Otra vez, la realidad sanitaria cambió las reglas de la conmemoración más sentida para los rosarinos. Otra vez, las necesidades de recaudos impregnaron sus propias extrañezas. Otra vez, las celebraciones por el Día de la Bandera tuvieron que comprimirse (y transmitirse) en modo pandemia. Sin gente, ni convocatorias. Con nuevos formatos, repletos de protocolos. Evitando los riesgos epidemiológicos, sin dejar pasar de largo el significado patrio de la fecha. Con esa particular envoltura, siempre atípica, todavía difícil de asimilar, otro 20 de Junio debió salir ayer a escena sin un marco acorde, ese que supo lucir en un pasado no tan lejano.
Hasta no hace mucho, las adyacencias del Monumento Nacional a la Bandera se abarrotaban para recordar el nacimiento de la bandera y homenajear a su creador. Esos festejos multitudinarios tallaron postales de infancia de varias generaciones y se adueñaron de recuerdos colectivos imborrables, siempre de tinte familiar, para todos los rosarinos. En los últimos años, esas costumbres fueron perdiendo carácter festivo, primero por cuestiones políticas y después por lógicas imposiciones sanitarias. Las especulaciones de los gobernantes de turno, de todos los niveles, las fueron empequeñeciendo y deshabitando, mucho antes de la pandemia. Y el coronavirus le asestó otro duro golpe a esa debilitada fisonomía. Y ayer, quedó nuevamente evidenciado.
En una mañana muy fría, en la que la espesura de la niebla venció en su pulseada al sol, el evento formal tuvo rasgos de sobriedad que repitió del año anterior. En esta edición, sin la presencia del presidente, Alberto Fernández, para respetar esta etapa de necesarias restricciones sanitarias, los festejos por el 20 de Junio quedaron tapados por la niebla y dejaron fuera de rango visual las pasadas que tenía pautado el organigrama del espectáculo aéreo.
En esta oportunidad, volvieron a faltar las tribunas y las explanadas colmadas, los chicos estrangulados con sus bufandas sobre los hombros de los padres, los desayunos tempraneros en Vip, y las lentas caminatas en familia compartiendo risas y recuerdos.
Por la pandemia, el rol de la gente fue de acompañamiento, desde pequeños grupos, desde la distancia, desde sombras entre la niebla, desde miradas al cielo que no encontraron los objetivos buscados. Fueron muy pocos los que se animaron a levantarse temprano y enfrentar la niebla y las bajas temperaturas. Por eso, la gran mayoría de los rosarinos se quedó en sus casas, para ver el evento por televisión, o a través de las redes sociales, y luego celebrar el Día del Padre con un buen almuerzo familiar.
Por la intensa niebla, se suspendió el izamiento de la enseña patria en la isla Sabino Corsi, en el sitio donde se emplazó el primer Monumento a la Bandera en 1872. Con ese condimento climático, las celebraciones comenzaron alrededor de las 10, cuando el titular de la Casa Gris, junto al intendente Pablo Javkin y otros funcionarios nacionales, provinciales y municipales, y veteranos de Malvinas, participaron del izamiento de la bandera en el mástil mayor, en la explanada del Monumento.
Luego, ya en la zona del Propileo, se ejecutó el himno nacional, hubo palabras de autoridades, se expusieron videos alusivos y, a las 11, se dieron las palabras del presidente, quien tomó juramento —de manera virtual— a chicos de cuarto grado.
Solo los ruidos
Apenas pasadas las 11, comenzó el espectáculo aéreo. Al menos desde los anuncios. Es que, por la niebla, lo que estaba programado como uno de los platos fuertes del evento finalizó tapado por las condiciones climáticas. La exhibición “Alta en el Cielo”, que estaba integrada por Boeing 737, Fokker F28, Learjet 35, Pampa, Hércules C-130, Texan, Tucano, B200 y Turbomentor, y helicópteros Bell 212 y 412, quedó detrás de la niebla.
En ese marco de confusión, los ruidos de motores captaron la atención de quienes caminaban por el Parque Nacional a la Bandera y se acercaron a los costados del Monumento. Miraban al cielo, pero no podían distinguir figuras, ni estelas, solo ruidos, y una locutora que hizo lo imposible para disimular ese trance desde las escalinatas, junto con la banda del Liceo Aeronáutico Militar, que repetía la Marcha Mi Bandera.
Así, en esta era de festejos sin festejos, esta vez la pandemia y la niebla impusieron su escenario raro e infrecuente. Así, otra vez pasó otro 20 de Junio distinto, persiguiendo anzuelos de revitalización que las restricciones sanitarias obligaron a seguir postergando, y levantando la mano en la agenda, a través de otro formato, invitando a no olvidar el imprescindible legado de Manuel Belgrano.
“Hay que disfrutar y cuidar la libertad”
De manera virtual, el presidente Alberto Fernández encabezó ayer el acto por el Día de la Bandera, y cerró el tramo que se desarrolló en el Propileo con su discurso, que incluyó la jura de lealtad a la bandera de un grupo de estudiantes de cuarto grado de escuelas de la provincia y la ciudad de Buenos Aires, desde la quinta de Olivos.
“Es muy valioso que ustedes crezcan en libertad. Hay que disfrutarla y cuidarla mucho”, destacó el presidente frente a los alumnos que siguieron con atención sus palabras en relación al significado de la bandera. En ese sentido, remarcó que la enseña patria representa también unión y solidaridad. “Cuando juren esta promesa, estarán asumiendo un compromiso con la patria. Es un acto muy importante y para mí es un honor tomarles el juramento a ustedes”, confió el presidente.
Por su parte, el gobernador Omar Perotti resaltó que la lucha de Manuel Belgrano “debe ser tomada como ejemplo, por su decisión histórica de enfrentar adversidades”. Y agregó: “Estamos convencidos de que las grandes causas de nuestra historia son las que nos movilizan, nos inspiran y son la base del desarrollo del tiempo que le sigue”.
En ese marco, Perotti elogió “el liderazgo y la visión estratégica” que tuvo el prócer que creó la bandera argentina, entendiendo en su momento que había que hacer “cosas extraordinarias y sacrificarlo todo por la salud de la patria”.
En tanto, el intendente Pablo Javkin señaló que producto de la pandemia “nos tocaron tiempos durísimos, tristes, de incertidumbres y pérdidas irreparables”, pero que ahora, “con los corazones doloridos pero los brazos fuertes, empezamos, muy de a poco, a transitar un camino de esperanza y reconstrucción”.