Rosario tuvo un taller que hizo historia. En los años 1940 y 1950, cuando en el país despegaba la aviación civil y militar, Carlos Caramellino y su gente, ensamblaron cientos de aviones Piper, que se importaban desarmados en grandes cajas, en un local de Tucumán al 2500, con más de 30 operarios y un vestuario para las mujeres que formaban parte del plantel. Las aeronaves se probaban y salían del aeroclub Parada Fisherton.
“¿Tenés bien enganchado el cinturón nena? ¡Dale que vamos!” Decía Caramellino a su pequeña hija, mientras piloteaba el Piper que dibujaba rizos y vuelos invertidos, en el cielo de la periferia rosarina. Evocando aquel vértigo, Yolanda despliega fotografías en la casa donde nació, lindera al taller de donde salían armados los Piper que importaba la firma Ronchetti Razzetti.
“En ese entonces era bastante frecuente ver salir los fuselajes remolcados por vehículos con rumbo al aeroclub de Rosario, para el montaje de los planos, vuelo de prueba y entrega a los nuevos propietarios civiles, del Ejército y la Fuerza Aérea”, explica a La Capital, el magister en Defensa Nacional e investigador aeronáutico, Eloy Martín.
La vida transcurría tranquila en la cuadra con chicos jugando en la calle en las noches de verano mientras el taller crecía, sobre lo que había sido una curtiembre. Pero en el país y el mundo los cambios no pasaban desapercibidos. El ajetreo en la calle Tucumán, entelando y pintando fuselajes en días de sol, parecía unir ambas perspectivas.
“El 4 de enero de 1945, se creó la Aeronáutica Militar y la favorable balanza comercial para Argentina como proveedora de los países beligerantes en la Segunda Guerra Mundial, favoreció un ambicioso plan de equipamiento militar y para fomento de la aviación civil”, contextualizó Martín. En ese marco, Rosario escribió un capítulo.
“Entre 1947 y 1955, a través de Ronchetti Razzetti, se importaron más de 400 monomotores Piper de diversos modelos, muchos de los cuales aún podemos ver volando en los aeroclubes del país”, explicó el investigador. La movida requería técnicos avezados y Talleres Aeronáuticos Piper de Caramellino SRL, podía dar respuesta a la demanda.
“El prestigio y experiencia como taller aeronáutico especializado en estructuras, motores y montaje de aeronaves, rápidamente lo vincularon para desarrollar actividad de mantenimiento aéreo de los principales organismos nacionales entre los que se encontraba la Dirección General de Aviación Civil”, relata Martín.
La actividad del taller hasta entrada la década del ‘70, con distintos nombres,. “La actividad decayó cuando la Fábrica Militar de Aviones, adquirió la licencia de fabricación y montaje de los monoplanos Cessna”, explica el especialista en la historia aeronáutica desde Capital Federal.
Un soñador
Yolanda y su esposo Ernesto, echan a “volar” la memoria mientras señalan los sitios ahora transformados, donde se armaban los Pipers. Y van más atrás, hacia el campo de General Roca, Córdoba, donde Carlos comenzó a soñar con tal fuerza que a los 11 años, su padre lo envió a Rosario, de una familia amiga, para concretarlos, algo usual en aquellos tiempos.
“Había perdido a su mamá de muy pequeño en una epidemia de tifus y llegó a la ciudad para estudiar mecánica, también soñaba con ser piloto”, cuenta la escritora María del Carmen Vercher, que recopila y publica historias de la memoria mediata de la ciudad.
Caramellino no tardó en posicionarse desde esa profesión, “arreglando autos de las familias más renombradas y las flamantes cortetrillas”. El año 1928 y los posteriores, lo encuentra próspero y con proyectos, entre ellos la familia que formó con María Ballario, “a quien conocía de los días de aire puro y sol del campo”, relata Vercher.
Yolanda llegó en 1939. “Jugábamos nenes y nenas, de noche en la vereda, puertas abiertas, un auto cada tanto”, evoca sobre aquel tiempo de horas lentas, que el vértigo envolvía en los vuelos del Piper de su padre. “Voy al aeroclub, quieren venir”, cuenta que decía y ella era de las primeras porque no sólo no tenía miedo, le “encantaban” las acrobacias áreas. La vida familiar también tenía otro detalle, los viajes.
“Mi papá hacía mantenimiento de los aviones que compraban estancieros en distintos puntos del país y él hacía mantenimiento, volando con su avión adonde lo llamaran”, evoca Yolanda. Y destaca una actitud de su padre. “Cuando probaba los aviones que ensamblaba, iba solo, no permitía a nadie y volaba sobre el río, lejos del poblado, si pasa algo que me pase a mí”, cuenta que decía.
Para Vercher, que investiga historia aeronáutica y da charlas sobre aerofilatelia en el Liceo Aeronáutico Militar, el sueño de Caramellino tuvo algo de épica. Un punto convocante en sus relatos, como su libro “Malvinas. Una memoria, oculta...visible”, que se reparte en las escuelas, con auspicio de la Municipalidad y varias distinciones.
Las historias cautivan, cualquiera sea su talla, sobre todo si logran hacer “volar” a los sueños.
En el siglo XX
Según Eloy Martín, en Rosario, la asistencia a pilotos y aviones por parte de mecánicos, carpinteros y hojalateros, se remonta a los primeros años del siglo XX. En San Jerónimo Sud hubo fabricantes de aviones y un primer campo de vuelo alrededor de 1910. Pero lo que sucedió “en la década del 40/50, fue extraordinario”.