte. Y deberán ser jugados a todo o nada. Como los de Alfonsín en 1985, que muy pocos recuerdan. El radicalismo los pudo sortear pese a una realidad económica sombría, entre muchas otras cosas por el estado fantasmagórico en que se encontraba el PJ. Recién en 1987 aparecería en escena toda la catilinaria de "la renovación".
Hoy, hay una porción gruesa de la torta electoral que no está dispuesta a volver atrás, que quiere darle el golpe de gracia al kirchnerismo pero que, además, nada quiere saber con el peronismo. Son los que votarán a Cambiemos bajo cualquier circunstancia. Pero Macri debería colaborar con ellos desde la gestión.
"Vamos a sacar el 40 por ciento en todo el país", se le escuchó decir, el miércoles, a un diputado nacional macrista en la sobremesa de una tenida gastronómica en Pichincha. La explicación es razonable. De ningún modo queda en pie el 51 por ciento que Macri cosechó en el ballottage, como consecuencia de los errores de la gestión y de un reubicamiento lógico en otras tolderías políticas.
Pero ese 40 por ciento tampoco será fácil de acariciar. Y se daría otra coincidencia con aquella primera elección legislativa del alfonsinismo: en 1985, Changui Cáceres sacó el 39,9 por ciento de los votos en Santa Fe.
Cambiemos cosechó el 34 por ciento de los sufragios en la primera vuelta. Ese porcentaje es el "voto camiseta" del macrismo que, ahora, deberá ser engrosado para no quedar expuesto ante una mayoría opositora. Pero, esos ejercicios matemáticos poco seductores para analizar la política más allá de la coyuntura, estarán subalternizados por lo que ocurra en el principal distrito del país. Del resultado en la provincia de Buenos Aires dependerá el título de los diarios del lunes 23 de octubre.
Por primera vez en muchísimas previas a un acto electoral son más las dudas que las certezas respecto a los nombres de los candidatos e, incluso, de las fuerzas políticas. Curiosamente, ni el oficialismo ni la oposición tienen definido quiénes encabezarán las boletas, la prueba más elocuente de la ausencia de liderazgos pero también de la incertidumbre creciente a la hora de definir en qué forma llegará Cambiemos a los comicios.
"Hay crisis en todos los sectores y todos están orejeando las cartas", dijo el viernes a este diario Pino Solanas, quien llegó a Rosario para poner en marcha un nuevo intento de conformación de un polo de centroizquierda, que tendrá en su interior a Rubén Giustiniani y a Pablo Micheli, de la CTA. Lo curioso es que Giustiniani se consideró expulsado del PS, pero sin el socialismo en su totalidad es casi imposible que un vector progresista tenga entidad. Tienen mucho para hablar entre ellos de ahora en más.
Volviendo al vértice del análisis, la caída del presidente de la Nación en la encuestas es una realidad evidente que muestran todas las encuestas, desde las más creíbles hasta las impresentables. Pero otra realidad evidente es que ningún dirigente político opositor pudo usufructuar en beneficio propio esa caída. El traslado de votos de una fuerza a otra será un proceso de migración por goteo. No aluvional.
Se escribió en esta columna que el contexto que derivará en las elecciones de octubre sólo generará adrenalina en la clase política. La sociedad que no participa del círculo rojo sólo mostrará interés en las horas previas al acto eleccionario.
Un ejemplo de las realidades paralelas se dio con los efectos declarativos de la resolución de la convención provincial del radicalismo santafesino que no hizo otra cosa que poner en escena lo que ya se sabía desde hace meses en el microclima: habrá radicales con el Frente Progresista y habrá radicales con Cambiemos.
Pues bien, ¿cómo hacerles entender a los ciudadanos que están ajenos al día a día de la política que la UCR tendrá en cancha a referentes que dirán que Macri es "extraordinario" y a otros que apostrofarán que "es lo peor que le pasó a la Argentina"? Y lo que es un aporte más a la confusión general: esos candidatos de un mismo partido que hoy confrontan tal vez en algún momento vuelvan a estar juntos.
Viene bien quedarse un momento con los ecos de la convención radical que instaló como ganadores a los correligionarios que quieren quedarse en el Frente Progresista y como perdedores a los dirigentes del Grupo Universidad. Inesperadamente, como frutilla del postre, Carlos Reutemann —socio jerarquizado de Cambiemos— dijo en una entrevista con LaCapital que jamás votaría a un radical.
Al margen de las operaciones que pretendían instalar una "bronca extrema" de Macri con el presidente de la UCR, la resolución del evento puso contentos a los socialistas, a los macristas —que tendrán menos radicales para compartir boleta— y a los dirigentes de boina blanca que sienten tirria con la idea de abrazarse a Cambiemos. La realidad de las cosas se conocerá en junio próximo, el día del cierre de listas. Nunca antes.
Una vez que los candidatos tengan que salir a ofertar sus propuestas, advertirán lo que hoy muestran los sondeos: malestar y rechazo por la situación social, económica y por la inseguridad. Y nadie sale vivo de ahí. La bronca es transversal e impacta en Nación, provincia y municipio.
Esta historia aún está en ciernes.
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