Haruki Murakami (Japón,1949), uno de los eternos considerados al Nobel de literatura, fue acusado por algunos coterráneos de "apestar a mantequilla" y de desentenderse de su cultura tradicional. ¿Un japonés que escribe en neutro? ¿Una literatura aséptica? ¿O un sello propio con vetas surrealistas? Las historias de Murakami, despojadas de elementos tradicionales japoneses, pueden haber sido el puntapié para la inserción mundial del escritor traducido a más de 42 idiomas. En El elefante desaparece (Tusquets, 2016) los lectores asistirán a 17 historias que orbitan en el ya conocido universo al que el autor de Hombres sin mujeres nos tiene acostumbrados.
Ciertas nociones parecen dialogar en este libro: soledad, desesperanza, vacío. La única advertencia: para sumergirse en estas historias, se requiere de un lector con elevadas dosis de paciencia.
En el primer cuento, El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes, el personaje recibe insistentes llamadas de una mujer desconocida. Abrumado, sale a caminar por el barrio buscando a su gato perdido. Los gatos aparecen como elementos constantes en la literatura de este escritor. En una de las casas vecinas dialoga con una mujer con quien se sienta a descansar en su jardín. "Al despertarme me doy cuenta de que estoy solo. La chica acurrucada a mi lado ha desaparecido. La toalla, los cigarrillos y la revista siguen ahí, pero la radio y el refresco no." Se presiente un suave desaliento que va creciendo página a página. Más adelante piensa: "El nuestro es un mundo al que hay que dar cuerda".
Hacia el final del relato, regresa de trabajar la esposa del protagonista, triste por la ausencia de la mascota. Ambos discuten; el protagonista está distante. El final nos habla del hastío de ciertas relaciones vigentes en el tiempo, en el aquí y ahora, pero muertas en intensidad. Relaciones presentes que exudan ausencia.
La idea de vacío pareciera ser una constante que va hilando todos los relatos del libro. De entrada el título lo anuncia. Si en Sputnik mi amor, Sumire desaparece "como el humo", en este libro de cuentos la idea de desaparición y de ausencia, de silencios y de palabras no dichas, flota a través de todas las páginas.
"Generalmente, cuando estoy agotado por escribir una novela extensa, escribo una serie de cuentos" declaró hace tiempo Murakami en una entrevista. En los relatos de El elefante desaparece el tedio se percibe en la mayoría de las historias, junto con la presencia del autor, que pareciera no despegarse de los relatos. En cada uno de ellos hay un velo difícil de quitar, como si una voz en off fuera describiendo las acciones de los personajes, como si el escritor desconfiara de la potencia de ellos y no pudiera dejarlos desplegarse del todo.
Si bien es una prosa limpia, los lectores podrían esperar detrás de esa transparencia una realidad o una verdad inquietante, personajes claroscuros, eventos que no están del todo claros ni siquiera para los personajes mismos y, sin embargo y quizá por ello, es que los lectores asisten a esa inquietud y la hacen propia. Aquí, tanto en la prosa como en la trama hay una simpleza que deja de interpelar para convertirse, lisa y llanamente, en aburrida.
Muchas de las situaciones que convergen en el libro son extrañas, a medio camino entre el sueño y la realidad. En Nuevo ataque a la panadería, una pareja de recién casados despierta en mitad de la noche presa de un hambre voraz. Es entonces cuando el protagonista decide contarle a su mujer de un asalto cometido tiempo atrás junto a un amigo. Eso moviliza a la pareja a hacer lo mismo, con la idea de borrar "la maldición que le han lanzado". Salen entonces en busca de un local abierto a esas horas. En todo momento el personaje siente la presencia de un "volcán submarino" bajo sus pies. Un abismo al que se asoma cuando los espasmos del hambre lo atacan: "Los retorcijones en el fondo del estómago se transformaban en temblores que me llegaban a la cabeza como si estuvieran conectados por algún tipo de sofisticada maquinaria". No es sólo la búsqueda del alimento lo que los motiva, sino también la necesidad de saber qué les sucede a cada uno de ellos con el otro, con esa etapa recién iniciada en la que aún no han pautado claves de convivencia, ni siquiera acerca de quién se encargará de la provisión de los alimentos.
La soledad, constante en los relatos de El elefante desaparece, puede verse también en Sueño: la protagonista, una especie de Ana Karenina del siglo XXI, no puede dormir durante días. Casada, con un hijo, y ocupándose diariamente de las tareas del hogar, es un personaje acostumbrado al hastío de la rutina: "Llevo un diario sin grandes pretensiones, y cuando me salto un par de días, ya no puedo distinguir entre uno y otro. Si cambio ayer por anteayer en realidad no hay ninguna diferencia. A veces me pregunto qué clase de vida es esta". De un día al otro la protagonista deja de conciliar el sueño y ni siquiera puede explicarse el porqué. Entonces comienza a sumergirse en diferentes lecturas, para luego salir a divagar con su auto por las calles de la ciudad.
En el cuento del cierre, y que también da título al libro, la misteriosa desaparición de un elefante es el centro de la trama. También aquí se percibe la soledad, por parte del cuidador, quien parece establecer con el animal una relación cercana, íntima. El narrador asiste a estas escenas y luego, también, a la misteriosa desaparición de ambos. La posible potencia de la historia se diluye en la descripción del entorno, o en la introspección del personaje, sin resolución alguna acerca del misterio.
Los relatos de este libro son cuentos de estructura y prosa limpia, fáciles de leer en cuanto al ritmo pero faltos de aliento vital. Son historias de personajes en busca del placer o del autoconocimiento, movidos por un inconformismo muy cercano al occidental, como si hubieran sido víctimas de algún tipo de desaparición o de falta. Se requiere, entonces, una paciencia y una laboriosidad extrema para esta lectura. Caso contrario, no será solamente un elefante quien desaparezca. De cada lector dependerá.